El lado humano de Dios

Dios no es inhumano. Dios, en Jesús, tiene también su lado humano. Incluso, a veces, podríamos decir que muy humano. Por eso, cuando intentamos presentar el Evangelio, que no debería ser solo con palabras, sino con estilos de vida, con nuestras prioridades y actos misericordiosos, debemos tener mucho cuidado para que esos mensajes que transmitimos, sean verbales o a base de signos y gestos solidarios, no den la idea de que tenemos un Dios al que le falta humanidad y que está de espaldas al llanto de los sufrientes de la tierra. Dios tiene su lado humano. No. Dios no es inhumano.

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Debemos reflexionar sobre el lado humano de un Dios que comparte algo de la vida de los hombres como creador y Padre, y que sufre con aquello que puede deshumanizar a gran parte de sus criaturas. ¡Cuánto hemos de descender hacia el prójimo para comprender bien la humanidad del Creador! Dios, desde su lado humano, a la vez que divino, sufre cuando ve a sus criaturas aplastadas por las injusticias, por los robos de dignidad por parte de sus congéneres acumuladores que se han montado sobre riquezas injustas, que oprimen, haciendo sufrir a hombres, mujeres y niños de una forma inmisericorde.

Piensa en el lado humano de Dios. Él, desde su lado humano, que es parte constituyente de su divinidad, sufre. Dios, en su hijo Jesucristo, se ha encarnado humanizándose y queriendo clamar por más humanidad, por más justicia, por práctica de misericordia. Debemos pensar mucho más en el lado humano de Dios, tanto para darle culto, como para ser misericordiosos como buenos prójimos y poder tener una vivencia integral de la espiritualidad cristiana.

Miremos siempre, junto al lado divino de Dios, su lado humano. Es verdad que, en última instancia, lo que garantiza la profundidad y el supremo valor de lo humano es lo divino, la propia divinidad que también asume Jesús en su encarnación. Se hizo hombre sin dejar de ser Dios. Precisamente por eso podemos hablar del lado humano de Dios y dejarnos de ser tan místicos y espirituales que perdamos la visión del concepto de projimidad. El amor al prójimo debe estar a la base de toda experiencia cristiana. Amor a Dios y al prójimo en relación de semejanza. ¡Hasta ahí llega la humanidad de Dios como parte constituyente de su divinidad!

El lado humano de Dios nos invita a que no queramos ser siempre como los ángeles, a que no queramos mirar siempre hacia las alturas. Hay que buscar la horizontalidad de la espiritualidad cristiana en relación con el sufrimiento del prójimo y en búsqueda de justicia para él, a la vez que denunciamos todo aquello que lo margina, lo oprime, lo empobrece o lo humilla. ¿Cómo puede vivir la espiritualidad cristiana sin tener en cuenta algo tan importante como la humanidad de Dios y cómo todo esto afecta a nuestro ser seguidores de Jesús? Dios es humano, muy humano por amor al hombre.

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¡Cómo vamos a evangelizar de espaldas al escándalo humano de la pobreza, de la opresión, del sufrimiento del prójimo! Es imposible. Solo el tener en cuenta el lado humano de Dios es lo que nos puede hacer agentes del Reino, manos y pies del Señor en medio de un mundo de dolor. Todo esto lo conseguiremos si asumimos que no solo debemos aspirar a ser seres celestes, sino intentar imitar a Jesús en su humanidad. Intentemos no eliminar nunca el auténtico rostro del Dios hecho hombre en la figura de su hijo Jesús. Es una de las claves imprescindibles para el seguimiento.

Al asumir la humanidad de Dios, vemos lo importante que es asumir un Evangelio de compromiso total con un Dios que sufre con la explotación del hombre por el hombre, con la tortura, con el robo que se da en un mundo que parece haber caído en manos de ladrones, con los hambrientos, con los niños abusados sexualmente y los empobrecidos de la historia hasta llegar al escándalo de que parece que se les considera como simples sobrantes humanos.

La religión, pensando en el lado humano de Dios, no es simplemente un acto consolador ante las injusticias humanas, sino que tiene que ser un acto en cierta manera redentor en donde somos agentes del Reino de Dios, un acto de búsqueda de justicia y práctica de la misericordia, a la vez que de denuncia profética en un mundo que necesita clamar contras las estructuras sociales de pecado y de poder humano que están marginando y excluyendo de los bienes que nos da la tierra a más de media humanidad. El gran escándalo humano ante el cual todavía no han reaccionado los religiosos de la tierra. Esto aun diciendo que adoramos a un Dios que participa de alguna manera en nuestra propia humanidad.

No presentemos nunca a un Dios carente de rostro humano ante el rechazo de tantos y tantos hombres que no ven ninguna coherencia entre lo que se dice como preparando algo metahistórico y la falta de realizaciones concretas humanitarias, solidarias, amorosas y rescatadoras de tantos y tantos que han quedado sumidos en focos de pobreza o, simplemente, tirados al lado del camino. Los buenos samaritanos van a ser aquellos que saben entender y contemplar el lado humano de Dios.