El Ayuntamiento de Madrid ha retirado los versos del poeta alicantino Miguel Hernández, escogidos para esculpirlos en tres placas del memorial de la Guerra Civil.
El alcalde de Madrid se llama José Luis Martínez Almeida. Últimamente los medios de comunicación se han ocupado de él por un hecho que lo descalifica. El Ayuntamiento que preside ha retirado los versos del poeta alicantino, Miguel Hernández, escogidos para esculpirlos en tres placas del memorial de la Guerra Civil que el gobierno de la anterior alcaldesa, Manuela Carmena comenzó a construir durante su mandato en el cementerio de la Almudena, en Madrid.
Los versos retirados son estos.
“Aquí estoy para vivir
mientras el alma suene
y aquí estoy para morir
cuando la hora me llegue,
en los veneros del pueblo
desde ahora y desde siempre.
Varios tragos es la vida
y un solo trago es la muerte.”
Las reacciones no se hicieron esperar.
La retirada de los versos provocó enfrentamientos entre el Alcalde de la capital y el Presidente del Gobierno. “Los nombres de las víctimas y los poemas nunca se borrarán de nuestra memoria, aunque lo intenten”, declaró Pedro Sánchez. El periodista Sergio C. Fanjul, en un artículo que tituló Una injusticia poética, escribió: “El problema de la poesía en manos de los políticos les sirve para que se pierdan en vericuetos y circunloquios y traten de darnos gato por liebre y escondan bajo palabras exóticas, lo que, ahora sí, es sectarismo político. Al menos la poesía importa, para bien o para mal”.
Otro periodista, José Luis Ferris, se expresó con este lamento: “Creíamos que el pastor de Orihuela era ya un poeta necesario y que volver a sus versos y a su vida suponía, en cierto modo, regresar a nosotros mismos, al lugar exacto de nuestra conciencia y de nuestra memoria. Eso creíamos. Pero corren tiempos extraños y la palabra libertad anda asustada, asustada y en alerta como entonces”.
Por su parte, el diario El País, en una nota editorial, decía: “Con su decisión, el Consistorio madrileño no sólo está impidiendo una mínima reparación a los perdedores de la guerra civil, sino que también está eludiendo las recomendaciones y dictámenes de organismos internacionales, que han expresado en numerosas ocasiones su preocupación por el desamparo en el que quedaron durante décadas las víctimas del franquismo. Rememorar sus nombres ayuda a recuperar la dignidad y representa un simbólico acto de justicia”.
Miguel Hernández nació en Orihuela, provincia de Alicante, el 30 de octubre de 1910. Veinte días después moría el gran novelista ruso León Tolstoi. Miguel procedía de una familia pobre; el padre se dedicaba a la compra y venta de cabras. A los diez años inició sus primeros estudios, que abandonó cinco años más tarde por decisión paterna. El paisaje escolar fue sustituido por las tareas del campo y el pastoreo del ganado, que constituían la base de la economía familiar. Quince años después sería conocido en toda España como el «pastor poeta» que encontró en el nuevo paisaje de horizontes abiertos el próximo trigo que germinaría en hermosas espigas de verano.
Según confesión propia, Miguel Hernández empezó a escribir a los 15 años. Su primer poema fue publicado cumplidos los 19, el 13 de enero de 1930. El semanario local El Pueblo de Orihuela dio a conocer la poesía Pastoril. Era el título de su propia vida. A este primer poema siguieron otros en publicaciones diversas.
En sus años de juventud Miguel Hernández entabló amistad con José Marín Gutiérrez, tres años menor que él, hijo de una familia acomodada. La vocación literaria de José Marín se manifestó cuando, a los doce años, ganó un premio literario por su artículo España, la de las gestas heroicas, publicado en la revista madrileña Héroes. En 1930, cuando Miguel contaba 20 años y José 17, se formó un grupo de teatro que constituyó la base de la llamada generación oriolana de los 30. A partir de entonces José Marín firmó todos sus trabajos literarios con el seudónimo de «Ramón Sijé», anagrama formado por las letras de su nombre y primer apellido.
La evolución religiosa de Miguel Hernández se produjo en un tiempo muy breve. A raíz de su primera estancia en Madrid, entre diciembre de 1931 y mayo de 1932, inició un distanciamiento ideológico de Ramón Sijé y del catolicismo que representaba El Gallo Crisis. En febrero de 1936 Juan Ramón Jiménez pidió en un artículo de El Sol: «Que no se pierda en lo católico... esta voz, este acento, este aliento joven de España».
Sus deseos se cumplieron. Cuando en 1935 publicó el poema Sonreídme, el abandono del catolicismo y la nueva postura anticlerical se hicieron evidentes. Dice el poeta:
Me libré de los templos; sonreídme,
donde me consumía con tristeza de lámpara
encerrado en el poco aire de los sagrarios.
Salté al monte de donde procedo,
a las viñas donde halla tanta hermana mi sangre,
a vuestra compañía de relativo barro.
Como observa Sánchez-Vidal, en esta estrofa rotunda Miguel reniega «del pasado levítico y neocatólico». Pero hay más: esa «compañía de relativo barro» a la que alude el poeta son las influencias panteístas y materialistas –ateas, en algunos casos– de sus nuevos amigos de Madrid. Algunos, intelectuales distanciados de la Iglesia católica y otros, de la religión en general. La figura del barro como expresión de su nuevo rumbo antirreligioso vuelve a aparecer en las primeras páginas de El rayo que no cesa, publicado en 1936:
Me llamo barro aunque Miguel me llame. Barro es mi profesión y mi destino.
No es cierto que la muerte moviera a Miguel de sus convicciones anticlericales. Ser anticlerical en España no ha significado necesariamente ser ateo, como ha pretendido durante siglos la Iglesia católica. Grandes figuras de las generaciones literarias del 27 y del 98 fueron anticlericales, pero creyentes en la inmanencia y trascendencia de Dios.
Las cárceles y los sufrimientos que marcaron su vida no lograron matar en Miguel Hernández su fe en Dios, aunque renegara de la religión impuesta y heredada. Aquella oración de El silbo del dale, en la que coloca a Dios como brújula de su destino, no le abandonó jamás:
Dale, Dios, a mi alma, hasta perfeccionarla.
Cuando su amigo y hermano de alma Ramón Sijé murió prematuramente a la edad de 22 años, Miguel Hernández compuso una elegía que algunos críticos consideran como «una de las cimas de la literatura española en ese género funeral». En este poema alienta la esperanza en la vida eterna y en la resurrección de los muertos:
Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
Todos. Todos los que nos vamos volveremos un día al huerto y a la higuera, al brotar de las flores y al trinar de los pájaros, a los arrullos de las rejas y al cantar de los enamorados. Todos. Miguel Hernández, también.
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