Una vasta crónica de un episodio de las guerras carlistas, el cerco de Bilbao, defendido por los liberales.
Paz en la guerra es la primera novela que escribió Unamuno en 1897. 26 años después se publica la segunda edición. En el prólogo a esta edición, fechada en Salamanca en abril de 1923, explica: “Esta obra es tanto como una novela histórica una historia anovelada. Apenas hay en ella detalle que haya inventado yo. Podría documentar sus más menudos episodios. Creo que, aparte del valor literario y artístico –más bien poético– que pueda tener, es hoy, en 1923, de tanta actualidad como cuando se publicó”.
Dice Eugenio de Nora que: “Paz en la guerra es el libro que suministra los datos más precisos para comprender la formación de Unamuno y la estructura de su personalidad”. Y acompaña su juicio con otro pasaje del prólogo referenciado: “Aquí, en este libro –confiesa Unamuno– que es el que fui, encerré más de 12 años de trabajo; aquí recogí la flor y el fruto de mi experiencia de niñez y de mocedad; aquí está el eco, y acaso el perfume, de los más hondos recuerdos de mi vida y de la vida del pueblo en que nací y me crie; aquí está la revelación que me fue la historia y con ella el arte”.
La trama de la novela es una vasta crónica de un episodio de las guerras carlistas, el cerco de Bilbao, defendido por los liberales. El 28 de diciembre de 1873, los carlistas comienzan a cerrar la ría y Bilbao queda sitiado después de la caída de Portugalete. El 21 de febrero del año siguiente empieza el bombardeo. Unamuno, que tiene 10 años, algo inquieto y curioso es testigo. Este episodio lo recuerda y lo expone ante el general Millán Astray y otras grandes autoridades del Movimiento Nacional en el discurso que pronuncia ante ellos en la Universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1936. Recordando el bombardeo de Bilbao, Unamuno escribe el 18 de noviembre de 1931 en Diario de Sesiones: “Para los niños, ¡que hermosos días aquellos sin colegio, aquellos días de ansiedad del 74! Ocurría algo grande, algunas madres lloriqueaban cuando les llevaron a ellos a las lonjas. Allí se divertían los chiquillos de Arana en hacer y formar ejércitos de pajaritas de papel, en alienarlos tocando pasos fúnebres. Cuando la bomba caía cerca, a recoger los cascos, ¡uf!, y ¡cómo quemaban! La casa de enfrente estaba apuntalada y con sus escombros bombardeaban una tienda abandonada, derribaban a pedradas los taburetes amontonados en el mostrador, bajo el cual se escondían los sitiados en chencitas. En unos días de respiro hubo colegio”.
Con estas batallas como fondo Unamuno construye la novela Guerra y paz, obra impregnada de recuerdos imperecederos de su niñez en Bilbao, cuando sonaban los cañones a su alrededor.
Los episodios de Paz en la guerra son vistos por Unamuno a través de dos familias, la familia de Pedro Antonio Iturrondo y la familia Arana. Separados por sus respectivas ideologías carlista y liberal, no son sino representantes y símbolos de la vida del país. Ignacio, el hijo de Pedro Antonio, cobra un protagonismo principal en la novela. Alistado en las tropas carlistas, vive su amor inconfesado por Rafaela. Acierta Julián Marías, uno de los mejores biógrafos de Unamuno, en un libro de 1950, cuando escribe que Paz en la guerra “es la novela de un personaje colectivo; se trata en ella –añade– de una vida comunal, de una existencia no individualizada. El personaje, el protagonista mismo, es aquí el mundo”. Unamuno también lo entendía así cuando dice en el prólogo a la segunda edición: “Diga yo de este libro que os entrego otra vez: Esto no es una novela; es un pueblo”.
Avanzada la novela, al recibir los padres de Ignacio la noticia de su muerte, entre las cartas de pésame llega una del tío Pascual. En la escritura de esta carta Unamuno hace una vez más gala de sus conocimientos bíblicos: “Ignacio había muerto con gloria; que no lloraran una muerte que le daba vida eterna; que recordaran como no puede ser discípulo de Cristo quien no toma su cruz para seguirle, aborreciendo a padre y madre, mujer, hijos y hermanos; que Dios había aceptado aquellas vidas en Somorrostro en expiación de los furores de la impiedad; que era Ignacio el cordero de la guerra que lavaba con su sangre las manchas del liberalismo, y aplacaba la cólera de Dios, deteniendo su brazo armado del látigo de la anarquía”.
Eugenio de Nora dice que en el estudio de esta novela se encuentra un material riquísimo para entrar en la biografía íntima de Unamuno. “En el fondo del intelectual, del escéptico, del republicano y anárquico habrá siempre un buen aldeano vasco, malicioso e ingenuo, socarrón frente a su propio intelecto”. Parecida es la opinión de Antonio Sánchez Barbudo en la revista Insula y de Zubizarreta en Unamuno en su “nivola”.
Tras el desastre carlista en Somorrostro, Pachico vaga sólo cruzando montañas y contemplando mares. “Cobra entonces fe para guerrear en paz, para combatir los combates del mundo, descansando entre tanto en la paz de sí mismo. ¡Guerra a la guerra; más siempre guerra!”.
Unamuno escribe en tono moralizante el último párrafo de la novela: “En el seno de la paz verdadera y honda es donde sólo se compromete y justifica la guerra; es donde se hacen sagrados votos de guerrear por la verdad, único consuelo eterno; es donde se propone reducir a santo trabajo la guerra. No fuera de ésta, sino dentro de ella, en su seno mismo, hay que buscar la paz; paz en la guerra misma”.
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