La obra de Unamuno es inmensa y variada. Incluye artículos periodísticos, relatos, ensayos, obras teatrales, conferencias, discursos, poesías, novelas.
A partir de la próxima semana esta sección de Protestante Digital va a proceder a comentar una por una, siguiendo la fecha cronológica de su publicación, todas las novelas escritas por Miguel de Unamuno. Será una labor ingente, dedicada a que los lectores conozcan de primera mano el número y la importancia de la colección novelística unamuniana.
Antes de entrar directamente en el análisis de sus novelas nos ha parecido prudente presentar, aunque de forma esquemática, la biografía de su autor. Es lo que estamos haciendo aquí.
Miguel de Unamuno y Jugo nació en Bilbao el 29 de septiembre de 1864. Sus padres, Félix y Salomé, miembros de una familia de clase media acomodada, engendraron seis hijos. Unamuno era el tercero. Siempre en medio, como estuvo a lo largo de toda su vida, contra esto y aquello.
Cuando apenas contaba seis años realizó sus primeros estudios en el colegio de San Nicolás, en su ciudad natal. Recordando aquellos años cuenta en Escritos Bilbaínos, de 1984:
Mi niñez es la fuente de mis mejores recuerdos. Vuelvo a ella la vista como los pueblos a su infancia oscura. Siento por ella un amor igual al que estos sienten por su pasado remoto.
Entre los compañeros de estudio se gana la fama de chico raro. Gustaba contar a sus amigos “cuentos de tira y afloja”, inspirados en sus lecturas tempranas de Julio Verne.
En 1875 Unamuno ingresa en el Instituto Vizcaíno a fin de cursar el bachillerato. Devorador de libros, en esta época lee muchas vidas de santos, especialmente de san Luis Gonzaga. La lectura del filósofo católico Jaime Balmes le lleva a otros filósofos europeos: Kant, Hegel y Descartes especialmente.
En 1880 Unamuno se traslada a Madrid. Tiene sólo 16 años y solicita en escrito de su puño y letra ser admitido en la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central. Durante su primer curso en la universidad aprueba las asignaturas de Literatura general que enseñaba Marcelino Menéndez y Pelayo. También aprueba con sobresaliente la asignatura de Lengua griega. Despuntaba el glorioso vasco. Se veía llegar al sabio que siempre fue. En el tercer y último año de universidad estudia y aprueba, siempre con excelentes notas, cursos de Historia Crítica de España, Lengua Hebrea y Lengua Árabe. En 1891 Unamuno consigue la cátedra de griego en la Universidad de Salamanca. Ese mismo año contrae matrimonio con su novia de siempre, desde los 12 años, Concha Lazárraga, la gran compañera de toda su vida. Unamuno tiene 27 años.
En 1894 comienza a escribir en el semanario de inspiración socialista La Lucha de Clases, donde verían la luz más de 200 artículos hasta 1897. Poco después extiende su colaboración periodística a El Imparcial, de Madrid y a Las Noticias de Barcelona. En 1900 es nombrado rector de su querida Universidad de Salamanca. Sus novelas y libros de ensayos se van sucediendo. Al mismo tiempo escribe cientos de artículos contra la monarquía. Durante el Directorio de Primo de Rivera, Unamuno es destituido como Rector de la Universidad, suspendido de empleo y sueldo y desterrado a la Isla de Fuerteventura, en las Canarias. Rebelde hasta las últimas consecuencias no acepta la amnistía general que le incluía a él y se exilia en París.
Después del exilio, que lo vive en París y en Hendaya, en 1930, tras la caída de Primo de Rivera regresa a España. Aquí es recibido de manera apoteósica y colmado de honores. Es restituido a su cargo como rector en la Universidad de Salamanca. El 14 de abril de 1931 el régimen político español instala la segunda República en el país, tras el derrocamiento del rey Alfonso XIII. La ciudad de Salamanca lo nombra alcalde perpetuo y el gobierno republicano le declara ciudadano de honor.
España vive años turbulentos. Derechas e izquierdas llevan sus enfrentamientos a las calles. Empieza a correr la sangre. Adivinando el mar de odio que se avecinaba, dice en su auditorio a los jóvenes: “Quiero hacer un llamamiento a la paz, a la paz en la guerra; esa marea de insensateces, de injurias, de calumnias, de burlas impías, de sucios estallidos de resentimientos, no es sino el síntoma de una mortal disolución civil y social. Salvadnos de ella, hijos míos. Os lo pide al entrar en los 70 años, en su jubilación, quien ve en horas de divisiones rojores de sangre y algo peor, livideces de bilis”.
No fue posible la paz. Se cumplieron sus predicciones. El 18 de junio de 1936 estalla la guerra civil, que duraría hasta abril de 1939. Salamanca cae en el bando nacional, comandado por el general Franco. El 12 de octubre de 1936 se produce el incidente que Alejandro Amenábar retrata admirablemente en su última película. La Universidad de Salamanca organiza un acto, presidido por Unamuno, con motivo del día de la raza. Los oradores se suceden, también los insultos a cataluña y al país vasco. El ambiente es tenso. Unamuno interviene: “La de hoy es sólo una guerra incivil. No la guerra civil que de niño viví con el bombardeo de mi Bilbao, una guerra doméstica…”.
Unamuno continúa con su discurso. El general Millán Astray, fundador de la legión, está presente en el acto. Varias veces interrumpe a Unamuno y pide hablar. No puede contener su ira. Grita: ¡Muera la intelectualidad traidora! ¡Abajo los intelectuales! ¡Viva la muerte!
En medio del griterío y de la confusión Unamuno sale de la Universidad cogido del brazo de Carmen Polo, esposa de Franco.
Después del grave incidente Unamuno, en la peor de las soledades, permanece confinado en su casa de la calle Bordadores. Muere el 31 de diciembre de ese mismo año 1936, mientras hablaba con el joven falangista estudiante suyo, Bartolomé Aragón. En la lápida mortuoria su hija Felisa manda poner estas letras que 30 años atrás escribió el propio Unamuno:
Méteme, padre eterno, en tu pecho, misterioso hogar,
dormiré allí, pues vengo deshecho del duro bregar.
Miguel de Unamuno fue el escritor más profundamente religioso de los siglos XIX y XX. En un artículo sobre Nietzsche, publicado en el diario La Nación, de Buenos Aires, el 5 de mayo de 1915, decía: “Se puede muy bien ser religioso, profundamente religioso, cristiano, muy profundamente cristiano, y ser anticlerical y anticatólico”. Y en las líneas finales del mismo artículo, añadía: “Desgraciado del pueblo al que no le dejan soñar con los ojos puestos en el cielo de la noche y mirando más allá de las últimas estrellas”.
Los libros El sentimiento trágico de la vida y La agonía del cristianismo son una muestra de sus creencias cristianas. Quien desee comprobar el conocimiento colosal que Unamuno tenía de la Biblia sólo tiene que leer su largo poema El Cristo de Velázquez, que viene a ser una breve enciclopedia de las Sagradas Escrituras.
La obra de Unamuno es inmensa y variada. En mi biblioteca tengo los ocho gruesos volúmenes publicados en Madrid por la editorial Escelicer en 1960. Incluyen artículos periodísticos, relatos, ensayos, obras teatrales, conferencias, discursos, poesías, novelas. Desde entonces al día de hoy han aparecido varias obras inéditas.
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