La muerte de Jesús en la cruz, representa y aglutina lo que fue su compromiso con el hombre que sufre. Jesús fue humano, muy humano.
Lógicamente, la muerte de Jesús en la cruz tiene muchas perspectivas, diferentes marcos trascendentes, éticos, humanos, redentores o, simplemente, liberadores de nuestros sufrimientos en nuestro aquí y nuestro ahora. Una de estas perspectivas, la más importante, es el morir en nuestro lugar, el pagar el precio de nuestro pecado para que nosotros podamos tener vida. Su muerte es el puente que nos puede religar de nuevo al Dios tres veces santo. Esta suele ser la perspectiva que normalmente vemos por ser esencial, pero no es la única.
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Sin embargo, hay otra perspectiva o marco más humano, mucho más cercano a nuestro valle de lágrimas en este injusto y cruel mundo. Jesús no solo se preocupó de nuestra salvación para la eternidad, sino que se preocupó del hombre y de la mujer en su aquí y su ahora en nuestras sendas de dolor y sufrimiento humano. Creo que, humanamente hablando, este marco ético y mundanal que recoge las preocupaciones de llevar su reino a los abusados, marginados, oprimidos y privados de dignidad, fue lo que le llevó a la muerte de cruz desde los parámetros no solo del más allá, sino desde los parámetros no menos importantes para Jesús en nuestro aquí y nuestro ahora.
Jesús se movió en un escenario en el que era necesario que él también marcara y diseñara todo un marco ético que diera posibilidades de salida a aquellos que, por el egoísmo humano, quedaban tirados al lado del camino, los abusados de la historia. No era extraño, porque el Reino de Dios irrumpe con la venida de Jesús al mundo, y él pudo decir que “ya” estaba entre nosotros. Los valores del Reino conforman también todo un marco válido no solo para el cielo, sino para este suelo. Un marco de compromiso con el hombre abusado que no todos entendieron.
Pues bien, este su trabajo, este su ministerio, estaba dentro de ese marco ético de los valores del Reino. Fueron estos valores los que deberían actuar en nuestro aquí y nuestro ahora en forma de dignificación y liberación de aquellos oprimidos incluso por las normas de los religiosos. Esto le hace llegar con su ministerio terrenal entre nosotros, al hombre sufriente en una forma de compromiso ético para nuestro aquí y nuestro ahora. Este compromiso le marca ante sus adversarios que no entendían este marco, para ellos escandaloso, de un Jesús que se comprometía con aquellos despreciados. Lo veían en contra de sus posicionamientos religiosos hipócritas.
Jesús no muere solamente para pagar el precio de nuestro pecado, no solo para abrirnos el camino al cielo, sino por su compromiso ético, liberador y rescatador en relación con lo humano, con la situación del hombre en su aquí y su ahora. Ese compromiso emana de la enseñanza y vivencia de una espiritualidad que se da también en la horizontalidad del ser humano mientras vive y se relaciona en la tierra con su prójimo. Por eso la cruz, la muerte de Jesús en la cruz, representa y aglutina lo que fue su compromiso con el hombre que sufre. Jesús fue humano, muy humano.
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Su trabajo en ese marco de compromiso a favor de los débiles, de los abusados, de los desclasados, de los oprimidos, enfermos y hambrientos, a la vez que criticaba la hipocresía de muchos religiosos de su época que intentaban autojustificarse a sí mismos despreciando a los débiles o a los por ellos considerados ignorantes o pecadores, marcan el camino de su ejecución en la cruz. El hecho de que Jesús se pusiera del lado de los pobres y quisiera liberar a muchos incluso de las cargas que imponían los religiosos, está a la base de la condena a muerte de Jesús, de la condena a la crucifixión.
La muerte de Jesús, la crucifixión, por tanto, nos puede elevar hacia arriba, puede hacernos mirar hacia el padre y pensar en la salvación eterna que el Hijo de Dios estaba consiguiendo muriendo en nuestro lugar, pero, igualmente, nos debe dirigir a la horizontalidad del mensaje evangélico que comporta toda una ética solidaria y amorosa en relación con el prójimo y, fundamentalmente, con el prójimo en dificultad social, en marginación, pobreza u opresión. El prójimo sufriente.
Si el pensar en la cruz de Jesús en esta Semana Santa no nos lleva también a vivir la espiritualidad cristiana en esa horizontalidad de compromiso con el prójimo, hemos mutilado el sentido de la muerte de Jesús y, por ende, hemos mutilado también nuestra vivencia de la espiritualidad cristiana.
Los cristianos, al contemplar la cruz y al pensar en el sacrificio de Jesús en nuestro lugar, tienen que pensar también, necesariamente, en el significado de la muerte de Jesús en la cruz dentro de ese marco ético que Él mismo traza con la puesta en vigor de los valores del Reino que van a ser contracultura con muchos de los valores humanos que nosotros aceptamos como buenos, pero que son basura ante los auténticos valores que irrumpen en nuestra historia con la llegada de Jesús al mundo.
Nosotros los creyentes y los que nos llamamos seguidores del Maestro, debemos aceptar ese marco ético, ese marco de compromiso con los débiles, abusados y oprimidos, pero no solo aceptarlo sino ponerlo en práctica en solidaridad y compromiso de amor para con el prójimo que nos necesite, independientemente de su condición económica, social, religiosa, de raza o lengua. Si la cruz de Jesús no nos lleva a este compromiso de amor incondicional también para con el prójimo en necesidad o sufriente, no hemos entendido el significado de la cruz en la que colgaron al mismísimo hijo de Dios.
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