El autor confiesa que a lo largo de su carrera como abogado ha visto casos que lo motivaron a escribir esta historia.
Estamos ante la primera novela de Edgar Perches, abogado mexicano residente en Torreón, norte de México. Consta de 341 páginas distribuidas en 26 cortos capítulos.
A veces, y llevo muchos años en este oficio, la labor del crítico resulta ingrata cuando el libro que comento encaja difícilmente en un genero literario determinado. Mi experiencia de lector ya no joven, con centenares de obras comentadas, me indica si merece la pena dar a conocer un libro mediocre o pasar de el.
He leído atentamente la novela de Perches y puedo decir que me compensa de los malos ratos pasados en la lectura de otras páginas. Aquí, el abogado mexicano rinde culto a su oficio. Es su primera novela, como queda dicho, pero no su primera ni única incursión en ese maravilloso mundo de las letras. Desde hace algunos años suele publicar en periódicos de su localidad.
En Los hijos de Kelly están bien trazados los personajes y el mundo psicológico que los rodea. La acción se sitúa en medios sociales conflictivos que le da un tinte entre el thriller, la novela negra y el suspense.
El autor confiesa que a lo largo de su carrera como abogado ha visto casos que lo motivaron a escribir esta historia, varias de ellas basadas en hechos reales.
Los editores de la novela hacen este resumen del argumento: “Unidos por un pasado en común, cuatro jóvenes comandados por un astuto hombre de negocios enfrentan a los criminales más infames, eliminándolos de manera magistral. Inteligentes e intrépidos, los Kelly arriesgan sus vidas en actos de venganza contra criminales cuidadosamente seleccionados por una causa noble, mientras un equipo de detectives intenta detenerlos. Acción, aventura, venganza y un poco de amor en esta historia única”.
En pantalla sería eso, cine de acción.
La novela de Perches impacta desde el primer momento. El abogado escribe con la sinceridad como artificio. Su obra es cáustica, pero no destructiva. Opta por una narración ingeniosa y sistemática desde el primer capítulo cuando aparece Mr. White rodeado de jóvenes menores a los que corrompe, hasta el último renglón de la obra.
Algunos capítulos de la novela llevan títulos de ciudades en las que tienen lugar actividades delictivas: Puerto Vallarta, donde detectives sienten la cálida brisa del mar y se dirigen a la agencia del Ministerio Público encargado de los homicidios.
Ciudad de México. La organización “Padres contra el Crimen”, equipo formado por mexicanos, norteamericanos y canadienses logra recuperar a niños raptados y llevados a la justicia a buen número de secuestradores y pederastas.
En Cancún los defensores de la justicia localizaron varios hidroaviones utilizados por traficantes de drogas. En esta ciudad turística, una de las más violentas del país, el autor de este artículo fue atacado por un taxista que esgrimía un largo y afilado cuchillo. Aquí, Edgar Perches sitúa la alegría del investigador Guillén al comprobar la muerte de guardaespaldas sanguinarios.
¿Es ateo el autor de la novela? ¿Es católico? ¿Profesa alguna religión? Cuatro capítulos de su libro tienen paralelismos religiosos: Sangre de Cristo. David y Goliat. Heaven. Cielo e infierno. En sangre de Cristo los detectives asisten a una misa en Monterrey, una de las ciudades mexicanas donde más aprieta el sol en meses de verano. El cura oficiante había sido acusado de violar a niños, pero todo quedó solucionado con un traslado de lugar. En palabras de Anselmo, un informador de los detectives, en el sermón el cura soltó “una sarta de pendejadas, y en el curso de las mismas empezó a parpadear rápidamente, dio un paso hacia atrás y comenzó a mecerse como el mástil de un barco en alta mar… Gemía como un toro al que le han enterrado una espada en el ruedo”.
No podía faltar el amor. Es el alma de la vida. El principio y fin de la literatura. Es más fácil contar los átomos que olvidar el amor. El escritor y moralista francés del siglo XVI, Michel de Montaigne, decía que razonando sencillamente, el amor es una sed de gozo en un sujeto deseado que va en busca del placer, como Venus.
Perches le dedica todo un capítulo, el 19. Transcribo varios párrafos, primero, porque están bien escritos, segundo, porque están perfectamente razonados, tercero, porque el tema me absorbe, me desborda.
El corazón de Kay está lleno de dudas. Acude a Henry en busca de consuelo y de consejos. Se abre al amigo: “¿Qué harías si conocieras a alguien sensacional? Una persona de verdad especial en todos los sentidos… y sin embargo algunas de sus acciones son realmente malas, aunque el motivo es bueno, lo que hace va en contra de mis principios… y contra la ley”.
Henry comprende de inmediato que Kay está enamorada. Su réplica me parece correcta, justa, la que yo daría si estuviera en su lugar. Le dice a la joven: “Mi respuesta sería hacerle caso a la mente y no al corazón. El corazón no piensa, siente, por lo que es muy fácil equivocarse. Piensa con la cabeza, que para eso está hecha”.
Novela insólita. Un autor que no duda en juzgarse a sí mismo, lo que le permite una mirada compasiva con los demás, por muy bajos que hayan caído y aunque los presente como lo que son. La trama policiaca, criminal, detectivesca permite a su autor manejar a los personales con precisión, sin equívocos, ni olvidos, ni contradicciones.
La recomiendo con diez estrellas de diez.
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