El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Las masas de población que dan la espalda al cristianismo echan de menos los auténticos compromisos de amor, misericordia y servicio de los cristianos en el mundo.
No se puede ser ciego para el hombre y creer que estamos solamente contemplando la gloria de Dios.
Nos hemos refugiado en nuestro cómodo árbol. Allí nos sentimos seguros, contemplativos y bien.
Cuando se comete el error de convertir el tiempo en una herramienta útil para la producción o, en su caso, para enriquecerse, para la ganancia y, en muchos casos, para el poseer que nos puede llevar a la avaricia, tomarse un tiempo vacacional es una necesidad vital.
Se necesita una reflexión sobre el proceso evangelizador, sobre los compromisos para evangelizar y las líneas de acción evangelística comprometida con el mundo.
La evangelización también comporta la promoción social de las personas, el cambio de los valores sociales marginantes, los estilos de vida, las prioridades, la evangelización de las culturas consumistas y el compromiso real, en acciones sociales concretas con el prójimo sufriente.
¿Podría ser que el aburrimiento de tantas y tantas iglesias aburguesadas y de espaldas al grito de los pobres y sufrientes, fuera un impulso para que muchos creyentes buscaran nuevas formas de compromiso?
Hemos de cambiar cosas en nuestras vidas y no dejarnos deslumbrar por la riqueza como prestigio y otros valores antibíblicos.
Es conveniente observar la pobreza desde los diferentes marcos mundiales. Quizás así nos concienciaríamos más del gran escándalo que la pobreza es en el mundo.
Nuestras obras sociales, nuestras iglesias, el mundo en general, necesitan de personas que se tomen en serio el trabajo de concienciación y sensibilización social que solamente tendrá éxito, si se hace desde la coherencia del ejemplo.
Nuestra tragedia es que no sabemos buscar, como esencial a la vida, aquello que es invisible a los ojos.
La misericordia nos ancla al prójimo, a ser las manos y los pies del Señor en medio de un mundo de dolor.
A veces, en nuestra buena voluntad y la de nuestros pastores, nos acostumbramos a vivir la espiritualidad cristiana como una ética de cumplimientos virtuosos.
Debemos tener cuidado para que la respuesta del mundo hoy, incluidos la del mundo cristiano con sus honrosas excepciones, no sea la misma, la de la muerte.
Este anuncio no lo hicieron los fuertes de la tierra, los poderosos y ricos, los gobernantes o sabios según el mundo.
En la pasión de Jesús no se da nunca la glorificación del dolor en sí, sino que todo tenía un fin, un propósito, un sentido relacionado con la puesta en marcha de un amor redentor.
Tomar la cruz, siempre se hace a favor de los demás. La extensión de los valores del Reino en el mundo.
Muchas veces, estamos alienados por todo tipo de “negocios” humanos que nos impiden la visión de Dios y nos hacen sordos a sus múltiples invitaciones.
Cuando nos fijamos solamente en el Dios trascendente, en el Jesús glorificado y sentado a la diestra de Dios, mucho de lo humano, también se podría perder.
También para los cristianos, comprender la realidad social y económica es esencial para poder entender las migraciones.
Quizás es que, sin reflexionar mucho sobre ello, estamos viviendo un cristianismo en el error y nuestra vivencia de la espiritualidad cristiana no se adapta a las exigencias del Maestro.
Con la insensibilidad y con nuestro pasar de largo nos jugamos nosotros también la salvación eterna prometida.
Hemos de reflexionar y trabajar para que no nos confundamos con los conceptos de “iglesia santa”, “familia santa”, “ambiente santo” u otros, no sea que estemos rozando los conceptos de pureza que tenían los religiosos del tiempo de Jesús.
El ser misericordiosos, a veces implica la denuncia incluso de los que dicen haber sido perdonados.
El Maestro no sólo miraba la ostentosa ofrenda, sino que posaba también su mirada divina en el interior de las personas.
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