Si, en algún momento, se trabajó la madera de haya, ésta debió importarse de otras regiones más norteñas.
Y David y toda la casa de Israel danzaban delante de Jehová con toda clase de instrumentos de madera de haya; con arpas, salterios, panderos, flautas y címbalos. (2 S. 6:5).
La palabra hebrea berosh, בְּרוֹשׁ, que se encuentra en numerosos pasajes bíblicos, se ha traducido de manera diversa.
En la Septuaginta aparece como pitys, πίτυς; peúke, πεύκη; kypárissos, κυπάρισσος (haya, Ez. 27:5), kedros, κέδρος (cedro, Is. 14:8) o xyla Libanu, ξύλα Λιβάνου (cedros del Líbano).
Y en la versión latina de la Vulgata figura también como abies (abeto) y cupressus (ciprés). Todos estos árboles son coníferas y abundan en Israel, excepto las hayas, que pertenecen a la familia de las Fagaceae y no se dan en las tierras bíblicas.
Por tanto, lo más probable es que el término berosh no se refiera a las hayas sino al ciprés o alguna de las otras coníferas propias de Tierra Santa.
La madera de las cuales se empleó para construir barcos (Ez. 27:5), así como instrumentos musicales (2 S. 6:5), vigas para los techos de las casas (1 R. 5:8, 10) y sobre tales árboles hacían también sus nidos las cigüeñas (Sal. 104:17) (ver CEDRO, CIPRÉS, PINO).
No obstante, las hayas (Fagus sylvatica) son árboles caducifolios de la familia de las fagáceas que forman bosques de espesa techumbre, llamados hayedos, desde la Europa septentrional hasta las regiones norteñas del Asia Menor.
Sus copas pueden alcanzar los 35 ó 40 metros de altura. El tronco es recto, está poco o nada ramificado y su corteza lisa presenta una tonalidad grisácea o blanquecina.
Las hojas del haya son simples y de un verde vivo cuando jóvenes, que se va volviendo más oscuro con el tiempo. Se disponen alternativamente en los tallos tiernos, mientras que en las ramas leñosas salen en fascículos.
El pecíolo es corto y los nervios laterales son paralelos y muy bien marcados. Estas hojas se disponen en posición horizontal para captar la máxima cantidad de luz y esto hace que los hayedos sean sombríos.
En verano, con el calor, es una delicia caminar a la sombra de semejante techumbre de hojas de haya. Sin embargo, cuando las hojas han alcanzado su mayor desarrollo, acaparan toda la luz solar y no permiten que crezca casi ninguna otra planta en el suelo.
Las hayas necesitan suelos frescos y ricos en nutrientes, así como lluvia abundante y una elevada humedad atmosférica. Estas condiciones no suelen darse en Palestina, por lo que es poco probable que hubiera hayedos.
Si, en algún momento, se trabajó la madera de haya, ésta debió importarse de otras regiones más norteñas. En las regiones montañosas, el haya puede formar bosques mixtos con el abeto.
Las raíces del haya son muy superficiales y se extienden al máximo para captar pronto el agua y la humedad del ambiente.
El teólogo inglés, John Kitto (1804-1854), reputado escritor sobre asuntos bíblicos y orientales, a propósito de las danzas religiosas que se realizan en el Antiguo Testamento y de los instrumentos que se elaboraban con madera de haya, escribe:
“Y David y toda la casa de Israel danzaban delante de Jehová con toda clase de instrumentos de madera de haya; con arpas, salterios, panderos, flautas y címbalos. La mayoría de las ocasiones en las que se utilizaba eran festivas, y quienes los llevaban y tocaban por regla general eran las mujeres: Los cantores iban delante, los músicos detrás; en medio las doncellas con panderos. Era una costumbre habitual en la mayoría de culturas antiguas, y lo sigue siendo hoy en día en las naciones de Oriente. Los usos y costumbres actuales en esos países sirven perfectamente para ilustrar las alusiones bíblicas a este instrumento, pero felizmente tenemos ilustraciones mucho más antiguas y de gran valor documental de los monumentos de Egipto, donde repetidamente aparecen grabados de panderos y panderetas como instrumento favorito, tanto en ocasiones sagradas como festivas. Había tres tipos distintos de panderos que diferían tanto en su forma como en sonido: Uno era circular; el otro cuadrado o rectangular; y el tercero consistía en dos habitáculos cuadrados separados por una barra. Eran de uso generalizado en todo el país del Nilo y se empleaban a menudo como acompañamiento del arpa y otros instrumentos. Por regla general lo tocaban las mujeres, a las que se representa danzando al son del pandero y sin el acompañamiento de ningún otro tipo de instrumento.”[1]
[1] Spurgeon, C. H., 2015, El tesoro de David, CLIE, Viladecavalls, Barcelona, p. 2325.
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