Empezamos 2020 con ilusión, pero también con incertidumbres. La presencia de Dios en nuestra vida no garantiza que todo sea “verdes prados y delicados pastos”.
Muchas son las preguntas de la persona que sufre, pero hay una de capital importancia: ¿dónde está Dios ahora? De su respuesta va a depender que salgamos del horno de fuego fortalecidos o destruidos. Nuestra fe puede ser «purificada» por la prueba (1 P. 1:7), pero también «chamuscada» (Mt. 13:21).
Empezamos el Año Nuevo con ilusión, pero también con enigmas e incertidumbres. La presencia de Dios en nuestra vida no garantiza que todo va a ser “verdes prados y delicados pastos”. La promesa de Dios en Isaías 43, uno de los textos más apreciados de toda la Biblia, es muy realista: “Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán…” (Is. 43:2). Muchos quisiéramos pasar por las aguas de la prueba sin mojarnos, pero esto no es lo que Dios nos promete ni garantiza. Lo más importante es no ahogarte, que tu fe no naufrague en el río de las pruebas.
Especial relevancia tienen en este sentido las palabras del Señor Jesús a Pedro, poco antes de Getsemaní, avisándole de horas difíciles: «Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti que tu fe no falte» (Lc. 22:31-32).
¡Formidable oración! Ante la inminencia del sufrimiento, el Señor podía haber pedido muchas cosas para sus apóstoles, por ejemplo, que el Padre les evitara la prueba, que proveyera una salida adecuada, o que fuera lo más breve posible; todo ello entraría dentro de las peticiones legítimas de un creyente abrumado por el dolor.
Tampoco Jesús se entretiene en darle explicaciones sobre las aflicciones que se avecinan: el cómo, el por qué, cuánto tiempo. Se limita a una frase tan breve como elocuente; su ruego encarecido es «que tu fe no falte».
Estamos aquí ante una auténtica oración modelo en tiempo de prueba. Ésta es la súplica que todo creyente puede y debe hacer. Tenemos, además, el inmenso privilegio de saber que el mismo Señor que rogó por Pedro sigue “intercediendo por nosotros desde la diestra del Padre” (Ro. 8:34; Heb. 7:25). La oración de Jesús por Pedro sigue vigente hoy para todos los que son zarandeados por Satanás con pruebas duras.
¿Por qué el Señor ora así? Jesús quería enseñarle a Pedro una «lección» esencial: en la hora del sufrimiento lo más importante no es entender enigmas, sino encontrar a Dios; la pregunta clave no es «¿por qué Dios...?», sino «¿dónde está Dios ahora?». Recordar -y en lo posible experimentar- el “Yo estaré contigo” de Isaías 43 es la perioridad.
Cuando la tormenta arrecia, la fe es el bien supremo a preservar y a cultivar. Ello es así por muchas razones: en la prueba la fe es la columna que nos sostiene, es el alimento que nos fortalece, es la luz que alumbra nuestra oscuridad, es el vínculo inquebrantable que nos mantiene unidos a Cristo (Ro. 8:38-39). Pero hay una razón que viene primero: la fe es el mayor tesoro que puede tener el creyente, es el bien más preciado a guardar. En palabras del mismo Pedro (¡lo había aprendido bien!) la fe es «mucho más preciosa que el oro» (1 Pedro 1: 7). Por ello, cuando atravesamos el río de la prueba lo primordial es cuidar tu fe, «que tu fe no falte».
Teresa de Ávila lo describe con este sentido verso:
«Si a Dios tienes, ¿qué te falta?
Y si Dios te falta, ¿qué tienes?»
La gran mística española podía exclamar con certeza estas palabras porque había experimentado toda la promesa de Isaías 43: 2:
“No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú
Porque a mis ojos fuiste de gran estima, fuiste honorable, y yo te amé
No temas porque yo estoy contigo”.
Dios no abandona a sus hijos en las aguas turbulentas de la prueba. No puede hacerlo, ha pagado un precio demasiado alto para olvidarnos. Por ello, Cristo en persona sigue diciéndonos a ti y a mí hoy: “Yo ruego que tu fe no falte”.
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