El brazo de la cruz que se agarra al mundo

Semana Santa. El recuerdo de la cruz inunda todos estos días de pasión. Merece la pena reflexionar sobre ello. Hace ya muchos años que escribí un artículo para Protestante Digital que se llamaba Los cuatro brazos de la cruz. Incluía el pie de la cruz como un brazo más. Los comentaba de uno en uno intentando darle a cada uno sus características. Hoy me voy a centrar en uno de ellos. El más largo, el que se desplaza de arriba abajo, el que llega hasta el suelo, el que se siembra en la tierra y se encarna en ella, el que se agarra al mundo. El brazo más desigual que sostiene a los otros. El brazo que arraiga más que ningún otro a Jesús a nuestro planeta tierra. El pie de la cruz.

Si nos fijamos, los brazos horizontales y el que va hacia arriba suelen ser más cortos, quizás iguales. El que destaca es el que se siembra en la tierra en donde mora el hombre como si quisiera echar raíces que nunca nadie podrá arrancar. Podréis pensar que son imaginaciones, fantasías, pero la realidad está ahí. Hay un brazo de la cruz que se agarra a la tierra para que nadie pueda mover este mensaje del amor de Jesús al mundo. Un pie de la cruz que la horada, que la perfora para quedar fijo en ella.

No es que yo que yo quiera decir que el brazo corto que se dirige al cielo tenga menos importancia, pero para nosotros los humanos, los redimidos debe ser un agradecimiento ver que uno de los brazos de la cruz está sembrado en nuestra tierra, como si quisiera que el mensaje de Jesús también permaneciera arraigado a nuestro suelo, en medio de nuestras cuitas, problemáticas, pandemias y pecado. Tenemos en el mundo un brazo de la cruz, si queréis su pie, aferrado a nuestro suelo. Quizás para que el cielo y el suelo se toquen, no se extrañen, que el reino de los cielos sea también el reino de los suelos.

Por eso, cuando miramos solo al cielo y olvidamos al prójimo que nos necesita, estamos anulando el brazo más largo de la cruz, el que se hunde en la tierra. Nuestro mensaje debe estar arraigado en el suelo y nuestra mirada no debe ser solamente hacia arriba, sino también, como buenos prójimos, hacia abajo, hacia esos lugares en donde el hombre sufre y espera no solo nuestro mensaje, sino nuestra mano tendida y nuestros pies diligentes. Hay que tener siempre en cuenta el brazo de la cruz que se siembra en la tierra como memorial de la venida de Jesús al mundo.

Yo sé que a muchos cristianos les atrae mucho más lo divino que lo humano, pero hay que tener cuidado para guardar un equilibrio entre la verticalidad del amor a Dios y la horizontalidad del amor al prójimo. Yo, en este caso, estoy viendo mucho más largo el brazo de la cruz que se clava en la tierra que el que se eleva al cielo. Un largo brazo o pie que nos hunde en la realidad cotidiana del mundo. 

Decimos todo esto a efectos didácticos y para entendernos, pero el Evangelio de la gracia y de la misericordia debe estar equilibrado, aunque el incidir en el brazo más largo de la cruz como ese que se clava en nuestro mundo, puede ser simplemente una especie de discriminación positiva que nos llama a no olvidarnos de nuestro prójimo al que debemos amar en relación de semejanza con el amor al mismo Dios.

De alguna manera, este brazo o pie de la cruz que se hunde en el suelo, está apoyado también por esos dos brazos horizontales que nos dirigen hacia el prójimo que nos rodea. Suelo, mundo, prójimo, humanidad, solidaridad, servicio. Mensajes que, simbólicamente, estoy sacando de esa cruz del Calvario, cuyo brazo más largo se dirige a nosotros, a nuestra tierra, al mundo que habitamos. Si no valoramos este brazo y la horizontalidad del Evangelio, podemos caer en una espiritualidad muerta.

Cruz clavada en la tierra, horadada por el brazo más largo de la cruz, el de mayor medida, el del simbolismo humano, el de la projimidad, el de la horizontalidad del Evangelio, el pie que parece agarrarse a la tierra para siempre. Brazo que fecunda la tierra, que nos fecunda a nosotros mismos, a sus seguidores que también debemos enraizar nuestro mensaje al que no debemos espiritualizar hasta el punto de perder un Evangelio de servicio, un Evangelio de seguimiento a Jesús por amor al prójimo.

Brazo de la cruz que señala a la tierra a la que el hombre, en muchos aspectos la está saqueando hasta el punto de que la Biblia dice que nuestro planeta también gime como con dolores de parto esperando la liberación. Pie ecológico, brazo fraternal, brazo que nos redirige también hacia el prójimo tirado al lado del camino, que nos habla de igualdad, pues todos tenemos la misma dignidad ante Dios, una dignidad que nos viene de estar todos hechos a imagen y semejanza suya. El Evangelio que solo mira hacia arriba y no tiene en cuenta los mensajes simbólicos de este brazo de la cruz que se siembra en nuestro suelo cual pie que lo agarra, es un Evangelio mutilado.

Pie que nos señala al prójimo, el brazo que nos puede hablar de la igualdad entre los hombres, de nuestro compromiso con el mundo… el brazo protector de los desprotegidos, de los excluidos, de los sufrientes y débiles de nuestra tierra. Lo espiritual y lo humano en relación de semejanza. No hay una auténtica espiritualidad que sea sorda al grito del marginado, al gemido del sufriente, al llanto del apaleado. Brazo que nos muestra todo un marco ético, pues no en vano, el cristianismo, aunque sea mucho más y nos lleve a lo trascendente, es la religión más ética del mundo.