Cuando la Biblia pesa sobre las conciencias

La Biblia, si nos detenemos en algunos de sus asertos y damos un breve paseo sobre ellos como vamos a hacer ahora, veremos que puede ser una pesada losa de granito sobre la conciencia de muchos y en muchos aspectos, pero también de los insolidarios, de los acumuladores y enriquecidos de forma egoísta y necia. Más todavía si intentan vivir como cristianos. Puede interpelar las conciencias y hacer que la lectura del texto bíblico desagrade e interpele.

En muchos casos, los injustamente enriquecidos del mundo quieren dar la espalda a esas interpelaciones, a esas cargas que parece que se quieren posar sobre ellos. Quieren seguir al Maestro con esos bagajes de riquezas y, en diferentes ocasiones, tienen que irse tristes como el joven rico de la parábola. Es verdad que es difícil servir a Dios y al dinero. Pero el cristianismo sigue ahí exigiendo renuncias, demandando el compartir para no caer en disfunciones peores que la idolatría misma. Exige el no acumular neciamente, porque esta misma noche pueden venir a pedirnos nuestra alma y se nos puede lanzar esta pregunta: ¿De quién será lo almacenado?

Por tanto, es verdad que, desde el punto de vista estrictamente acumulador de riquezas, no resulta muy deseable leer el texto bíblico, aunque busquemos mil subterfugios y recovecos para no ser interpelados en nuestras conciencias. La Biblia puede ser una losa de gran peso en nuestras espaldas o, si se quiere, en nuestros corazones. Así, muchos se han preguntado y han escrito sobre el hecho de que haya tantos cristianos ricos en una época de hambre. Unos mil millones de hambrientos y más de media humanidad en pobreza. Yo tampoco quiero fomentar malas conciencias, pero es que el texto bíblico grita, chilla y denuncia. Mientras, muchos intentan taparse los oídos.

“El despojo del pobre está en vuestras casas”, afirma la Biblia aumentando su aplastamiento cual losa casi imposible de levantar sobre muchas conciencias. “Ay de los que acumulan casa a casa y heredad a heredad hasta ocuparlo todo”, se lamenta el texto bíblico como si ese “ay” no llegara a ningún lado y estuviera acallado por millones de sordinas insolidarias contra los pobres de la tierra.

Algunos necios, levantando la cabeza por encima de la losa que llevan a la espalda, llegan a acusar insolidariamente a los pobres de su propia pobreza. Creen que así pueden eliminar parte de su peso. Pueden acusarles de vagos o de ser poco hábiles. ¡Como si la pobreza de tres cuartas partes de la humanidad cupiera en estos parámetros llenos de simpleza! La realidad económica, social y bíblica, es esta: Hay empobrecidos porque hay grandes acumuladores que desequilibran el mundo y reducen a la pobreza, a un sobrante humano, a más de media humanidad. El gran escándalo de nuestra historia, el gran escándalo de la humanidad.

¿Cuál será el peso de la losa bíblica en la conciencia de los injustamente enriquecidos? Es posible que muchos de ellos tengan la idea y el deseo que tenía el joven rico de la parábola: Quería tener todo en la tierra y todo en el cielo. Por eso se dirige a Jesús, pero éste le dice que para seguirle debe vender, compartir, dar. Mazazo en la conciencia de tantos y tantos enriquecidos que se dan cuenta de que no pueden seguir al Maestro con esa carga… y se van tristes porque tienen muchas riquezas.

Sin embargo, se marchan cargados con un gran peso en sus conciencias y en sus espaldas. Para ellos la Biblia y el seguimiento de Jesús en un peso de millones y millones de toneladas. No pueden con ello, pero siguen caminando en soledad sin querer deshacerse de esos pesos que tienen el brillo negro y oscuro de la necedad. No solo hay causas de la pobreza, sino causantes de ellas. Esos causantes están condenados, de una u otra manera, a caminar con grandes y pesadas jorobas que les impide la vida en plenitud. Y si algunos piensan que en este mundo no, entonces pasarán con esas cargas pecaminosas al otro. No hay alternativa posible.

Pues sí. Deberíamos cambiar la apreciación que tenemos de los pobres de la tierra. No son pobres, son empobrecidos por el sistema económico, las estructuras de pecado y el egoísmo de quienes las sustentan que, curiosamente, son admirados y se les ve como prestigiosos, a pesar de sus jorobas cargadas de actos inmisericordes, injustos y con falta de amor. Los pobres han sido, son y serán una interpelación en la conciencia de los ricos, aunque intenten acallar por todos los medios estas pesadas y duras interpelaciones. A los pobres también les pesa el egoísmo, la avaricia y la insolidaridad de los injustamente enriquecidos, pero la losa que gravita sobre las espaldas y conciencias de los ricos, es infinitamente mayor. Quizás por eso a los pobres se les llama en la Biblia “Bienaventurados, felices”.