El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Vivimos tiempos muy peligrosos, cuando tantas palabras que están fuera de lugar, están alimentando una espiral que puede acabar en catástrofe.
La pecaminosidad que llevamos dentro quiere manifestarse continuamente en muchas maneras, de modo que hay una tendencia natural a estar ebrio y no necesariamente de vino.
Hace falta que haya solamente un impío en el poder, para que todo un pueblo experimente las amargas consecuencias de su gobierno.
El respeto y la protección a los derechos básicos eran el propósito perseguido, para lo cual aquellos límites originales servían como referencia permanente.
Las víctimas de los memes son expuestas para oprobio ante los demás.
Para ser jueces equitativos es preciso no correr y esperar a tener todos los elementos que integran la cuestión en disputa.
Hay quienes han optado por esforzarse en mantener un discurso que va en una dirección, aunque haya señales que indican que los hechos van por otra.
La malicia y la codicia de ayer, son las mismas que las de hoy.
Tantos y tantos están cautivados por la admiración hacia quienes andan sin saber adónde van.
Incluso en lo más álgido de la alegría, que es la risa, allí está presente, como si estuviera agazapado, el dolor.
Verdaderamente detrás de la mirada está el corazón.
¿Puede haber una solidaridad real maligna? Sí, cuando hay un acuerdo compacto entre varias partes para lo malo.
‘Contentamiento es a los hombres hacer misericordia; pero mejor es el pobre que el mentiroso’ (Proverbios 19:22).
Cuando el reprensor es Dios, volverse a él conllevará recibir su Espíritu y su Palabra.
Tanto para el gobernante como para el cargo, la lealtad es la condición esencial.
El desajuste entre palabras y corazón es un método del que se echa mano frecuentemente, en las relaciones humanas.
El apresuramiento en condenar al adversario y la tardanza en condenar al asociado, son muestra de la falta de imparcialidad.
La persona y obra de Jesús producen polarización, al ser recibida por unos y rechazada por otros.
El verdadero deleite del necio es hacer ostentación de sí mismo, siendo su protagonismo personal la auténtica razón que lo mueve y el nombre de Dios su utensilio para conseguirlo.
El necio ya lo es, aun antes de menospreciar el consejo. En cambio, el prudente llega a serlo porque primero ha aprendido a guardar la corrección.
La acción del envidioso es taimada y astuta, solapadamente maquinada, para acabar con aquel al que envidia.
La lisonja, que es el halago interesado, procede del hombre malvado, cuya intención termina siendo dañina para aquél hacia quien va dirigida.
No es nuevo este afán de medrar a costa del mal ajeno.
El corazón humano sin regenerar sigue siendo el mismo y nada nuevo hay bajo el sol.
Para que haya justificación tiene que haber primero condenación y para que haya condenación tiene que haber pecado.
Las opiniones vertidas por nuestros colaboradores se realizan a nivel personal, pudiendo coincidir o no con la postura de la dirección de Protestante Digital.