La crítica y los lectores coinciden en que se trata de una obra clásica de la literatura contemporánea.
Lo confieso. De los muchos y buenos escritores que ha tenido y tiene Francia me quedo con Camus. Es mi héroe literario. Ni Voltaire, ni Diderot, ni Víctor Hugo, ni Racine, ni Rimbaud, ni Chateaubrian, ni Flaubert, ni Proust, ni Sartre, ni los tres genios extranjeros que escriben en francés, el irlandés Beckett, el checo Kundera, el español Arrabal, tampoco Valeri, ni Gide, ni Genet, enterrado en el Larache de mis sueños, ni otros centenares de buenos escritores de la vecina Francia. Ninguno. Los borro a todos. En mi concepto particular, Albert Camus los supera.
Tres factores me unen a él. Ambos nacimos en el norte de África, él en Argelia y yo en Marruecos.
Los dos fuimos hijos de padre francés y madre española.
Él y yo nos iniciamos en el periodismo y más tarde escribimos libros, si bien el alcanzó la gloria literaria y yo me he quedado en un tímido y casi desconocido aplauso. ¡Cosas de la vida!
Desde que empezó a escribir en Argelia con 17 años hasta su muerte en un absurdo accidente de carretera en Francia cumplidos los 43, Camus elaboró una obra dinámica sustentada en un pensamiento humanista que algunos críticos nunca llegaron a entender.
De su mente salieron novelas brillantes: La muerte feliz, El revés y el derecho, El mito de Sísifo, El extranjero, Calígula, El malentendido, El hombre rebelde, La caída, El exilio y el reino, Reflexiones sobre la pena capital y otras. Al morir estaba trabajando en otra novela, El primer hombre. Fue hallada en su cartera al momento de su muerte. Las 144 páginas que ya había escrito fueron completadas por su hija Francine y publicada en francés en 1994 por Ediciones Gallimard en París. La versión española es de Aurora Bernárdez. Encargada de su publicación fue la Editorial Tusquets de Barcelona. Apareció en librerías de España al mismo tiempo que en Francia, año 1994.
En 1947 Albert Camus pública una de sus mejores y más leída novela, La peste, cuya redacción la empezó en Orán, donde entonces vivía, seis años antes.
Se ha dicho que La peste es una de las novelas más importantes escritas en Francia después de la segunda guerra mundial. La crítica y los lectores coinciden en que se trata de una obra clásica de la literatura contemporánea. Una inesperada y descomunal invasión de ratas da lugar a una epidemia de peste en Orán, iniciando a una era de enfermedades, tortura y muerte en la ciudad argelina.
Herbert Lottman, autor de una monumental biografía de Camus dice que en la utilización de argumentos el autor tuvo en cuenta la llamada peste negra de 1342, cuando se ejecutaba a los judíos por considerarlos culpables y la peste que asoló España en 1481.
En la novela, la peste se origina en el inmueble que habitaba el doctor Bernard Rieux, principal protagonista de la novela de principio a fin. Del fondo oscuro del corredor “ve surgir una rata de gran tamaño con el pelaje mojado. El doctor la contempló un momento y subió a su casa”. Al día siguiente el portero del edificio, “el viejo Mitchel”, detuvo a Rieux cuando salía para decirle “que algún bromista de mal género había puesto tres ratas muertas en el corredor”. Estaban llenas de sangre. Recorriendo los barrios argelinos para visitar a sus enfermos Rieux “llegó a contar una docena de ratas tiradas sobre los restos de las legumbres y trapos sucios”. Rieux comprobó enseguida que todo el barrio hablaba de ratas. “Salen muchas, le dijeron, se las ve en todos los basureros”.
Rieux se acerca a la estación para recibir a la madre, que llegaba con el fin de ayudar a las tareas del hogar, ante la imposibilidad de hacerlo su esposa enferma. En la estación se encuentra con el señor Óthon, quien también esperaba a su mujer. Mientras hablaban, un empleado de la estación pasó llevando un cajón lleno de ratas muertas. Días después Rieux encuentra al portero pálido y cansado. Le enseña a Rieux el nuevo hallazgo. Las ratas. “Se las encuentra ahora de dos en dos, de tres en tres. Pero lo mismo pasa en otras casas”, dice Mitchel.
Abatido y preocupado Rieux telefonea al servicio municipal de desratización. El director, Mercier, le dice que conoce el tema, pero nada puede hacer. En sus mismas oficinas habían encontrado una cincuentena. Y su criada acababa de informarle que en la fábrica donde trabajaba el marido “habían recogido varios cientos de ratas muertas”.
Rieux decide visitar al doctor Castel, un viejo médico amigo suyo que sabía mucho de enfermedades infecciosas. Castel es pesimista. Por primera vez en la novela, de sus labios sale la palabra peste. Rieux reconoce delante de su amigo “que un montón de enfermos dispersos por todas partes acababa de morir inesperadamente a causa de la peste”.
Cuando mueren las ratas la peste no desaparece. Entran “en circulación miles y miles de pulgas que transmitirán la infección en proporción geométrica”. La peste llega a tal extremo que según la novela mueren 500 personas cada semana. El alcalde ordena el cierre de la ciudad. Orán queda convertida en una ciudad fantasma.
El aspecto teológico en la novela de Camus está representado por las largas conversaciones entre el jesuita Paneloux, al que Camus llama “padre” cada vez que se refiere a él, y el doctor Rieux. El jesuita no justifica la peste, pero la argumenta con textos aprendidos en el seminario y llega a decir que la peste es un castigo de Dios por los pecados de la gente. Rieux tira hacia el ateísmo y en ocasiones pone en aprieto al jesuita con sus razonamientos.
Cuando el pequeño hijo de Óthon yace en cama a punto de morir, el padre jesuita se inclina hacía él y ora: “Dios mío, salvad a este niño”. Sin embargo, el niño muere. El doctor Rieux mira de frente al religioso y le dice: “¡Ah!, al menos éste era inocente; usted lo sabe”.
Tres veces, en diferentes etapas, he leído la novela de Camus; la primera lo hice en francés. El final de la historia siempre me ha impactado, tanto como el último capítulo de Don Quijote, donde se cuenta la muerte de Alonso Quijano el bueno.
Pasada la epidemia, “las calles se llenaron de nuevo del borboneo de una muchedumbre alegre… El rumor de la ciudad llegaba al pie de las terrazas con un ruido de ola… El deseo bramaba sin frenos y era un rugido que llegaba hasta Rieux. Del puerto oscuro subieron los primeros cohetes de los festejos oficiales. Rieux, el hombre que se había entregado en cuerpo y alma al pueblo para socorrerlo en su angustia, contemplaba el espectáculo desde la terraza del inmueble”. Camus pone punto final a su magnifica novela con palabras y argumentos aleccionadores, valederos para todas las situaciones semejantes: “Oyendo los gritos de alegría que subían de la ciudad, Rieux tenía presente que esta alegría está siempre amenazada. Pues él sabía que esta muchedumbre dichosa ignoraba lo que se puede leer en los libros, que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar el día en que la peste para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa”.
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