Han pasado ya veinte siglos desde que nació el Maestro y aún no hay lugar en los mesones de la vida.
Supongo que todos sabéis que la mitad de mi vida laboral la he dedicado a la enseñanza, pero la otra mitad la he dedicado a la creación, la dirección y la promoción por toda España y otros países de la Misión Evangélica Urbana de Madrid. He hecho mucha promoción de la obra social evangélica, muchos viajes. Así, con mis visitas a iglesias y muchas otras entidades, fue surgiendo todo un tejido social evangélico entre el que destaca la creación de las Misiones Urbanas que hoy hay en otras grandes ciudades de España. Por tanto, me gustaría dar unas pinceladas con sabor navideño en este artículo que os dejo desde mi experiencia en el trabajo con los pobres de la tierra, con las personas sin hogar. Pues sí. He trabajado con personas en pobreza o en grave dificultad social, sin distinción de raza, color, nacionalidad religión u otra condición humana.
Estamos en tiempo navideño. Hace frío. Es lo normal en nuestras Navidades. La nieve suele ser una imagen navideña. El sinhogarismo, la falta de vivienda, afecta a muchos de los humanos que se codean con nosotros en medio de las ciudades preparadas para incitarnos al consumo. Desgraciadamente, el día de Nochebuena, en medio del lujo de la celebración de la Navidad, como si fuera una fiesta pagana, algunos deambulan por la ciudad metiéndose papeles de periódico debajo de sus ropas para evitar el frío o se tapan con cartones en algún rincón infecto. Para muchos no hay lugar en el mesón de la vida.
¡No hay lugar en el mesón! Aún no. Os hablo y propongo el que nos apretemos un poco, que hagamos lugar en el mesón. ¿Qué puede significar? Quizás la clave estaría en un cambio de valores adaptándonos a los valores bíblicos, a los valores del Reino, renunciar a boatos y lujos a favor de los que están excluidos de los bienes del planeta tierra, buscar nuevos estilos de vida y nuevas solidaridades… porque es Navidad, aunque no solamente por eso. Fríos, heladas, nieve. No hay lugar en el mesón para muchos humanos coetáneos nuestros. Siglo XXI. Aún falta lugar en el mesón de la vida. Un escándalo humano en medio de sociedades de consumo desmedido.
¡No hay lugar en el mesón! El aire frío cala hasta los huesos. Quizás, un lugar en un pobre pesebre, en un sencillo mesón, sería el mejor regalo para muchos. Parece que, a lo largo del tiempo, no hemos aprendido nada. Todavía no hay lugar en el mesón de la vida para muchos, nadie quiere apretarse un poco, renunciar a niveles de bienestar a favor de los desfavorecidos. Esto no se contempla en nuestro mundo. ¡No! Desde la calle, desde sus rincones infectos, los ecos de la Navidad llegan a muchos como una realidad triste, como recuerdos de tiempos mejores que les hacen caer en nostalgias que les duelen. Sinfonías tristes. La anti Navidad.
¡No hay lugar en el mesón! Las gentes integradas no quieren apretarse un poco. Así, se da lugar a las noches de los sin techo. La Nochebuena de los excluidos. Aunque toquen a la puerta de los mesones, nadie abre. Incluso los pesebres de los animales están vedados para muchos. La piel fría de los sin hogar. El tener que andar toda la noche para que los músculos no se enfríen y duelan. Han pasado ya veinte siglos desde que nació el Maestro y aún no hay lugar en los mesones de la vida. Quizás, como único triste e injusto alivio, puedan encontrar buenos cartones para acostarse sobre ellos y, a su vez, tapar sus fríos cuerpos.
¡No hay lugar en el mesón! Los albergues para transeúntes, la capacidad de los servicios sociales, los recursos para los sin techo, son escasos. No alcanzan a poder ayudar a todos. Parece que el frío viento aún silba, gritando que no hay lugar, que el mesón de la vida sigue cerrado, que ni siquiera hay pesebres para todos, que los posibles equipamientos sociales están desbordados. La escasa solidaridad humana no llega a poder cubrir todas esas necesidades. No. Nadie quiere apretarse. Nadie quiere renunciar del mínimo bienestar a favor del prójimo
¡No hay lugar en el mesón! Esto es así si hablamos de una ciudad como Madrid. No digamos si ya hablamos de la pobreza en el mundo en donde casi el ochenta por ciento de la humanidad está en dificultad económica, en mayor o menor grado, hasta llegar a los hambrientos de la tierra. Triste reflexión la del pesebre, la del hecho de que en los mesones de la vida no haya lugar. Es una muestra de que hay en el mundo situaciones límite para muchos humanos, situaciones estresantes, rupturas graves de la personalidad hasta quedar tirados en la calle de forma inmisericorde. Deberíamos hacer un mesón en el que quepa medio mundo. Solo un cambio radical de valores haría posible el acercarnos a este objetivo.
¡No hay lugar en el mesón! La frase “No hay lugar para ellos en el mesón del mundo”, debería desaparecer de la faz de la tierra. No más exclusión. Mientras haya en el mundo tanta insolidaridad y tan desigual reparto de los bienes que Dios ha dado a nuestro mundo, será muy difícil el celebrar la auténtica Navidad. Serán parches, aunque, en nuestras oraciones delante de las mesas navideñas, digamos que nos acordamos de los que no tienen lugar en el mesón, ni siquiera en un pesebre infecto. El mundo debería cambiar y pasar a la acción, al compromiso con el prójimo. Menos acumulaciones, más amor entre los hombres. Así podría comenzar la celebración de una posible y auténtica Navidad.
¡No hay lugar en el mesón! Hay que reivindicar una Navidad para los pobres, de los cuales Jesús siempre se acordó y estuvo cerca de ellos. El Evangelio se predicó de una manera especial para ellos. Que en esta Navidad haya dignidad para los pobres de la tierra, para los abandonados, para los maltratados, para los injustamente despojados. Eso sería ir haciendo Navidad, Navidad para todos, mesón para toda la humanidad. Que nadie se quede fuera. Vivienda digna para todos… se ve como una utopía que, en realidad, podría ser posible si asumiéramos con algo de radicalidad los valores del Reino de Dios. Navidad eterna.
¡Señor, ayúdanos a abrir mesones en el mundo! Dios quiera que, algún día, en el mundo pueda reinar una Navidad permanente de amor y solidaridad humana entre los hombres. Mesón para todos, que nadie se quede fuera en la más triste exclusión social. Que la frase “no hay lugar en el mesón” se cambie por el grito solidario que anuncie que todos nos vamos a apretar para que, realmente, haya lugar para todos, haya una nueva Navidad. Que cambien los valores insolidarios del mundo, por aquellos valores que nos dejó Jesús como valores del Reino de Dios en la tierra. FELIZ NAVIDAD A TODOS EN HUMILDAD, AMOR Y ENTREEGA.
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