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Palabra divina y palabra humana en el conflicto de Job

La ansiedad con que Job esperaba la respuesta de su Dios se asemeja mucho a la que hoy se presenta en la búsqueda de razones o explicaciones sobre lo que está aconteciendo.

GINEBRA VIVA AUTOR 79/Leopoldo_CervantesOrtiz 06 DE AGOSTO DE 2020 18:30 h
Harold Bloom.

Cuando Dios se enoja,

con un soplo destruye al malvado,

y aunque ruja o gruña como león,

Dios le romperá los dientes.

Como no podrá comer,

se morirá de hambre,

y sus hijos tendrán que huir.



Job 4.9-11, Traducción en Lenguaje Actual



 



Una de las múltiples maneras de abordar el libro de Job es observar la forma en que se expresan los personajes y cómo los discursos de ellos/as se entretejen para producir un conjunto de argumentaciones e ideas. Cada personaje implicado en la textura del drama aporta su visión y estilo particular para vehicular en sus palabras lo característico de su comprensión de la vida y del conflicto del libro en su totalidad. El orden de aparición de cada uno y su forma de expresión va dotando al texto de una densidad y de una profundidad que exige al lector/a (sobre todo al actual, dominado por el peso del prestigio y la canonicidad del libro, pero sobre todo por la acumulación de interpretaciones) una enorme concentración a fin de que los diversos discursos aparezcan con nitidez para distinguirlos y valorarlos en su justa dimensión. “La escritura sapiencial”, escribió el crítico Harold Bloom (1930-2019), “posee sus propios criterios implícitos de fuerza estética y cognitiva”[1]. Por ello, su lectura reclama una atención poco común a fin de no dejar de lado ninguna de sus implicaciones si es que se desea participar de su “mensaje”, el cual se ubicó perfectamente en el contexto desde el cual surgió.



Pero Bloom dice más, por si todavía alguien se siente muy seguro en relación con ese monumento literario: “El libro de Job es una estructura en la que alguien se va conociendo cada vez más a sí mismo, en la que el protagonista llega a reconocerse en relación con un Yahvé que estará ausente cuando él esté ausente. Y esta obra, la más sabia de toda la Biblia hebrea, no nos concede solaz si aceptamos dicha sabiduría”[2]. Y en otro momento, agrega: “El poeta de Job emula a un fuerte precursor, ese asombroso profeta, Jeremías. Aunque el Libro de Job es menos impactante, retórica y dialécticamente, que el libro de Jeremías, sigue siendo profundamente problemático”.[3]



Este nuevo acercamiento obedece a la celebración anual de la Biblia (en México, al menos) como palabra divina establecida en el corazón de la iglesia como su razón de ser y está dominado por el interés de subrayar, una vez más, su importancia para la fe y la esperanza de las comunidades. Hacerlo hoy, desde este libro y desde la situación que se vive, resulta extremadamente paradójico, pues la ansiedad con que Job esperaba la respuesta de su Dios se asemeja mucho a la que hoy se presenta en la búsqueda de razones o explicaciones sobre lo que está aconteciendo. La inflación de las palabras humanas y la supuesta escasez de palabra divina para el momento vivido demandan una nueva reflexión que asuma el contenido de este libro con honradez, seriedad y profundo respeto por su estilo y contenido.



Debe destacarse el hecho de que en las tres zonas discursivas dominantes que surgen en el texto (Job, la divinidad y los cuatro amigos: Elifaz, Bildad, Sofar, Elihú) se combinan admirablemente los elementos que entran en juego para detonar la fuerza literaria, moral, religiosa y existencial de la obra: poesía, drama y teología. En ellos, semejante mezcla produjo algunos de los mejores momentos dialógicos de todo el Antiguo Testamento puesto que ninguno de ellos se pierde o disminuye, sino que, por el contrario, da más potencia a lo expresado.



Los demás hablantes, con todo y la importancia que manifiestan en el transcurso de la narración, el satán, su esposa y los cuatro amigos (con lo cual son, en total, ocho hablantes), contribuyeron a armar el escenario completo del drama humano. La palabra divina no anuló ni borró la capacidad expresiva de quienes hablan en la historia, además de Job, puesto que asumir la presencia impactante de esa palabra no limitó la expresividad sino que la colocó en otro horizonte espiritual y existencial: “…obedecer realmente a Dios no consiste en aceptar una situación como la que dice el proverbio holandés: ‘Tras la palabra de Dios, al cerebro se le encierra con llave’, sino que se trata de la respuesta que dan los seres humanos a la invitación por comprender la dinámica ética como aquello que constituye un orden moral en consonancia con la gratuidad divina”.[4]



Evidentemente, la palabra divina —explicativa y soberana, al mismo tiempo— es la que se aguardaba con mayor expectación, sobre todo por la exigencia de Job en ese sentido, aun cuando la forma en que se difiere el discurso divino de “respuesta” transitó por una línea completamente distinta a la expuesta en la mayor parte del texto. En la primera sección del libro en prosa, las palabras divinas tienen una tensión diferente a la que aparecerá cuando responda a Job “desde la tormenta” (38.1). Porque ése es el factor determinante de todos quienes hablan en el libro: el satán, desde la postura del fiscal; la esposa, desde la comodidad de la vida; Job, desde el sufrimiento inexplicable; y sus amigos, desde la exterioridad, la superioridad doctrinaria e incluso la indiferencia moral.



Allí radica la fuerza de la distinción entre la palabra divina y la humana, desde donde quiera que ésta proceda. Job tuvo que prevenirse para recibir la palabra divina desde su origen (todo lo contrario del “silbo apacible” que conoció Elías). Su amigo Elihú lo advirtió notablemente (cap. 37.1-4), pues vio venir la palabra divina con toda su intensidad y potencia:



Tiemblo ante la tormenta,



y siento que el corazón



se me sale del pecho.



¡Escuchen la voz de Dios!



¡Escuchen su voz de trueno!



¡Dios deja oír su voz



de un lado a otro del cielo,



y hasta el fin del mundo!



Mientras se oye su voz poderosa,



¡rayos luminosos cruzan el cielo!



Pero Job no calló y su palabra ha quedado registrada minuciosamente:



Pero voy a decirles algo:



es Dios quien me hizo daño,



¡es Dios quien me tendió una trampa!



A gritos pido ayuda,



pero nadie me responde,



ni conoce la justicia.



Dios no me deja pasar,



me tiene cerrado el camino.



Me quitó mis riquezas;



me dejó como a un árbol



destrozado y sin raíces.[5]





De ahí que el reproche no tan velado de su amigo Bildad en el cap. 4.1-5 aparezca como una serie de advertencias retóricas para lo que estaba por brotar de sus labios:



Puede ser que no te guste



lo que tengo que decirte,



pero no puedo quedarme callado.



Si bien recuerdo,



tú fuiste maestro de muchos



y animabas a los desanimados;



palabras no te faltaban



para alentar a los tristes



y apoyar a los débiles.



Pero ahora que sufres,



no lo soportas



y te das por vencido.



El uso de la palabra con toda su fuerza estaba en juego en este ajedrez imposible que se despliega en el resto del libro. Cada palabra es atendible por igual, la divina y la humana, con el propósito de articular la enseñanza divina de la mejor manera. Atenderlas en su justa dimensión es el desafío que tenemos hoy por delante.



 



Notas



[1] H. Bloom, ¿Dónde se encuentra la sabiduría? Madrid, Taurus, 2005, p. 8.



[2] Ibid., p. 9.



[3] H. Bloom, Essayists and prophets. Filadelfia, Chelsea, 2005, p. 1. Versión: LC-O.



[4] Jan Jans, “Ni castigo ni recompensa. Gratuidad divina y orden moral”,enConcilium,núm. 307, septiembre de 2004, p. 104.



[5] Cf. Juan Ignacio Jiménez A., “El justo acusa a Dios. A propósito del libro de Job”


 

 


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