El objeto de la fe no son sus posibles mediaciones, sino Dios mismo, el encuentro personal con Dios, la conversión genuina que va a transformar todas nuestras relaciones con la vida.
Hay veces en que, probablemente, cristianos sencillos y con buena intención, se pueden sentir bloqueados por el ritual. Cuando ocurre este bloqueo, es probable que lleguemos a confundir el objeto de la fe, a confundir lo que implica una auténtica conversión. La causa es que, a veces, la práctica rutinaria de la religión, la vivencia del ritual como algo esencial y fundante de nuestra fe, puede hacernos errar y lanzarnos a conclusiones falsas como, por ejemplo, que el objeto de la fe es la iglesia, que el objeto de la fe es saber manejar bien la Biblia, leerla diariamente, que el objeto de la fe es la escucha de los sermones, la asistencia a los cultos e involucrarse en el servicio a la iglesia.
Todo esto es correcto, pero el objeto de la fe no son sus posibles mediaciones, sino Dios mismo, el encuentro personal con Dios, la conversión genuina que va a transformar todas nuestras relaciones con la vida, las relaciones con nuestras prioridades, con la economía, con la solidaridad y el amor al prójimo, nuestros estilos de vida en sencillez y en servicio siguiendo al Maestro. Fuera de esto, es quedarse bloqueados en el ritual. Hay que tener mucho cuidado con ello.
Hay que llegar a una cierta liberación de la teología, de las normas, de los cumplimientos, de los rituales, para centrarnos en lo esencial del objeto de la fe: Dios mismo. Lo otro, serán mediaciones buenas, costumbre o ritos saludables —algunos imprescindibles como la lectura de la Biblia—, pero no podemos ni debemos quedarnos bloqueados en ninguna de estas mediaciones, prácticas o rituales.
Los que tenemos ya ciertos años, recordamos lo que era la iglesia evangélica en la España de los años cincuenta o sesenta del siglo pasado. Había muchos miembros en la iglesia evangélica que habían pasado por la experiencia de haber abandonado la práctica de ritos externos, del culto o la inclinación ante las imágenes, habían pasado de ser simples ejecutores rutinarios de rituales y de mediaciones que, al conocer el Evangelio, los rechazaron. Fueron muchos los convertidos que pasaron del seno de la iglesia católica a los templos evangélicos. Allí se sintieron liberados de ritos externos, la conversión genuina les hizo no depender de tradiciones religiosas que les convertían en practicantes de una ética de cumplimientos.
La experiencia de Dios vivida en una liberación de muchos rituales innecesarios, les convirtió en creyentes que sabían perfectamente que el objeto de su fe ya no era el ritual, sino el mismo Dios al que adoraban si mediaciones de ningún tipo, excepto de la mediación del único Mediador que era Jesús mismo. Supieron lo que significaba el auténtico encuentro con Dios, comprendieron lo que era la vivencia auténtica de una fe viva que cambiaba sus vidas, así como sus prioridades y sus compromisos y formas de vivir en el mundo al servicio del otro. Aprendieron que se podía llegar al conocimiento de Dios sin imágenes, santos, tradiciones, ritos u objetos religiosos.
Sin embargo, hoy, también en nuestras iglesias, nos rondan ciertos peligros. Quizás hoy ya no se dan esos niveles de conversiones del catolicismo al mundo evangélico. No tenemos trabas para la libertad religiosa, seguimos la práctica del ritual de una forma bastante más rutinaria… y el peligro sería el caer en las redes de los ritos y costumbres que antes criticábamos y que habíamos dejado. Podemos vivir la fe de forma rutinaria y, aunque no buscamos las mediaciones de los santos o imágenes u otras tradiciones, podemos perder lo que debe ser el objetivo de la fe: el encuentro con Dios que va a cambiar totalmente nuestra concepción de la vida y nuestras prioridades.
Nuestras mediaciones que nos confunden puede que no sean imágenes de palo, pero pueden ser otras prácticas religiosas: diezmar, leer la Biblia diariamente, escuchar al pastor en sus sermones, la asistencia dominical a la iglesia, participar de la santa cena, involucrarse en el servicio a la iglesia, pero estas mediaciones no pueden quedar ahí. Es necesario encontrar el auténtico objetivo de nuestra fe que es el encuentro con Dios, lo que la Biblia llama el nuevo nacimiento, la vivencia de una fe que no debe confundir a las mediaciones diversas con lo que debe ser el objeto único y fundante de la fe: Dios mismo, el encuentro con el que debe cambiar todas nuestras prioridades de tal manera que no podemos ni debemos vivir en el mundo como aquellos que no tienen esperanza. Esto nos debe convertir en las manos y pies del Señor en medio de un mundo de dolor, en agentes de liberación en medio de un mundo egoísta y hostil. Lo otro, son simples mediaciones que pueden ser buenas, pero que no deben desviar nuestra mirada del objetivo principal que es el mismo Dios.
Por eso no es de extrañar que las personas auténticamente convertidas y que han encontrado el objeto de su fe que es Dios mismo, a veces se encuentren descontentos con las prácticas de la vida de la iglesia, sumergiéndose en algo más excelso que han encontrado y que supera a todas esas mediaciones, no estando contentos ni satisfechos con estructuras eclesiales secundarias, normas, reglamentos, cumplimientos y exigencias religiosas que para ellos no es que sea basura, sino que está muy por debajo del listón del encuentro con Dios.
No pueden aceptar ya de manera fácil las rutinas que también se dan en nuestras congregaciones. Necesitan un oxígeno especial de acuerdo con lo que han experimentado y que se sale fuera de toda rutina y que, de forma necesaria, ha cambiado sus relaciones no solo con la sociedad, la economía, la cultura y las amistades, sino con la propia iglesia.
La cuestión esencial es que han encontrado lo prioritario y lo primario: la relación con un Dios personal que ha cambiado todas sus prioridades. Se han liberado del bloqueo del ritual para servir a Dios en libertad. La iglesia debería tener en cuenta todo esto para saber dirigir a sus fieles a lo que es el auténtico objeto de la Fe que es Dios mismo, el encuentro personal con él, dejando subordinado en una teología no esencial todo lo referido al ritual, a las costumbres y a las estructuras eclesiales.
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