De ciegos espirituales, oscuridades y penumbras

Algunos miran tanto al cielo, que deambulan por la tierra en medio de penumbras oscuras como ciegos espirituales. Creen que les alumbra la unidireccionalidad de su mirada, pero, en el fondo, al eliminar su mirada hacia el prójimo, hacia la horizontalidad del Evangelio, su mirada queda mutilada, oscurecida y rodeada de sombras fantasmales. Es la mutilación que tiene la mirada irresponsable y de espaldas a la projimidad, a la realidad del prójimo que le necesita.  Erramos en esa mirada unilateral y el mundo se queda reducido al reino de las sombras, de la oscuridad, el mundo de las tinieblas de las que huyen porque, en realidad, no ven. 

Los cristianos que tienen esa mirada unilateral de espaldas a la projimidad, a las problemáticas del hombre y sus luchas, coincidente con la mirada de los cristianos no comprometidos ante el dolor del prójimo, ante la pobreza, ante la opresión o ante injusticias como lo son el desigual reparto de los bienes del planeta, ante el racismo, el soberanismo, el maltrato a inmigrantes o similares, no han entendido las exigencias del Evangelio integral, el de la gracia y de la misericordia que es el Evangelio que puede transmitir raudales de luz a nuestras vidas.

Algunos, entre el amor a Dios y al hombre, cometen el error de intentar quedarse solo con el primero —como si eso fuera posible—, pero Jesús nos dijo que hay que bajar la mirada y amar al prójimo en relación de semejanza con el amor al mismo Dios. Así, muchos que dicen ser seguidores del Maestro caminan como ciegos ante el mundo que les necesita, ante el prójimo tirado a los lados del camino. Malos prójimos rodeados de sombras y penumbras.

Hay una cosa clara en la Biblia: la mirada a Dios siempre nos alumbra ante el prójimo, nunca nos ciega. Si somos honestos en la vivencia integral de nuestra espiritualidad cristiana, nuestra mirada será también hacia abajo, hacia el mundo, hacia los focos de conflicto en el que se encuentra nuestro prójimo. Si no, insistimos que para el mundo, caminaremos como ciegos, como personas envueltas en las densas tinieblas de la insolidaridad. 

De los auténticos seguidores de Jesús, nunca se podrá decir que, estando abiertos a la luz de Dios y arrobados por ello, queden cegados ante lo humano. Hay que trabajar estas líneas intentando dar vista a los ciegos. En la espiritualidad cristiana se deben dar simultáneamente lo divino y lo humano, la apertura hacia Dios y, a su vez, debe tenerse la vista puesta en el prójimo que nos necesita, tener nuestro interés puesto en un mundo dolido y problematizado en el que debemos ser las manos y los pies del Señor. 

No. Nunca abrirse a la trascendencia y elevar nuestra mirada hacia lo alto, nos debe llevar a la ceguera ante lo humano, ante el hombre, el prójimo que ha quedado tirado a los lados del camino. Caminaremos, entonces, envueltos en las tinieblas y las sombras de la insolidaridad, en la ceguera del cristiano que ha mutilado la vivencia de su espiritualidad. 

Así, pues, muchos se sienten atacados, sin saber por qué, por tinieblas, oscuridades y penumbras que empañan su espiritualidad y no lo entienden. En los profetas, en Isaías 58, culpaban a Dios de ser buscadores de Él y no encontrar respuesta, como si Dios fuera mudo o no los oyera. Es el resultado de las tinieblas que rodean nuestra alma ante la falta de amor para con el prójimo, ante la falta de solidaridad cristiana para con tantas y tantas personas que en el mundo necesitan la mano tendida de los creyentes. 

Así, pues, nunca el creyente auténtico va a quedar ciego ante lo humano por estar arrobado por su mirada a lo divino. Lo divino y lo humano siempre deben estar como las dos caras de la misma realidad en el horizonte del cristiano. Son dos realidades co-implicadas. Dios nunca nos ciega ante el hombre. Al contrario, nos abre los ojos, tanto los espirituales como los físicos, para que podamos contemplar las necesidades del prójimo y actuar en su nombre. No hay ninguna posibilidad cúltica para aquellos que tienen una mirada unidireccional ante Dios. Leed a los profetas, aunque solo sea Isaías capítulo 1. 

La pregunta para los que tienen solamente una mirada vertical, olvidando al mundo y dejando al prójimo en la estacada, podría ser ésta: ¿cómo muchos dicen ser cristianos, mientras practican abiertamente la insolidaridad para con el extranjero, para con los diferentes, sea por el color o por la raza, la insolidaridad para con los pobres, sean migrantes o no, para con los oprimidos y los que sufren que están tirados al lado del camino? Esto no es posible. Solo lo pueden practicar este tipo de ciegos que, aun llamándose cristianos, seguidores del Maestro, caminan por el mundo entre sombras extrañas, entre densas negruras y oscuros espantajos, aunque se den golpes de pecho. 

Para Jesús, los ciegos ante lo humano tienen una clasificación tajante: son malos prójimos. Pueden mirar hacia arriba diciendo “Señor, Señor”, pero no actúan, no hacen la voluntad de Dios. Son, en palabras del Apóstol San Pablo, como “metal que resuena o címbalo que retiñe” que, finalmente, acaban molestando a los oídos del propio Dios. A no ser que, muchos, incluso asistiendo a la iglesia, tengan otro problema adicional: eue sean de aquellos que miran para otro lado.