El anuncio del acontecimiento más relevante e importante de la historia de la humanidad, se relaciona con los débiles y humildes de la tierra, dejando a un lado a los poderosos. ¡Hay esperanza para los pobres de la tierra! ¡Ha resucitado!
Hace falta una buena dosis de humildad para interpretar la resurrección. A los poderosos de este mundo les cuesta trabajo interpretar este evento. Quedaron sorprendidos. Ellos no tuvieron el privilegio de ser los privilegiados receptores del mensaje. El poder de la resurrección no tenía nada que ver con el poder humano, con el poder político, religioso o militar, pero no cabe duda que Jesús resucitó en poder, un poder sobrenatural que, según la lógica humana, lo podría haber para mostrarse a los que le condenaron a muerte, a los que le produjeron ese dolor y pasión casi insoportable. El resucitado podría mostrarse a ellos para decirles algo así como “Yo he vencido, yo os he vencido”.
Sin embargo, Jesús tenía otra sensibilidad. No deseaba una relación con los poderosos de la tierra. No le importaban tanto los sectores ricos de la sociedad, los poderosos de la política o del estamento militar. En el centro de su interés estaban aquellos que, en debilidad y tristeza, lloraban su muerte y tenían una referencia en su tumba. Los poderosos daban la espalda a la posible resurrección de Jesús.
¿A quién han seguido muchos cristianos en el mundo, a los preferidos de Jesús o a esos poderosos que dan la espalda tanto a su sufrimiento como a su resurrección? Quizás, en ocasiones, el cristianismo ha perdido esta dirección de humildad, de tener como referencia prioritaria y esencial a los débiles de la tierra, a los sufrientes, desclasados, excluidos y empobrecidos.
¡Cuidado, seguidores de Jesús!¡Cuantos cristianos han perdido la mirada de Jesús en su resurrección y han buscado contemporizar con los poderes mundanos! Han mirado también, en muchos casos de forma prioritaria y preferencial, a los poderosos de la tierra, a los ricos de este mundo, a los importantes desde puntos de vista económicos, políticos o sociales y ha confraternizado con ellos. No saben interpretar el mensaje de la resurrección que nos dice dónde debe dirigirse nuestra mirada, donde están los importantes a los ojos de Dios.
La verdad es que para saber interpretar la resurrección es imprescindible saber interpretar su nacimiento. Muchas veces los cristianos también se ciegan ante la riqueza y el poder y lo consideran como prestigio. No saben interpretar ni el nacimiento de Jesús, ni su vida, ni su resurrección. Tanto en su nacimiento como en su resurrección, se repite el mismo mensaje a personas en debilidad, en marginación y miedo. El mensaje de la resurrección es, al igual que en su nacimiento, “no temáis” (Mat. 28:10). Para ellos es el mensaje tanto del nacimiento como el de la resurrección. El mensaje más importante para el mundo, se les da a unas mujeres, en época patriarcal en la que se podía dudar del testimonio de una mujer.
La interpretación de la resurrección exige todo un mundo de valores bíblicos. ¿Mantenemos hoy los valores de humildad y de preferencia por los débiles que se nos da en la resurrección? ¿Sabemos aceptar ese valor del Reino que nos deja Jesús en el que se nos dice que muchos últimos serán los primeros? ¡Qué mal nos encaja todavía en la iglesia hoy uno de los valores del Reino que nos dice que los últimos pueden ser los primeros! Este valor se pone de relieve tanto en el nacimiento como en la resurrección. Curioso: el anuncio del acontecimiento más relevante e importante de la historia de la humanidad, se relaciona con los débiles y humildes de la tierra, dejando a un lado a los poderosos. ¡Hay esperanza para los pobres de la tierra! ¡Ha resucitado!
Se podría afirmar esto de cara a los pobres de la tierra: si la muerte no tiene la última palabra, tampoco la tiene la pobreza. No os confundáis. Jesús con su resurrección ha roto toda debilidad, ha reparado la humillación del hombre por el hombre, ha destrozado las desigualdades, ha dado un vuelco a los valores humanos en contracultura con los valores del Reino. Así es: si la muerte no tiene la última palabra, tampoco la tiene la pobreza, ni la exclusión social, ni la opresión, ni la injusticia. El mensaje de la resurrección y a quién se escoge para transmitir este grandioso mensaje, da un vuelco a los valores humanos antibíblicos y a todo tipo de marginación. Una revolución de valores, de costumbres, de humillaciones y desprecios.
El anuncio de la resurrección y la elección de aquellas débiles mujeres que habían de transmitirlo, promete que habrá un cambio radical en la consideración de los humildes, de los despreciados y empobrecidos por la injusticia y la opresión. Si no en este mundo, en el venidero. La resurrección es garantía de justicia para los abusados y oprimidos.
Sin embargo, los cristianos no debemos esperar a la metahistoria para que se haga justicia. El mensaje dado a estos destinatarios humildes, nos anima a los que seguimos al Maestro a ser también la voz, las manos, los pies y la herramienta en busca de la dignificación de todos los oprimidos y abusados de la tierra. Recordemos que el Reino de Dios con sus valores ya están entre nosotros. No falseemos la importancia que se da a los humildes en la transmisión del mensaje de la resurrección. La injusticia nunca tiene la última palabra.
Cristianos del mundo: reflexionad sobre esas débiles mujeres que recibieron el mayor mensaje de la historia de la humanidad, en medio de una época patriarcal en la que no eran valoradas. Sin embargo, fueron las transmisoras de este mensaje de esperanza y salvación. Mensaje de la resurrección: no infravaloremos nunca al débil, porque pudiera ser que estemos dando la espalda a Dios y a los valores del Reino. Si no sabemos interpretar el mensaje de la resurrección, no podremos ser de los que gritan con júbilo: ¡Ha resucitado, ha resucitado!
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