El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
El sentido del presente libro es contribuir a la reflexión en torno a los grandes interrogantes contemporáneos que demandan una respuesta clara y convincente desde la fe cristiana.
La apologética cristiana viene respaldada hoy, quizás más que nunca, por la ayuda inestimable de casi todas las disciplinas científicas.
Generalmente, lo que me ha movido siempre a escribir para el mundo evangélico de habla hispana ha sido el propósito de llenar lagunas o vacíos de dicha literatura confesional.
Por primera vez, se trataban temas como los principios fundamentales de la bioética y las diversas antropologías del siglo XX, frente a los valores bíblicos acerca de la vida humana.
El contenido de la primera edición contaba con una introducción en la que se intentaba relacionar el mensaje de Cristo con el contexto sociológico de finales del siglo XX.
Desde GBU me pidieron que impartiera unas conferencias en Salamanca, sobre cómo predicar el Evangelio en la época posmoderna. Ese fue el origen de mi primer libro "Postmodernidad"
Todos esos elementos químicos que forman nuestro cuerpo se encuentran también en el “polvo de la tierra”, tal como sugiere el libro bíblico de Génesis.
Cuando los cristianos se unen para testificar de su fe en Jesucristo, se convierten en luces centelleantes que iluminan el mundo.
La creencia en una larga serie de intermediarios no funcionales continúa siendo uno de los problemas de la evolución darwinista.
¿Sabemos adaptarnos a los tiempos difíciles? ¿Cómo reaccionamos ante las adversidades de la vida?
En su obra, Martin Hilbert afirma que la teoría moderna de la evolución, incluido el evolucionismo teísta, se enfrenta hoy a toda una ola de evidencias científicas que lo desmienten.
El ateo prefiere quedarse con la suposición de la materia generadora que, supuestamente habría existido desde siempre.
En física, dicho fenómeno se conoce como “efecto Tyndall” en honor al científico irlandés John Tyndall que lo estudió en 1869.
Los hombres y las mujeres fuimos diseñados por Dios como seres racionales, sociales, espirituales y religiosos. Esto se aprecia desde los mismísimos orígenes de la humanidad hasta nuestros días.
Están íntimamente relacionados con las raíces de los pinos y enebros que prosperan en los suelos neutros y básicos.
Las listas del Levítico sobre animales puros e impuros, cuando se analizan de manera científica, reflejan una misteriosa sabiduría, impropia de los conocimientos que se tenían en aquella época.
No se puede afirmar que los insectos sean inteligentes, sino que, más bien, son hijos del instinto.
Actualmente se conocen sólo siete especies diferentes de tortugas marinas, repartidas por los océanos del mundo. Sin embargo, en el pasado, a finales del período Cretácico, hubo otras de gran tamaño que alcanzaban casi cuatro metros de longitud y que ya se extinguieron
Muestra externamente su esplendor y belleza natural, pero a la vez es portadora de un veneno letal.
En el mundo que Dios creó todo está profundamente interrelacionado. Nadie es una isla independiente y mucho menos el ser humano.
Su imparable declive se debe al mal uso de pesticidas y sustancias venenosas, así como a la disminución de espacios naturales.
Los seres humanos hemos conseguido volar por encima de las nubes, bucear bajos las olas, salir de la atmósfera de la Tierra y alcanzar las fosas oceánicas más profundas.
Moisés estuvo en lo cierto al iniciar su Pentateuco con las palabras “en el principio creó Dios los cielos y la tierra”.
Sólo Dios puede llamar a la existencia aquello que antes no existía. Sólo Dios puede crear.
El orden de la creación, el de los días o períodos en que se crea el universo, la Tierra, los mares y aparecen los continentes, las plantas, los animales y el propio ser humano, coincide sorprendentemente con lo que hoy han descubierto las ciencias experimentales.
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