El bajar a la arena de la realidad donde se mueven los que están en el no ser de la pobreza y marginación no está entre las prioridades de los buenos samaritanos de hoy en día.
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En el mundo hay testimonios de vida silentes que enmarcan una especie de teologías mudas. Son mensajes que parecen gritar, pero en silencio. Son imágenes que lanzan aullidos de horror y que piden justicia ante el mundo, pero es como si fueran teologías a las que se les ha cortado la lengua, aunque el mensaje se lanza continuamente tanto desde los medios de comunicación como en los testimonios de vidas que se acercan a los espacios silentes de los sufrientes de la historia. Pero los mensajes quedan ahí golpeando los oídos incluso de los creyentes que también permanecen sordos a una realidad que grita.
Son los gritos de los que no tienen voz, gritos ahogados a los que las sociedades del bienestar ponen sordinas. ¿Es posible que de esos gritos ahogados pueda surgir una teología muda? Es difícil, porque, aunque fueran creyentes que actúan con misericordia y solidaridad cristiana, siempre faltaría la voz en forma de denuncia. Pero, indudablemente que pueden existir teologías mudas, testimonios silentes que también intentan impactar al mundo.
Muchos son testimonios vivos que no hablan por la cantidad de tiempo que se mueven entre las víctimas de nuestra historia. Otros no hablan porque creen que están amenazados y en peligro por aquellos que, quizás, les han puesto mordazas. Otros no hablan y con sus silencios se hacen cómplices de las injusticias del mundo. Entre estos últimos, sin duda que también hay creyentes en los diferentes ámbitos confesionales religiosos.
Sin embargo, yo creo que el silencio de las víctimas, de los hambrientos de la tierra, esos mil millones de lacerados de los que, quizás, nos acordamos de vez en cuando, los que viven en pobreza severa, los que no tienen acceso a la más mínima capacitación, los que viven en el mundo del desempleo de forma endémica, los que se dejarían explotar por poder dar de comer a sus hijos, los que algunos injustamente consideran sobrantes humanos de nuestra historia. Éstos no tienen ni la motivación, ni las fuerzas, ni la esperanza de conseguir cambios en sus vidas. Su grito es el silencio, su teología la muda, su experiencia el no ser de la marginación social.
Son los aplastados por las injusticias humanas o, si se quiere, inhumanas, por el egoísmo y la insolidaridad de los integrados en la economía de esa pequeña parte de la historia que posee tanto los bienes como los servicios. Estos no dejan oír su voz, no tienen derechos, viven ataviados con mordazas invisibles que ahogan su grito, su denuncia va a través de lo silente, lo mudo, la ausencia de voz. Pero nadie duda que, a través de ese silencio de muerte lenta, se está transmitiendo un mensaje con fuerza sagrada: es la teología muda.
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Al ser muda, al estar en los espacios silentes desde donde no llega ningún tipo de denuncia, tampoco suena desde los púlpitos. Quizás se considere que no es ni política ni teológicamente correcto. De la iglesia tampoco parte del mayor de los gritos solidarios. Hay otras preocupaciones, quizás de disfrute de las bendiciones y de preocupación por la morada eterna. El bajar a la arena de la realidad y el entrar en los espacios silentes en donde se mueven los que están en el no ser de la pobreza y marginación, no está entre las prioridades de los buenos samaritanos de hoy en día.
No se debería dar la espalda a las imágenes, reportajes y gritos silentes de los empobrecidos de la historia. Eso se llama insolidaridad con el prójimo sufriente. Algo se debería hacer que se trastocara en una diferente apreciación por el mundo del mensaje de la iglesia que no solo debe ser verbal, sino de involucración amorosa y solidaria por el prójimo tirado al lado del camino. ¿Están escuchando los cristianos y la iglesia ese clamor silente? ¿Acaso no se percibe entre las cuatro paredes de la iglesia? Pues entonces habría que hacer permeables sus muros, transparentes sus ventanas y puertas para que la solidaridad y el amor pudiera salir por ellas e inundar al mundo.
¿Quién va a prestar su voz a esos gritos mudos? ¿Quién va a poner mensajes a esas teologías mudas, a esos comunicados de horros silente? ¿No puede ser la iglesia? ¿No pueden ser los creyentes del mundo, incluso considerados en los diferentes ámbitos confesionales? ¿Nadie va a romper la soledad silenciosa de los sufrientes de la historia? ¿Dónde están los profetas de hoy ante el mayor escándalo de la historia de la humanidad? ¿Nadie se siente enviado? ¿No tenemos suficiente sensibilidad en nuestros tímpanos para escuchar el clamor silente? ¿Nadie va a prestar voz a los mensajes de esa teología muda?
Señor, que aprendamos a poner voz a las crudas realidades del mundo que conforman tantos y tantos escándalos humanos a los que el mundo en general da la espalda… y que siempre sean voces comprometidas.
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