El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Por término medio una persona puede decir entre 7 y 20 mil palabras. Tus palabras tienen el poder de influir sobre ti y los demás de una forma poderosa para bien o para mal.
Dios, la religión, el amor, la muerte, el alma, la eternidad, son asuntos constantemente tratados en sus temblorosas rimas y en las narraciones en prosa.
La poesía de San Juan de la Cruz está considerada como la más brillante que produjo el Siglo de Oro español.
“25 ENIGMAS DE LA BIBLIA”, por Máximo García Ruíz, Ediciones Noufront, Valls, (Tarragona), 2018, 247 páginas.
Frente a una sociedad que tiende a destruir la armonía del ser y del universo, existe la posibilidad y la certeza de reencontrarla, porque es un reino que está dentro de nosotros desde el principio.
La humanidad se ha vuelto sorda ante los dolores y clamores del desvalido. Hemos llegado a ser peores que los animales irracionales. El egoísmo y la confusión lo invaden todo. En esta ceremonia de locura sólo tenemos un camino claro: eperar a Godot.
Seríamos mucho más creíbles como cristianos, que sin darnos golpes de pecho como el humilde publicano, reconociéramos nuestras culpas y silenciosamente gritáramos: “por mi culpa”.
Entre la mente de Dios y la mente del hombre existirá siempre esa abismal distancia teórica que hay entre el cielo y la tierra de la que habla el profeta Isaías. Los caminos de Dios no son los caminos del hombre. Ni los ojos de Dios son los ojos del hombre.
La pasión que Hawking manifiesta por conocer el origen y destino del Universo no es nueva. En realidad, es tan antigua como el hombre mismo.
Fue, a mi juicio, un hombre que combatió en su época todas las formas de inhumanidad en el orden social.
Para el gran pensador rumano, “es difícil creer en algo, si no crees siquiera en ti mismo y en que tiene algún sentido el que cada día te levantes”.
Al que cae no se le permite ni oír ni sentir que ha llegado al fondo. Sólo sigue cayendo y cayendo. Es el tipo de caída destinada a los hombres que en algún momento de su vida buscaron en su entorno algo que éste no podía proporcionarles.
“Soy cristiana, de democracia cabal. Creo que el Cristianismo con profundo sentido social puede salvar a los pueblos”, afirmaba la poetisa.
Algunas palabras, las buenas, no deberían ocultarse nunca, sino proclamar a todas horas que Aquel que es la Palabra se hizo Hombre y vivió entre nosotros lleno de amor y de verdad.
Papini quiso llegar al ateísmo integral. Pero Cristo le esperaba, como a la samaritana junto al pozo de Jacob.
Nos sorprenderá no poco advertir que nos equivocamos al concebir a Dios más como Juez que como Abogado, más como Fiscal implacable que como Padre amoroso y compasivo.
Es, a través de las leyendas, donde Bécquer más ahonda en el alma, que, en la mayoría de los individuos, se mueve entre la afirmación y la negación.
El tema religioso está ausente en la obra de Celaya. Lo suyo era el hombre y Dios; la idea, no la religión.
Tanto el prólogo del Apocalipsis (1.3) como el epílogo (22.2,18s) hablan de la autoridad central de la Palabra y la bendición de su lectura.
Aún hay versiones de Don Quijote de La Mancha que suprimen el pasaje, cuyo texto dice: “Las obras de caridad que se hacen tibia y flojamente, no tienen méritos ni valen nada”.
La eternidad no significa un tiempo inacabable, sino otra cosa distinta, difícil de definir por el entendimiento humano.
El hombre es el centro del Universo tan sólo en la medida en que el hombre se somete a la voluntad de Dios.
Viajó por las grandes ciudades, bajó a las pequeñas aldeas, recorrió incansable los mares, pero no experimentó la paz del alma. Y estaba triste. Estudió, contempló los astros, huyó del amor, que dicen que lleva aparejado el dolor. Y estaba triste. Viejo ya, deseaba lo que no tenía y lamentaba la juventud perdida.
Demostró, en sus escritos y en su vida, poseer un defecto común a la casi generalidad de los escritores españoles: apartarse de Dios como consecuencia del desengaño sufrido en la religión en que nacieron.
Fue absolutamente fiel a la Iglesia católica, con una fidelidad sin condiciones. Así lo refleja el párrafo final que escribe en el tomo primero de los Heterodoxos Españoles.
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