Esta novela de Unamuno “refleja perfectamente el eterno conflicto entre religión y sexo”.
La Tía Tula es la última de las novelas extensas de Miguel de Unamuno. Plantea un agudo problema que gira principalmente en torno a dos hermanas: Rosa y Gertrudis. “Formaban las dos hermanas, siempre juntas, aunque no por eso unidas siempre, una pareja al parecer indisoluble, y como un solo valor”. En Rosa destacaba su hermosura, que “se abría a flor del cielo”. Gertrudis, la gravedad personificada, tenía dos ojos “que hablaban mudamente de seriedad”. Su tío, el sacerdote don Primitivo, era consciente de la fuerza de su mirada. “Cuando me mira tan seria, tan seria, con esos ojazos tristes, parecen decirme: No diga usted más bobada, tío”.
Agustín Torijano, autor de la introducción a La tía Tula, (Edición El País, clásicos españoles, 2005), observa que esta novela de Unamuno “refleja perfectamente el eterno conflicto entre religión y sexo, entre la asumida obligatoriedad de aquella, (la religión), por reglamentar este (el sexo)… La sexualidad es, en cierta forma, el subtema de la novela, bien que asumida de varias formas”.
Aparece el hombre, Ramiro. Conoce a las dos hermanas. “Era a Rosa y no a su hermana Gertrudis (la tía Tula, no lo olvidemos) que siempre salía de casa con ella, a quien ceñían aquellas ansiosas miradas que les enderezaba Ramiro. O, por lo menos, así lo creía ambos, Ramiro y Rosa, al atraerse el uno al otro”. Así comienza Unamuno el relato.
Gertrudis intuye que las relaciones entre Ramiro y Rosa van a más. Preocupada, decide plantear el tema al sacerdote tío de ambas. Cuando el clérigo oye el nombre del hombre a quien Rosa ama, un suspiro de satisfacción brota de su pecho.
Van pasando los días y Ramiro continúa sin hablar a Rosa de matrimonio. Esto enfurece a Gertrudis y decide hablar con él. Un día que Ramiro llega preguntando por Rosa le dice que no está, pero que está ella y quiere hablarle.
Y hablan. Habla ella casi todo el tiempo. Presenta a Ramiro razones para aligerar la boda. Unamuno cierra este episodio al final del capítulo dos. Refiriéndose a Tula escribe: “Estas palabras le brotaron de los labios fríos y mientras se le paraba el corazón. Siguió a ellas un silencio de hielo, y durante él la sangre, antes represada y ahora suelta, le encendió la cara a la hermana. Y entonces, en el silencio agorero, podía oírse el galope trepidante del corazón”. Antes le había dicho: “Si la quieres, a casarte con ella, y si no la quieres, estás de más en esta casa”.
Al siguiente día se fijaba el de la boda.
El tío don Primitivo bendijo la ceremonia de Ramiro con Rosa. Y nadie estuvo tan alegre como la tía Tula.
Al nacer el tercer hijo del matrimonio Rosa muere. Gertrudis se hace cargo de los niños y pretende incluso amamantar al más pequeño. Ramiro siente que con la muerte de Rosa él ha muerto en parte también.
Unamuno, el primer cantor de la muerte en la España intelectual, el hombre que gritaba “no quiero morir ni quiero quererlo”, cuida de calificar la muerte de Rosa como un simple tránsito. El ser humano muere, no simplemente deja de vivir aquí, despierta en un lugar que para el filósofo era ver a Dios, otra la nada atea, otra la negra duda, otra la reencarnación unas veces en distintos cuerpos.
Después de la muerte de Rosa, Ramiro no soporta la soledad. Gertrudis descubre que tiene amores con Manuela, la criada, y siempre mandona, les obliga a casarse. De ese segundo matrimonio nacen dos hijos. Unamuno sigue matando a sus personajes. Muere Ramiro, muere Manuela, queda la tía Tula, Gertrudis, como madre de familia al cuidado de cinco hijos. “Para todo eso me basto y me sobro”, dice Gertrudis al médico que atendía las últimas horas de Ramiro.
Con algo de asombro, el médico comenta: “¡Pero qué mujer! ¡Es toda una mujer! ¡Qué fortaleza! ¡Qué sagacidad! ¡Y qué ojos! ¡Qué cuerpo! ¡Irradia fuego!”.
Unamuno convierte la muerte de Ramiro en una tragicomedia griega. Ramiro confiesa a Gertrudis que se resistía a casarse con Rosa porque estaba enamorado de ella. “No hables así de mi hermana, la madre de tus hijos”.
Ramiro responde que la madre de sus hijos es ella:
“La madre espiritual de mis hijos eres tú, tú, tú… a mis hijos les quedas tú, su madre!
Y llega la hora final, la única hora de verdad que existe en la vida, morir, juntamente con nacer: “¡Tula!, gimió el enfermo abriendo los brazos”.
“¡Sí, Ramiro, sí!, exclamó ella cayendo en ellos abrazándole. Juntaron las bocas y así se estuvieron sollozando”.
La novela da a entender desde el principio que Gertrudis estaba enamorada en silencio de Ramiro.
La tía Tula cae con una fuerte bronconeumonía. Otro día le dio un desmayo. “Al salir de él no coordinaba los pensamientos. Entró luego en una agonía dulce. Y se apagó una tarde de otoño cuando las últimas razas del sol, filtradas por nubes sangrientas, se derriten en las aguas serenas de un remanso del río en que se reflejan los álamos”.
Murió la tía Tula, murió Gertrudis. Todo el que nace crece, envejece y muere. Y no valen armas en esta guerra porque la batalla la tenemos perdida desde el mismo instante del nacimiento. Un día más de vida es un día menos en el calendario de la muerte.
Unamuno no se conforma. En el último capítulo de la novela pregunta: “¿Murió la tía Tula?”. Responde: “No, sino que empezó a vivir en la familia, e irradiando de ella, con una nueva más entrañada y más vivífica, con la vida eterna de la familiaridad inmortal”.
En esta novela Unamuno nos presenta la figura de la mujer valiente, abnegada, totalmente entregada a la familia que se va multiplicando con la llegada de los hijos y después los nietos, criaturas que no salieron de su vientre. La tía Tula es la madre virgen o la virgen madre. La tragedia de la soltería, de la imposibilidad de unirse al hombre, al que considera inferior. Ella no puede comprender a los hombres; su tío Primitivo, su confesor, y Ramiro son para ella y sin excepción, “hombres al fin”.
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