Las consecuencias económicas y humanitarias de esta infección contagiosa son realmente de un alcance fatal.
Ahora que, afortunadamente y con la ayuda de las vacunas, el Coronavirus parece que está llegando a su fin, podemos intentar trazar unas líneas panorámicas de lo que ha significado esta pandemia. Cuando hablo de hombres degradados, lo hago en la línea de la economía o, en su caso, social y humanitariamente degradados, porque la dignidad humana nunca se pierde.
Se ha dicho que el Coronavirus puede producir más pobreza que muertos. No es una barbaridad, porque las consecuencias económicas y humanitarias de esta infección contagiosa son realmente de un alcance fatal, tanto para los pobres de siempre en nuestros países, como en el aumento de la pobreza de los de los países ya empobrecidos y, también, por el fenómeno del surgir de nuevos pobres que se han visto lanzados a miserias inesperadas.
Si pensamos en los países en desarrollo, dicen los expertos que lo conseguido y ganado en los últimos diez años se ha perdido. La pandemia del Coronavirus no es solo un problema de salud, sino de aumento de la pobreza, de las desigualdades económicas que afectan tanto a migrantes, como a excluidos sociales, a los débiles del mundo y a aquellos desfavorecidos económicamente que han visto aumentada su desgracia y han quedado tirados los lados del camino de la vida.
Para colmo, incluso se pueden dar discriminaciones a aquellos que han tenido la mala suerte de haber sido infectados por el virus, síntomas que se añaden a muchas otras discriminaciones que se han potenciado con la pandemia. Así, pues, las líneas que hay que trabajar para mitigar los efectos humanitarios de la pandemia, son muy diversas: algunas serán las líneas médicas, de distribución de vacunas y oxígeno en los países pobres como es el caso de la India, pero hay muchas otras de las que hablaremos, para llegar a la restauración de vidas.
Hay que trabajar también muchas vertientes sociales por el aumento de las desigualdades y de la marginación social. Hay que tratar vertientes educativas. Muchos niños en el mundo, los más desfavorecidos, se han sentido muy perjudicados en su formación escolar por falta de medios informáticos esenciales. Lógicamente, hay que tratar vertientes económicas que dieran lugar a una economía de rostro humano, una economía impregnada de ética y, si fuera posible, de valores cristianos, de los valores del Reino. Eso depende mucho de nosotros los creyentes.
A todo esto, hay que pensar también en los países desarrollados. En países como España, a los varios millones de parados endémicos, parados de larga duración, degradados y, desgraciadamente, desestructurados psicológicamente, hay que añadir el ingente número de nuevos parados, personas en ERTE o autónomos que han tenido que cerrar sus negocios, además de tantos y tantos que, quizás, aún luchan por mantener sus tiendas, sus pequeños negocios, y mantener sus cierres metálicos abiertos a pesar de tantas y tantas pérdidas, desazones y ocaso de la ilusión por aquello que fue el proyecto de sus vidas. Yo espero que estos últimos parados y perjudicados en medio de esta pandemia, no lleguen a ser parte de esos parados endémicos, de larga duración que pueden llegar a estar desestructurados social y psicológicamente.
No hay que pasar de largo las situaciones de sufrimiento de las mujeres maltratadas que, al pasar tanto tiempo en casa con su maltratador, ha aumentado su situación de peligro y de dolor. En medio de la pandemia, han aumentado las denuncias por violencias machistas, las llamadas de emergencia han aumentado exponencialmente. Se habla de le feminización de la pobreza, pero, quizás, también del maltrato y de muchas violencias, muchas de ellas ocultas y que tienen dificultad de salir a la luz.
La forma en que la pandemia afecta a la economía es una pena. Hay acusaciones de mala gestión de la pandemia por parte del Gobierno, pero también de inactividad y mirar para otro lado de parte de la oposición, de enfrentamientos ideológicos que, en el fondo, buscan la posible recaudación del voto en las próximas encuestas o elecciones. Así, para los partidos políticos, independientemente de su ideología, la culpa la va a tener siempre el otro, el adversario político que, en muchos casos, se muestran como enemigos en la práctica de una política de extremos, de radicalidad y de choque.
Estos escándalos son un enorme reto para los cristianos. El desafío del Coronavirus también está llamando a las puertas de nuestras iglesias, lo cual nos plantea una serie de preguntas que, realmente, son un desafío a nuestra espiritualidad cristiana: ¿Abriremos la puerta, o miraremos para otro lado dando un portazo? La iglesia nunca puede estar indiferente frente a los que se quedan tirados al lado del camino, hombres que se degradan, que se desesperan ante la situación hasta llegar a la resignación en la aceptación de la búsqueda de la más elemental misericordia: las colas del hambre.
Colas del hambre, colas de miseria, colas de sufrimiento y dolor que son todo un grito de los desamparados y que, curiosamente, han sido usadas por los políticos en sus campañas, preocupados más por los votos que por la misericordia. El ejemplo debería venir siempre de los cristianos, que siempre deben salir al encuentro del prójimo degradado o en proceso de degradación.
Así, pues, cuidado. Las modernas estructuras económicas y del mundo del trabajo, unidos a la actual crisis por la pandemia del Coronavirus, también tienen sus trastiendas negras, sus cuartos oscuros en donde se da el deterioro de muchos humanos, hermanos nuestros excluidos, presas de la pobreza, del estrés, de las pérdidas de identidad, de depresiones y todos los submundos psicológicos o sociales que pueden conducir al hombre al sinsentido de la vida. Los cristianos deberíamos descender también hasta esas trastiendas, hacia esos cuartos oscuros o focos de pobreza, con una mano tendida de ayuda.
“Nadie se quedará atrás”, nos dice al Gobierno. Ya veis. Teóricamente, enlaza con los conceptos de los valores del Reino que llevan a los cristianos a trabajar para que nadie se quede tirado al lado del camino. Pero nosotros, los cristianos, podríamos llegar incluso más lejos en nuestra práctica de la misericordia, porque, si fuera necesario y como nos aconsejan los valores del Reino, deberíamos trabajar para que muchos de esos sufrientes y últimos llegaran a ser los primeros. ¿Podemos aceptar el reto?
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