Hablar de pecado o de pecadores no tiene mucho sentido hoy para muchos. Piensan que eso es asustar a los hombres y alejarles de un optimismo que, quizás, la Biblia no tiene.
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La verdad es que estamos en un mundo en el que, a nivel general y entre los creyentes, se piensa mucho más en la bondad de Dios que en su justicia. No nos gusta que se nos hable de infiernos, ni de pecados, ni de castigos eternos, ni de ningún tipo de exclusión de lo que puede ser el cielo, la Nueva Jerusalén, la metahistoria con un Dios bueno, perdonador y galardonador de todos.
También se piensa por parte de muchas personas hoy que la bondad de Dios es tan grande que va a cubrir todos nuestros errores. Así, pues, dirían, no nos preocupemos por posibles condenas, alejamientos de Dios, infiernos u otras separaciones de aquello positivamente prometido. Hace poco, en unas conferencias que escuché en un retiro evangélico, un pastor nos decía continuamente que no debemos estar preocupados, porque el amor de Dios siempre es mayor que nuestro pecado. Suena bonito, agradable a los oídos de todos, pero no sé si responde a la realidad bíblica.
Desde estos posicionamientos, hablar de arrepentimiento, de dar la vuelta al camino que erróneamente se puede llevar, no tiene mucho sentido. El hombre se puede sentir feliz en la confianza que les da el que siempre, siempre, siempre, el amor de Dios va a ser mayor y más intenso que su error, porque hablar de pecado o de pecadores no tiene mucho sentido hoy para muchos. Piensan que eso es asustar a los hombres y alejarles de un optimismo que, quizás, la Biblia no tiene.
La verdad es que la Biblia también nos habla de una situación global, de algo que afectará a todos por igual, crean como crean y hayan hecho lo que hayan hecho, o, en su caso, hayan dejado de hacer por omisiones de ayuda de projimidad. Se trata de un juicio global que, lógicamente, siguiendo la línea del contexto bíblico, habrá resultados diferentes para cada uno según sus responsabilidades, omisiones e insolidaridades.
Pues bien, hoy en día chirría a muchos llamados cristianos que se hable de estas cosas. Es como si con ello se quisiera transmitir cierto miedo a las audiencias cristianas en las distintas congregaciones en el ámbito interconfesional, pues es una realidad que afecta por igual a las diferentes confesiones religiosas. Quizás la preferencia hoy seguiría la línea ya dicha: hablar de que siempre el amor de Dios es mucho mayor que nuestro pecado individual o colectivo.
Muy pocos prefieren escuchar hoy los asertos bíblicos de que unos estarán a la derecha como benditos del padre, y otros la izquierda como malditos que irán al castigo eterno. Chirría, suena violento, áspero a los oídos de muchos. No. No se quiere oír hablar de pecado ni de pecadores, no se quiere oír hablar de castigos y, menos aún, de castigos eternos. ¿Se está descafeinando el mensaje bíblico?
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Sin embargo, el test que todos tendremos que pasar es el de si hemos tenido una fe viva, una fe actuante, una fe que obra a través del amor, como diría después el apóstol Pablo. También, el test del arrepentimiento, del nuevo nacimiento. Es verdad que tanto en el juicio de las naciones como en todo el contexto bíblico la radicalidad es clara. No se dan alternativas posibles.
Por tanto, aunque resulte duro, creo que es una realidad bíblica el hecho de que el amor de Dios no va a cubrir el pecado de aquellos que han dado la espalda al prójimo sufriente, ni de los que han oprimido al prójimo y vivido en el engaño o autoengaño, los que nunca han practicado la justicia ni la misericordia, los que han abusado de los débiles o, en su caso, caído en el pecado de omisión de la ayuda. Los que maldicen a Dios y siguen caminos de maldad en lugar de buscar la senda estrecha que lleva a la vida, los que viven en la increencia y otros, no heredarán el reino de Dios salvo que se arrepientan, salvo que experimenten un nuevo nacimiento que les haga cambiar radicalmente.
Por tanto, tengamos cuidado y aprendamos a interpretar el texto bíblico no según nuestros intereses o nuestras preferencias, porque de ninguna manera debemos apelar al amor de Dios mientras estamos siendo rebeldes, rechazando las orientaciones bíblicas y cayendo en situaciones que bíblicamente son de maldad, cayendo en situaciones contra el prójimo y no practicando ni la misericordia, ni la justicia ni la fe, y dando la espalda a la posibilidad de un arrepentimiento real que dé un giro a nuestras vidas.
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