El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Nuestro Dios se muestra como valedor de los pobres, de los oprimidos, de los abusados e injustamente tratados.
La vivencia de la espiritualidad cristiana está relacionada también con el hecho de tomar conciencia de que somos un pueblo llamado a tener una presencia continua en nuestra sociedad.
Debemos aprender a valorar a los laicos como corresponsables de la labor pastoral en todas las áreas de la misión de la iglesia.
Si para muchos el rostro del Dios de los profetas les es desconocido, tampoco evocan al Jesús humano que vivió entre nosotros.
No sería muy arriesgado decir que El Quijote puede estar en línea con las figuras del profetismo del Antiguo Testamente: defensa de los débiles, búsqueda de la justicia, denuncia de los abusos.
Necesitamos una renovación rebelde que transforme la vida de tantos y tantos cristianos cómodos que, finalmente, están cayendo en la decepción y en lo tedioso.
El testimonio cristiano se da siempre con mentes despiertas y no con sensibilidades cristianas cómodas, adormecidas e impregnadas de aburrimiento y de tedio.
Las consecuencias económicas y humanitarias de esta infección contagiosa son realmente de un alcance fatal.
Jesús fue libre ejerciendo su libertad en compromiso con el hombre y con el mundo de una manera amorosa, ética y muy humana.
Hay dificultades de entendimiento, pero lo más grave es que hay problemas en el momento de mostrar la coherencia del lenguaje con el ejemplo de vida del evangelizador.
Hay que analizar el mundo con ojos solidarios, las relaciones humanas con sus desequilibrios. Luego, lanzar palabras de denuncia y hacer justicia que, en la Biblia, siempre va a ir junto a la práctica de la misericordia.
El anuncio del acontecimiento más relevante e importante de la historia de la humanidad, se relaciona con los débiles y humildes de la tierra, dejando a un lado a los poderosos. ¡Hay esperanza para los pobres de la tierra! ¡Ha resucitado!
Hay un brazo de la cruz que se agarra a la tierra para que nadie pueda mover este mensaje del amor de Jesús al mundo.
La empatía con el dolor del mundo nos debe llevar a ser manos cuidadosas, al compartir, al trabajo, el amor y la solidaridad humana.
El objeto de la fe no son sus posibles mediaciones, sino Dios mismo, el encuentro personal con Dios, la conversión genuina que va a transformar todas nuestras relaciones con la vida.
Si asumiéramos la historia con la intensidad que merece, cómo no vamos a asumir el reto de las migraciones.
La religión que no nos compromete con el prójimo sufriente es engañosa. Hay que sentarse al lado de los pobres de la tierra compartiendo la vida, el pan y la Palabra.
El “no hombre, el que está en el “no ser” de la marginación, no puede gritar, no puede hablar, su voz no es oída ni escuchada por nadie.
Muchos temores pueden cubrir a los hombres como con un negro manto que les agobia.
Hay que potenciar la acción y la presencia evangélica extramuros de la iglesia.
De los auténticos seguidores de Jesús, nunca se podrá decir que, estando abiertos a la luz de Dios y arrobados por ello, queden cegados ante lo humano.
El salmo 8 muestra una línea en su pregunta/respuesta, que marca la consideración que se puede tener del hombre en todos los aspectos humanos.
El cristianismo no puede ser olor a cirio y sacristía, sino olor grato del amor sincero y servicial al prójimo.
Los escritores evangélicos son púlpitos, plataformas de comunicación de conceptos que, en muchos casos, pueden ser liberadores.
Hay esperanza, hay luz al final del oscuro túnel de muchos de los acontecimientos históricos.
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