Al dejar la ley se constituye otra ley, la que los impíos representan y promueven.
Existe en la naturaleza humana una especie de principio de solidaridad, por el cual hay una tendencia a identificarse con quien está pasando por experiencias semejantes, pudiéndose también denominar principio de empatía. No cuesta ningún esfuerzo, porque es fácil comprender lo que la otra persona está experimentando, al haber una afinidad que une, por la que se comparten sentimientos, ideas y vivencias. Surge espontáneamente y lo realmente difícil sería ir en contra de tal tendencia. La complicidad que se establece entre las partes ayuda a asumir y digerir lo que de otra manera sería inasumible e indigerible, al haber alguien más que está en la misma situación, con lo cual no hay esa percepción de soledad que aboca a pensar que nadie puede entender lo que me está ocurriendo. La sensación de soledad y, por tanto, de incomprensión, se torna en una carga muy difícil de sobrellevar; pero si a otro le pasa lo que a mí me ocurre, ya no estoy solo, con el alivio que supone estar acompañado.
En tantos momentos de nuestra vida necesitamos cómplices, es decir, próximos, por los cuales descubrimos que lo que imaginábamos ser insólito e inconcebible, es patrimonio de ellos también. Especialmente esto es así en los casos donde el sufrimiento hace acto de presencia. Quien ha pasado por determinada enfermedad puede fácilmente identificarse con otro que la está pasando. A un emigrante le comprende, mejor que nadie, quien es o ha sido emigrante, no alguien que jamás ha tenido que salir de su país. Un desempleado hallará eco en quien lo ha sido, antes que en alguien que siempre ha tenido el trabajo asegurado.
Pero de la misma manera que existe una complicidad benigna, existe también una complicidad maligna, por la cual el que obra lo malo busca apoyo en los que hacen lo mismo. Esa complicidad se necesita para reforzar la propia posición y de esa manera tener una justificación, que se convierte en el soporte para seguir haciendo lo malo. Y como la maldad va en aumento, tanto en número como en profundidad, no hay que correr mucho para encontrar millones de compadres y compinches que corroborarán la supuesta bondad que hay en la maldad.
Hay un tweet de Dios sobre la complicidad con la maldad que dice lo siguiente: ‘Los que dejan la ley alaban a los impíos; mas los que la guardan contenderán con ellos.’ (Proverbios 28:4). Este tweet de Dios, en su primera parte, contempla a dos facciones diferenciadas de personas, pero que comparten un mismo sentir. Por un lado están los que dejan la ley y como el verbo dejar está en presente, se trata de un hecho que está teniendo lugar ahora, recientemente. Por otro lado están a quienes se denomina impíos. Pues bien, los primeros, que ahora están renegando de lo que hasta hace poco habían mantenido y se han convertido en prevaricadores, ensalzan a los segundos, los que ya son veteranos en esa prevaricación. Mediante ese ensalzamiento se alinean con ellos y, de paso, justifican el mal que están cometiendo. Es la complicidad con la maldad. Los noveles malvados enaltecen a los experimentados malvados. Los alumnos perversos encumbran a los maestros perversos. Los nuevos impíos admiran a los consagrados impíos.
Desde siempre y en todas partes del mundo, pero mucho más en la actualidad, es factible ver el cumplimiento de este tweet de Dios, porque la transgresión de la ley se ha hecho norma y, por tanto, hace falta una norma que normalice esa norma. ¿Y qué mejor manera de hacerlo, que la homologación de quienes ya están curtidos en tales lides? Su reconocimiento acredita que el camino emprendido de abandono de la ley es legal. De este modo, al dejar la ley se constituye otra ley, la que los impíos representan y promueven.
Cuando la ley que se deja es la ley de Dios, hace falta desesperadamente encontrar apoyos que refrenden el abandono, lo que se logrará cómodamente, porque los transgresores de la ley de Dios, que se deleitan en quebrantarla, son innumerables.
Pero el tweet tiene una segunda parte, consistente en que inevitablemente surgirá un enconado conflicto con los contrarios. Estos contrarios son los que estiman la ley como lo más precioso, el tesoro más grande que pueda haber y por tanto digno de ser mantenido y guardado, sobre todas las cosas. El choque, por tanto, es inevitable, pues no puede haber acuerdo, ni entendimiento, ni connivencia entre los dos grupos. La denuncia de la maldad es parte irrenunciable de quienes tienen por estandarte la ley, la ley de Dios. Y al hacerlo, además, están rindiendo un inapreciable servicio al reivindicar el valor de los fundamentos del orden moral en este mundo. Existe una hostilidad, que el tweet señala, resultado de la incompatibilidad que hay entre apostasía y fidelidad.
No seas cómplice con lo malo, no seas partícipe de sus hechos, por más popular que sea hacerlo. Los números no pueden hacer bueno lo malo. Sé un contendiente en su contra, porque eres un guardador de lo bueno, lo cual está expresado en la ley de Dios.
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