El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
El tema de la novela, creer o no creer, creer creyendo que sólo se cree por la obligación profesional de creer, acerca al lector al planteamiento último del tema unamuniano: la fe en Dios en esta vida y la fe en otra vida después de la muerte.
Ni Azaña era ateo ni defendía la causa del ateísmo. Pero creía que había llegado el momento de acabar con la dependencia del Vaticano.
Cuando Azaña emprendió la reforma de todas las estructuras estatales, abordando como cuestión capital la separación total de la Iglesia y el Estado, estaba firmando su sentencia de muerte política.
Concluiremos que la permanencia de Sartre en el ateísmo ideológico no fue, precisamente, por falta de oportunidades para conocer al Dios de la Biblia ni por carencia de testimonios personales.
O sea, que Dios se nos hace patente en la religación, ¿no? Pues es todo cuanto queremos. Vivir para siempre aquí, ahora y hasta la hora de nuestra muerte, amén. Para siempre, ligados y religados a Dios. Y que nada ni nadie pueda desligarnos ni desreligarnos.
Lo espiritual está presente en todas sus obras. Y no es una presencia circunstancial, sino intencionada, meditada, creada aposta. Dios no es en él un recurso teatral, como en otros autores; es una realidad viviente.
El escritor ruso vivió amando la verdad y murió con ella en los labios. Esto ya es mucho para un hombre. Lo demás corresponde al juez justo.
Camus desentierra el eterno tema del sufrimiento de los sin culpa. Es la punta más aguda del problema del mal. Pero el escritor sabe también que sólo el Cristianismo de Cristo ha dado una respuesta a la pregunta de por qué sufren los inocentes.
Tagore sufre la aparente ausencia de Dios, quien parece jugar caprichosamente al escondite con el hombre que le busca y le llama. Pero Dios no desaparece.
Hay que matar la duda. Estrangular las vacilaciones y las incertidumbres que impiden una fe genuina, total, que nos hace desconfiar cien veces y confiar una sola.
Por término medio una persona puede decir entre 7 y 20 mil palabras. Tus palabras tienen el poder de influir sobre ti y los demás de una forma poderosa para bien o para mal.
Dios, la religión, el amor, la muerte, el alma, la eternidad, son asuntos constantemente tratados en sus temblorosas rimas y en las narraciones en prosa.
La poesía de San Juan de la Cruz está considerada como la más brillante que produjo el Siglo de Oro español.
“25 ENIGMAS DE LA BIBLIA”, por Máximo García Ruíz, Ediciones Noufront, Valls, (Tarragona), 2018, 247 páginas.
Frente a una sociedad que tiende a destruir la armonía del ser y del universo, existe la posibilidad y la certeza de reencontrarla, porque es un reino que está dentro de nosotros desde el principio.
La humanidad se ha vuelto sorda ante los dolores y clamores del desvalido. Hemos llegado a ser peores que los animales irracionales. El egoísmo y la confusión lo invaden todo. En esta ceremonia de locura sólo tenemos un camino claro: eperar a Godot.
Seríamos mucho más creíbles como cristianos, que sin darnos golpes de pecho como el humilde publicano, reconociéramos nuestras culpas y silenciosamente gritáramos: “por mi culpa”.
Entre la mente de Dios y la mente del hombre existirá siempre esa abismal distancia teórica que hay entre el cielo y la tierra de la que habla el profeta Isaías. Los caminos de Dios no son los caminos del hombre. Ni los ojos de Dios son los ojos del hombre.
La pasión que Hawking manifiesta por conocer el origen y destino del Universo no es nueva. En realidad, es tan antigua como el hombre mismo.
Fue, a mi juicio, un hombre que combatió en su época todas las formas de inhumanidad en el orden social.
Para el gran pensador rumano, “es difícil creer en algo, si no crees siquiera en ti mismo y en que tiene algún sentido el que cada día te levantes”.
Al que cae no se le permite ni oír ni sentir que ha llegado al fondo. Sólo sigue cayendo y cayendo. Es el tipo de caída destinada a los hombres que en algún momento de su vida buscaron en su entorno algo que éste no podía proporcionarles.
“Soy cristiana, de democracia cabal. Creo que el Cristianismo con profundo sentido social puede salvar a los pueblos”, afirmaba la poetisa.
Algunas palabras, las buenas, no deberían ocultarse nunca, sino proclamar a todas horas que Aquel que es la Palabra se hizo Hombre y vivió entre nosotros lleno de amor y de verdad.
Papini quiso llegar al ateísmo integral. Pero Cristo le esperaba, como a la samaritana junto al pozo de Jacob.
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