El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Todavía no sabemos cómo hizo Dios las primeras células que aparecieron en el planeta azul, pero estamos seguros de que fue Él quien las diseñó con su infinita sabiduría.
Esa ley moral objetiva que toda criatura humana lleva en el alma implica la existencia de un Legislador original que nos la haya puesto ahí.
La idea es que todo diseño complejo requiere un diseñador y, como en el mundo hay muchas cosas y organismos altamente sofisticados, lo más lógico es que exista también un diseñador del universo.
La opción por Dios o por la nada se toma siempre, en lo más profundo del alma humana, mediante la fe en lo uno o lo otro, no por medio de ninguna demostración racional.
Es evidente que en el cuerpo humano y en el de los animales existen estructuras y órganos que son vestigios de nuestro propio desarrollo embrionario y no de la evolución.
Darwin pensaba que la degeneración que evidenciaban tales órganos apoyaba su teoría evolucionista, mientras que refutaba la creación de las especies por parte de un Dios creador.
Sus pretendidas deficiencias, en realidad no lo son, sino que manifiestan una planificación muy sofisticada y superior a los proyectos realizados por los ingenieros humanos.
Adán no habría podido labrar, ni cuidar el huerto de Edén, si la entropía no hubiera estado ya actuando.
Una de las principales pruebas de que el universo y la Tierra tienen miles de millones de años -y no sólo unos pocos miles- es aquella que proporciona el análisis de la luz estelar procedente del firmamento.
La interpretación de las eras o etapas es la que mejor refleja la realidad ya que armoniza bien con lo que la ciencia ha descubierto hasta el presente y con lo que refleja una exégesis profunda del texto inspirado.
Es evidente que la fuente de la luz del primer día de la creación era el Sol, que ya había sido preparado por Dios mucho antes.
Génesis 1:2 da a entender que, al empezar los días de la creación, la oscuridad envolvía toda la superficie de la Tierra. Esto es también lo que ha determinado la historia geológica.
¿Alguna vez estuvo la Tierra completamente cubierta de agua? ¿Acaso las ballenas aparecieron primero y después los grandes mamíferos terrestres? ¿Fue el Diluvio realmente un fenómeno universal?
Si la Biblia es verdaderamente la Palabra de Dios, no puede contener errores fundamentales de ningún orden. Aceptar esto no es elaborar ningún tipo de “bibliolatría”, sino reconocer que no estamos simplemente ante una obra más de la literatura religiosa.
Las numerosas dificultades de la Biblia parecen, a primera vista, desafiar su infalibilidad. Sin embargo, cuando se analizan a fondo mediante una correcta crítica del texto, la mayoría suelen desaparecer.
En el Nuevo Testamento tanto el Señor Jesús como el apóstol Pablo se refieren a Moisés, citando su autoridad y asumiendo su paternidad literaria.
Todas estas menciones bíblicas prematuras son fácilmente explicables desde la cantidad de copistas que han tenido las Escrituras.
Tanto los judíos como los cristianos han considerado a Moisés como el autor inspirado que había escritos estos primeros cinco libros de la Biblia.
La reproducción humana constituye un claro ejemplo de interdependencia irreductiblemente compleja entre personas que no puede explicarse mediante el concurso de las solas leyes naturales.
Aunque la ciencia comprenda cómo funciona la sexualidad humana, su origen sigue siendo un misterio.
Para que un hombre y una mujer puedan convertirse en padre y madre se requiere que sus cuerpos empiecen a fabricar células sexuales sanas muchos años antes. El proceso se inicia en la pubertad, en cuanto dejan de ser niños.
Para que todo funcione bien, cada molécula u hormona deben estar en su sitio en el momento adecuado y siguiendo un orden preestablecido.
El llamado síndrome de Le Chapelle es una anomalía que afecta a uno de cada veinte mil hombres.
Todos estos mecanismos bioquímicos ligados a la reproducción constituyen un sistema irreductible cuya finalidad es generar varones y hembras fértiles.
Cada día nacen en el mundo más de 370.000 bebés, del mismo modo que lo han venido haciendo desde siempre. Es decir, de manera natural. ¿Cómo logra la naturaleza semejante proeza?
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