En El Dios de Mozart, el teólogo argentino Fernando Ortega desarrolla su investigación sobre la impronta del proceso espiritual del músico austríaco en su obra. “Mozart interpreta el sacrificio en una perspectiva claramente evangélica, en sintonía con las palabras de Jesús”, dice.
Lejos está la música que da vida a la trama de promesas supersticiosas, de amores no correspondidos y de necesidades de aceptación paternal en Idomeneo, rey de Creta, de responder a la pueril crítica de un drama mitologizado más en la historia de la música y el arte. Esta ópera de Mozart, de 1781, alude a cuestiones más trascendentales. “Parece cuestionar la imagen divina en relación con el sacrificio. Esa relación está en el corazón de la fe cristiana. Pero Mozart interpreta el sacrificio, tema central de esta ópera, en una perspectiva claramente evangélica, en sintonía plena con las palabras de Jesús acerca de su propio sacrifico: ‘Nadie me arrebata la vida, sino que yo la entrego por mi propia voluntad’(Juan 10:18)”, señala el teólogo católico argentino Fernando Ortega.
Herder Editorial ha publicado este otoño su libro El Dios de Mozart, basado en su investigación sobre el carácter y la relevancia espirituales en la obra del célebre compositor austríaco. Un texto académico, pero que se esfuerza en destilar una pasión que, confiesa Ortega, “ocurrió en la adolescencia, con la Misa de Réquiem”. “Progresivamente me fue cautivando no solo la estética mozartiana, sino también su dramaturgia, en especial al de sus grandes óperas, en las que percibí una riquísima visión del ser humano que trascendía lejos de las reducciones antropocéntricas de su siglo, el siglo de las Luces”, explica.
Ortega deja de lado la especulación biográfica que habla del Mozart inmaduro y vulgar, o del Mozart semidivino, mitologizado y alejado de lo relativo a lo humano. Ya se ha escrito y publicado mucho acerca de ello. La invitación que recibe el lector es la de ubicarse en un punto de vista que contempla lo profundo de una música en la que no hay superficialidades ni bagatelas.
“La fe cristiana está muy lejos de considerar a Dios ajeno a las miserias humanas. Más bien diríamos lo contrario, es decir, que va a su encuentro y las redime porque es Misericordioso. Lo hemos aprendido en el evangelio y también escuchando la música de Mozart”.
MOZART, EL TEÓLOGO
Hans Urs von Balthasar, Karl Barth, Hans Küng, Joseph Ratzinger o Pierangelo Sequeri. Son algunos de los teólogos que cita Ortega por haber reconocido la influencia del compositor salzburgués en su obra académica. “Fue Barth el primero en reconocer un lugar a Mozart en la teología, especialmente en la teología de la Creación y en Escatología, afirmando que, ‘acerca del problema de la bondad de la Creación en su totalidad, Mozart supo cosas que escaparon a los Padres de la Iglesia, a los reformadores, y a muchos otros teólogos’”.
A él, Ortega añade otros “testimonios” que, según considera, hacen que sea posible “hablar de un aporte mozartiano a la teología, no ciertamente como discurso conceptual acerca de Dios, sino como algo más elevado, que tiene que ver con la experiencia luminosa de la recreación, del sobreabundante ‘Sí’ divino por encima de todo tipo de mal, de oscuridad, de todo ‘No’”. “Su música parece tener una impronta ‘pascual’, que podemos entender como un don hecho presente en su inspiración”, añade.
Y es que, para el teólogo argentino el punto de partida es “el pensamiento musical de Mozart”, a lo que también se refiere como su “biografía espiritual”. “En ella percibí la presencia intensa de lo cristiano, especialmente la experiencia de la misericordia, del perdón”, remarca. Quizás por eso comienza su primer capítulo con una cita del propio compositor, extraída de su Correspondance (Fondation Internationale Mozarteum Salzbourg):
“Tengo siempre presente a Dios ante mis ojos, reconozco su poder y temo su cólera. Pero conozco su amor, su compasión y su misericordia hacia sus criaturas. Él nunca ha de abandonar a sus servidores”.
UN LEGADO DE INSPIRACIÓN ESPIRITUAL
Sobre las implicaciones de la obra del compositor austríaco en la historia, Ortega lamenta que “la propuesta de Mozart, moderna y teologal, no fue acogida en lo que tenía de más profundo y original, y el siglo XIX prefirió escuchar y crear otras músicas y seguir otros caminos que contribuyeron a las catástrofes del siglo pasado”. Y pone el enfoque en el presente, asegurando que “hoy, tal vez estemos, en nuestra posmodernidad, en condiciones de apreciar y asimilar mejor el esperanzador mensaje mozartiano, el de la gozosa aceptación de la humilde grandeza de nuestra condición humana”. “De hecho, nuestro tiempo ha redescubierto la música de Mozart en su totalidad, como lo muestra su presencia en los programas del mundo entero”, dice.
Distanciándolo de la afirmación religiosa de músicos como Bach, y de las intenciones éticas y grandilocuentes de Beethoven, en lo que denomina “un don, una gracia”, Ortega invita a explorar la posibilidad de si el propio Mozart fue el primero en experimentar el mensaje transformador de su creación. “No proclamó ningún mensaje cristiano, sino que su música testimonio algo muy humilde que ocurría en él, en el ejercicio de su actividad creadora musical, a saber, una liberación profunda de todo lo que podía experimentar como angustia, tristeza, dolor.
Una experiencia que evoca, en parte, al concepto del sacerdocio universal y a la sorprendente acción del Espíritu Santo en el transcurso de la vida individual, transformando el ser, incluso cuando éste, al principio, no lo percibe así. A ello se refiere Ortega como “la predilección del compositor por una misericordia capaz de llegar hasta lo más bajo de la miseria y el pecado, no para condenar, sino para perdonar y rescatar”. E incluye la siguiente cita de Mozart en el libro:
“Llorad, llorad de corazón, pero consolaos al fin pensando que el Dios todopoderoso lo ha querido así, ¿cómo podríamos resistirnos? Mejor oremos”.
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