Que los cristianos seamos un fermento de búsqueda de justicia social, aunque también de misericordia y de amor en acción.
Llegamos al final del año muy poco después de las grandes celebraciones navideñas. Tiempos fríos. Trescientos sesenta y cinco días se quedan atrás. Nostalgia. ¿Ha habido muchos cambios? ¿Ha cambiado algo desde el “no había lugar para ellos en el mesón”, hasta ahora, final de año? Ruidos políticos, ciertas violencias ante las cuales la policía tiene que ejercer su normal “contraviolencia”, agresiones ambientales, ricos cada vez más ricos, frente a pobres cada vez más pobres, noticias de violaciones y violadores, niños que pasan hambre, noticias fuertes sobre corrupción con la lucha comparativa entre la Gurtel y los ERE en España, contaminación sin límites, incluso con nuestras propias calefacciones, cuando hay tantos y tantos que pasan frío y se protegen metiéndose cartones y papeles debajo de sus ropas, para no congelarse en las frías noches de invierno de los “sin techo”. Así, pues, podríamos concluir con la frase “final de año y la casa sin barrer”.
Pues sí. En este año, la casa ha quedado sin barrer. Sigue vigente la frase de que, para muchos, no hay lugar en el mesón de la vida. El cambio de valores, tan necesario en nuestras sociedades, no llega. No hay lugar para todos, no hay colchones adecuados para todos los mortales. Éstos y las buenas mantas ya han sido adjudicados. Así, para los demás, frío durante todo el año.
¿Se podrá barrer este año la casa? ¿Podrá cambiar algo en los próximos 365 días? ¿Podremos hacer algo los seguidores del Maestro que dedicó su vida al servicio y a hacer el bien a todos? Para algunos, las grandes mansiones, las casas de lujo, los chalets. Para otros, el tener una vivienda digna ya es un lujo, pero, para muchos otros, los pobres de la tierra, les quedan los refugios infectos, los chopanos, el cielo raso y, en su caso, para algunos privilegiados de entre los “sin techo”, les quedan los cajeros de los bancos.
Pues sí. Final de año y la casa sin barrer. Siguen en él las problemáticas, los egoísmos, las corrupciones, las violencias y las almas putrefactas. En los mesones de la vida no hay suficiente espacio para todos. Algunos ocupan demasiado, comen y visten de lujo, dejando a muchos otros desnudos. Desequilibrios económicos, insolidaridades sin fin, acumulaciones locas, almacenes y cuentas corrientes llenas de necedad que eliminan la vida del otro. No. El año no ha cambiado. La casa común no está limpia. No ha habido escoba, por grande que fuera, capaz de barrer tanta podredumbre humana.
¿Llegarán los Reyes Magos a los focos de pobreza, a los estigmatizados de nuestra historia, a los desclasados, a los oprimidos y pobres de la tierra? ¿Llegarán las músicas de celebración del año nuevo a los oídos de los marginados, de los niños empobrecidos o, simplemente, las tendrán que escuchar como melodías tristes que a ellos no les pertenece disfrutar? ¿Vamos a comenzar a barrer la casa, nuestra casa común, la tierra, para que haya más justicia social, o se quedará también en el año 2020 la casa sin barrer? ¿Por qué, después de veinte siglos, no hay lugar todavía para tantos y tantos humanos en el mesón de la vida? ¿Por qué muchos siguen gritando ¡No hay lugar, no hay lugar!? ¿Qué hago con mi hijo? ¿Dónde puedo calentar a mi bebé?
Año 2020, ¿nos ayudarás a limpiar la casa de todos, limpiarla de corrupción, de acumulaciones desmedidas, de empobrecimientos masivos de poblaciones enteras, de injusticias sociales sin límite, del hambre, de la miseria? ¡No excluyas a tantas y tantas personas de la celebración de la vida en dignidad! Que los cristianos seamos un fermento de búsqueda de justicia social, aunque también de misericordia y de amor en acción. Esa es la fe, la que actúa a través del amor, como diría el apóstol San Pablo.
Una buena cosa que podría haber hecho el año 2019, sería haber podido construir un albergue digno, que diera acogida, trabajo, medicinas y medios de vida digna a más de media humanidad que vive en pobreza, aunque con diferentes gradaciones, desde los mil millones de hambrientos en el mundo, pasando por los que están en pobreza severa y en la infravida, y llegando a tantos y tantos pobres que sobreviven de forma indigna porque se les han robado sus posibilidades de vida. Hay que construir ese gran albergue. Es una deuda de la humanidad para con los pobres de la tierra, para evitar este gran escándalo humano. Un gran albergue digno que abarcara a más de medio mundo. Habría sido una empresa enormemente exitosa para el año que pasa, el 2019. Ahora, el gran reto, le queda al 2020… y así sucesivamente.
Eso sería barrer la casa hasta llegar a un año en el que pudiéramos gritar que la casa ya está barrida, que la casa está limpia y que, en ella, reina el esplendor de la justicia. ¿Imposible? Quizás no. Para Dios, si nos ponemos en sus manos, no hay nada imposible. La frase navideña de que “no hay lugar para ellos en el mesón”, debería ser erradicada de nuestra historia.
No ha podido ser en el año que termina, el año 2019. ¿Se podrá en el 2020? Hay que trabajar por ello. Si no, será en el 2021 y, si no, en el 2050, pero no hay que perder el objetivo, la digna meta. Al albergar a tanta humanidad sin recursos, al acogerlos, al dignificarnos, nos estaríamos dignificando a nosotros mismos. Autodignificarnos, hasta ese día en el que todos nos abracemos en el cielo… aunque dice la Biblia que muchos se quedarán fuera en medio de las tinieblas de la noche.
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