La empatía con el dolor del mundo nos debe llevar a ser manos cuidadosas, al compartir, al trabajo, el amor y la solidaridad humana.
Semana Santa, Mucho énfasis en el dolor y en el sufrimiento. En estas fechas, el dolor y el sufrimiento captan la atención de tantos y tantos compatriotas nuestros. Si es necesario se pueden dar latigazos, andar sobre las rodillas, penitencias mil. Es como si se quisiera participar del dolor del Maestro. Pueden darse múltiples escenas de dolor. Son momentos de pasión.
Sin embargo, son dos dolores. No cabe duda de que hay una gran diferencia entre el dolor de Jesús y el dolor que nosotros podemos imitar con penitencias, cilicios o latigazos. La diferencia es clara: En Jesús el dolor tenía un profundo sentido. Era un dolor y un sufrimiento salvífico. Se estaba cargando sobre Jesús en la cruz y en su pasión, el sufrimiento que nos correspondía soportar a nosotros. Dolor por amor. Dolor redentor y salvífico. Dolor liberador.
Cuidado. Son dos dolores. El sufrimiento que el hombre se inflige en estas fechas, en recuerdo del propio sufrimiento de Jesús, ya no tiene estas características. Jesús pasó toda esa pasión, ese dolor y sufrimiento, justamente para eliminar el nuestro. Nosotros no tenemos motivos para glorificar el sufrimiento y el dolor en nuestros cuerpos. El dolor de Jesús debe ser sufrimiento liberador de nuestros dolores. Jesús fue el experto en sufrimiento en nuestro lugar. Soportó todo ese dolor por el que deberíamos pasar nosotros.
El reto de esos dos dolores es que, si deseáramos participar del dolor de Jesús, tenemos una posibilidad de hacerlo en nuestra realidad humana: empatizar y, si es posible, suavizar o eliminar el sufrimiento de tantos y tantos sufrientes del mundo por el hambre, las migraciones internacionales, la falta de medicinas y otras circunstancias que sumen en el dolor a una gran parte de la humanidad. Si el amor a Dios y el amor al hombre se dan en relación de semejanza, quizás podríamos probar también el intento de identificarnos con el dolor del hombre.
Esos dos dolores tienen sus características. La participación en el dolor de Jesús no es solo darse latigazos, cilicios, cenizas o andar con las rodillas sangrantes. Esos sacrificios ya fueron realizados en nuestro lugar por el Maestro. Así, tampoco, la participación en el dolor de los pobres y excluidos del mundo, está en que nosotros también pasemos hambre y rechacemos medicinas. La empatía con el dolor del mundo nos debe llevar a ser manos cuidadosas, al compartir, al trabajo, el amor y la solidaridad humana. Esa es la mejor forma de participar en el dolor de los hombres que sufren y, quizás también, la mejor forma de recordar el dolor de Jesús en nuestro lugar.
Dos dolores implicados, quizás el uno condiciona al otro. Si queremos ser sensibles con el dolor del Maestro, es imprescindible y condición sine qua non que seamos sensibles y solidarios con el dolor del prójimo. El sumergirnos en el servicio al prójimo en los lugares de conflicto y en los pozos de marginación sería también una buena forma de celebrar la Semana Santa, el dolor redentor de Jesús. Ya, el causarse dolor físico, el sangrar, el hacer penitencias dolorosas no aporta nada al sacrificio de Jesús que fue completo y universal, pero el dejar comodidades, estilos de vida insolidarios, el compartir y el trabajar por la reducción de la pobreza y del sufrimiento en el mundo, sí que tiene pleno sentido. Es una forma de trabajar en el trabajo redentor de Jesús a favor del prójimo.
Hay que vivir esos dos dolores en compromiso con el mundo. La glorificación del dolor sin que para nada tenga ya el sentido del dolor redentor de Jesús, no tiene sentido alguno. Ya los profetas vieron algo de esto en el Antiguo Testamento. En Isaías 58, por ejemplo, hacían ayunos, cenizas y cilicios, pero el Señor tiene que decirles a través del profeta que el ayuno que él escogió es partir el pan con el hambriento, cuidar, albergar, acoger. Esa posible molestia, esa dedicación, ese servicio, sí que tiene sentido frente al dolor en el mundo.
Dos dolores que nos llaman a la solidaridad humana. Sensibilizarse en contra de la injusticia, la opresión, el desigual reparto de bienes, es alinearse con el dolor del mundo de forma un tanto redentora, es alinearse con el sufrimiento de Jesús en su pasión y en la cruz. La memoria del crucificado no tiene que estar desligada de la memoria de los que hoy sufren en la tierra. La historia de la pasión de los sufrientes del mundo nos debe poner en línea con la historia de la pasión del Hijo de Dios a nuestro favor.
Hay un sinsentido en la supresión de uno de los dos dolores. Si nos flagelamos en Semana Santa y damos la espalda al dolor de los hombres, es un sinsentido. Sería imposible una auténtica celebración de la Semana Santa, aunque sangráramos de forma escandalosa. No tendría ningún sentido. Quizás, la única forma de participar de la pasión y del dolor de Jesús es posicionarnos en amor y solidaridad ante los que sufren, ante el dolor de los hombres. Una buena procesión para semana santa, sería aquella que se hace en solidaridad con los sufrientes de la tierra. Yo me uno a esa procesión en recuerdo del sufrimiento de Jesús por todos nosotros.
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