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La longevidad de los patriarcas bíblicos

¿Cómo es posible llegar a vivir casi un milenio? ¿Acaso no suponen tales cifras un desafío a la credulidad del hombre moderno?

CONCIENCIA AUTOR 87/Antonio_Cruz 29 DE JUNIO DE 2025 16:10 h
Matusalen y su familia, / [link]Meisterdrucke[/link]

La Biblia dice que Adán vivió 130 años y que a esa avanzada edad tuvo a su hijo Set. Además, agrega que después de este nacimiento todavía vivió otros 800 años más.



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En total, el primer ser humano llegó a ver nada más y nada menos que 930 primaveras (Gn. 5:3-5). En la genealogía de Adán, que ofrece este capítulo quinto de Génesis, se indica también que su hijo Set vivió 912 años; Enós, 905; Cainán, 910; Mahalaleel, 895 y así hasta llegar a Matusalén, quien fue el más longevo de todos, con sus 969 años.



¿Cómo es posible llegar a vivir casi un milenio? ¿Acaso no suponen tales cifras un desafío a la credulidad del hombre moderno?



Curiosamente, algunas civilizaciones antiguas, diferentes a la hebrea, poseen también tradiciones relativas a la extraordinaria longevidad de los hombres primitivos.



Por ejemplo, los sumerios tenían escritos cuneiformes realizados por el historiador Beroso, que fue también sacerdote del dios Marduk en Babilonia durante el siglo III a. C., en los que se decía que antes del Diluvio habían vivido diez reyes, a quienes se atribuían extraordinarios reinados de varios miles de años.[1] 



En uno de tales textos (llamado W. B. 444) se dice que ocho de tales reyes llegaron a reinar entre todos un total de 241.200 años y que el último de estos reyes fue el padre de Um-napistim, el héroe del Diluvio según la epopeya de Gilgames.[2]



Muchos eruditos cristianos han venido creyendo que, a pesar de las notables diferencias (de realismo, longevidad, moralidad, etc.), la genealogía de Génesis debía ser una copia de la mesopotámica y que, por tanto, la lista de los patriarcas bíblicos antediluvianos no ofrece ningún dato histórico ni geográfico concreto, ni tampoco supone una realidad cronológica.



Además, la paleontología y la arqueología modernas parecen demostrar todo lo contrario. Es decir, que el medio natural y cultural de estos patriarcas no parece ser el que se le supone al Paleolítico o edad de piedra, desde la perspectiva evolucionista.



En esa época, se cree que la mortalidad entre los humanos era grande y que éstos vivían como mucho unos 40 años. Aparentemente, lo que se dice en la Biblia parece estar en contradicción con los descubrimientos de la ciencia y, por tanto, habría que interpretar tales edades como simbólicas y pedagógicas.



Su finalidad sería la de indicar que los primeros humanos vivían más porque acababan de ser creados por Dios para existir eternamente y, si no hubieran pecado, así habría sido. Pero esto no se debería entender literalmente sino sólo teológicamente.



No obstante, otros autores creen que las grandes diferencias existentes entre relatos (como los nombres propios de los personajes y el número de años que vivieron) hacen muy poco probable que el relato bíblico derive del sumerio. Más bien, piensan que existía una fuente común mucho más antigua y desconocida de la que derivarían ambos.[3] 



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En cuanto a esta relación en el caso de Adán, el exégeta católico Maximiliano García Cordero escribe: “en la perspectiva bíblica, la trayectoria del hombre, lejos de ser una promoción de un estado mísero a otro de bienestar, es al revés: descenso de una situación privilegiada de colono de Dios en un oasis a la de beduino, que tiene que luchar con la hostilidad del ambiente de la estepa en pugna por la simple supervivencia. Resulta, pues, insostenible la hipótesis de que el relato bíblico está calcado en la leyenda de la epopeya de Gilgamesh”.[4] 



El Génesis bíblico parece indicar que los primeros humanos fueron creados en un estado de perfección que perdieron poco a poco, mientras que el evolucionismo lo concibe precisamente al revés.



Algunos han argumentado que cabría la posibilidad de que tales cantidades sean el resultado de diferentes maneras de contar el tiempo. Por ejemplo, que en vez de años literales se refieran a meses y así los 969 años de Matusalén quedarían reducidos a unos 80, que es aproximadamente lo que vivimos hoy.



Sin embargo, no hay pruebas bíblicas ni extrabíblicas que corroboren dicha explicación. Los registros agrícolas y astronómicos más antiguos que se poseen muestran claramente que el hombre de la antigüedad contaba los años como nosotros hoy.



La gran importancia de los días solares, las estaciones y las distintas fases de la Luna para las cosechas determinaba que dicho cómputo fuera así. Los primeros astrónomos de Mesopotamia lograron calcular la duración del año solar con una precisión de cuatro minutos con respecto a los valores actuales.[5]



Además, en la Biblia se dice que Dios redujo la edad del hombre a un máximo de 120 años (Gn. 6:3), lo cual carecería de sentido si antes los humanos no hubieran sido más longevos.



¿Qué habría pasado si realmente Adán y sus primeros descendientes hubieran vivido tanto como afirma la Escritura? Una de las primeras consecuencias habría sido el florecimiento de la cultura y la tecnología. La experiencia y el conocimiento alcanzado por una generación tan longeva se habría acumulado y trasladado a las siguientes y así sucesivamente, multiplicando los saberes e incrementado la civilización.



De hecho, esto es lo que parece sugerir la Escritura para los hombres y mujeres antediluvianos (Gn. 4:20-22). Sin embargo, después del Diluvio, al reducirse notablemente la esperanza de vida, las diversas artes y técnicas parecen haberse estancado y el progreso podría haber sufrido retrocesos o discontinuidades.



Con el fin de explicar estas enormes edades, algunos han apelado también a las condiciones medioambientales. Se ha hablado de la hipotética existencia en el pasado de una espesa capa de vapor de agua en la atmósfera antediluviana que rodeaba toda la Tierra, creando un clima tropical benigno e impidiendo la entrada de los rayos cósmicos perjudiciales para la vida.



En este sentido, el filósofo creacionista de la Tierra joven, Henry M. Morris, escribió en la década de los sesenta del siglo XX: “El efecto de esta concentración de anhídrido carbónico y ozono en la atmósfera antediluviana aumentó el efecto de la cubierta de vapor en su función de mantener el efecto global de invernadero y de proteger a la tierra de la radiación de longitud nociva de onda corta que venía del sol y del espacio exterior”.[6] 



Él creía que, si esto hubiera sido así, las personas y los animales podrían haber sido mucho más longevos que en la actualidad. No obstante, posteriormente se supo que esta hipótesis de la cubierta de agua chocaba con algunas imposibilidades físicas.[7] 



La primera es que la propia atracción gravitatoria terrestre la habría hecho descender sobre la superficie de la Tierra. Y, si esto no hubiera sido así, dicho vapor atmosférico se habría disipado pronto en el espacio interplanetario. Incluso, en el caso de que hubiera existido durante un breve período de tiempo, habría generado un tremendo efecto invernadero, un calentamiento de la biosfera que habría evaporado y eliminado toda el agua y el hielo terrestres, haciendo imposible la vida en el planeta.



Pero es que, aunque esta cubierta hubiera protegido a los habitantes de la Tierra de la radiación ultravioleta, no lo habría hecho de los rayos cósmicos, que son los causantes de las mutaciones en el ADN y del acortamiento de la vida. Por lo que tal hipótesis fue abandonada poco a poco.



Hoy sabemos que la vida humana se ve limitada por numerosos factores físicos, químicos, biológicos e incluso sociológicos. Entre ellos cabe destacar la radiación cósmica de alta energía que produce mutaciones en las células de nuestro cuerpo; la exposición a la desintegración de isótopos radiactivos; las radiaciones solares como las ultravioleta y los rayos X; el contacto con productos químicos cancerígenos; la acumulación de metales pesados en los tejidos, como mercurio, aluminio, hierro, estaño, plomo, etc.; las diversas enfermedades; una nutrición pobre o inadecuada; un exceso en el consumo de carne y de calorías; poco ejercicio físico; estrés; accidentes; conflictos armados; etc., etc. Todo esto contribuye a disminuir la esperanza de vida de las personas.



El Dr. Hugh Ross plantea una posible explicación de la extraordinaria longevidad de los patriarcas y su drástica reducción después del Diluvio, como consecuencia de los daños causados por ciertas radiaciones cósmicas.



Es sabido que los cuásares, agujeros negros, estrellas de neutrones, así como las explosiones de novas y supernovas emiten rayos cósmicos dañinos para la vida. Durante casi todo el siglo XX, los astrónomos creían que el nivel de radiación cósmica en toda la Tierra había sido más o menos constante y uniforme durante toda la historia de la humanidad.



Sin embargo, esta creencia fue cuestionada por los trabajos de dos astrónomos, uno ruso y otro británico.[8] Estos autores demostraron que los rayos cósmicos más mortíferos para el ser humano no habían actuado desde siempre, sino que empezaron a hacerlo hace tan solo unos cien mil años.



Al parecer, tales radiaciones procedían de una supernova situada a menos de mil años luz de nuestro sistema solar, conocida como el Anillo de Monogem.



Hugh Ross concluye al respecto: “todo lo relacionado con la edad y la proximidad del Anillo de Monogem y su púlsar asociado parece coherente con la posibilidad de que Dios utilizara estos objetos, al menos en parte, para acortar la duración de la vida humana en la era posterior al diluvio.



Parece posible que antes de la época de Noé, los mortíferos rayos cósmicos que tan significativamente afectan a la longevidad humana aún no hubieran llegado desde su fuente supernova”.[9] 



Es decir, la longevidad de los patriarcas pudo ser tan extensa como afirma la Biblia porque todavía no llegaban a la Tierra las radiaciones que hoy aceleran nuestro envejecimiento. Pero puede haber también otras causas.



Las rocas ígneas o magmáticas son aquellas que se originaron por solidificación y enfriamiento del llamado magma caliente procedente del manto terrestre. Se sabe que estas rocas, como el granito, la andesita o el basalto, entre otras muchas, emiten un tipo de radiación que es perjudicial para las células vivas.



Sin embargo, el ser humano las ha venido utilizado desde la antigüedad para construir sus casas, ciudades e infraestructuras urbanas. Las carreteras, autopistas, calles de las ciudades, etc., están asfaltadas con una mezcla de materiales que incluyen algunas de tales rocas ígneas perjudiciales para la longevidad humana.



Sin embargo, las personas que vivieron antes del Diluvio habitaban en un ambiente sedimentario -como era la llanura mesopotámica- que carecía de materiales ígneos y, por tanto, podrían haber estado protegidos de tales radiaciones.



Además, no usaban el carbón como combustible y construían sus hogares con madera y fibras vegetales, con lo cual no estaban tan expuestos a estos isótopos radiactivos tanto como nosotros hoy. Esto también pudo contribuir a su mayor longevidad.



De la misma manera, es sabido que una dieta vegetariana o vegana es más sana y puede alargar la vida. La Biblia dice que, al principio, Dios dio plantas y frutas como elementos nutritivos para alimentar tanto a las personas como a los animales (Gn. 1:29-30).



Más tarde, después del Diluvio, el Creador permite a Noé y a sus descendientes comer animales limpios sin su sangre ya que los vegetales debían escasear después de la catástrofe (Gn. 9:3-4). Fue en ese momento, según la Escritura, cuando la vida media de los humanos empezó a disminuir de forma notable.



Actualmente se ha podido comprobar que las dietas vegetarianas ricas en cereales integrales y legumbres pueden aumentar la esperanza de vida de las personas de cinco a siete años ya que reducen el riesgo de padecer tumores, así como de morir por enfermedades cardíacas.[10], [11] 



También se han realizado experimentos con gusanos nematodos de la especie Caenorhabditis elegans, aumentando sus antioxidantes naturales (con peróxido dismutasa y catalasa) y se ha podido comprobar que su esperanza de vida aumenta en un 44%.[12] 



Si esto es así todavía hoy, es probable que una dieta vegetariana estricta y equilibrada contribuyera en parte a la longevidad de los patriarcas, puesto que eliminaba los peligros del exceso calórico y, a la vez, reduciría los radicales libres en el cuerpo que causan daño a las células y los tejidos. Y llegamos así por último al terreno de la biología y, más concretamente, al de la genética.



Los cromosomas son estructuras celulares muy organizadas, formadas por ADN y proteínas, que contienen la mayor parte de la información genética de un individuo.



Cuando mejor pueden observarse, mediante técnicas microscópicas, es en el momento en que la célula se divide (en la mitosis y meiosis). En ese intervalo, los cromosomas se compactan, alinean, adquieren forma de X y se duplican.



Después de esta duplicación, las dos copias resultantes de cada uno de los 23 cromosomas humanos se separan y cada una irá a parar al núcleo de cada célula hija.



Esta separación se realiza mediante la ruptura del filamento de ADN que tiene lugar en una región terminal del cromosoma llamada telómero. Se trata de una zona formada por secuencias repetitivas de ADN situada en el extremo del cromosoma, cuya finalidad principal es evitar que tales extremos se desgasten demasiado o enreden. 



A pesar de esto, lo cierto es que con cada división celular los telómeros se desgastan y se van haciendo más cortos. Por último, llega un momento en que los cromosomas envejecen porque se han acortado tanto que algunos de sus genes importantes ya no logran replicarse y dejan de funcionar.



Al no poder reproducirse, las células dañadas o envejecidas ya no pueden ser sustituidas y los tejidos, órganos o aparatos corporales dejan de realizar sus funciones con la eficacia que lo hacían antes.



Es el envejecimiento celular y orgánico que desemboca finalmente en la muerte. Es sabido que actualmente una determinada célula corporal sólo suele dividirse una cincuentena de veces y después muere.



Esto significa que hoy la longevidad máxima de las personas tiene un límite que no se puede superar y que estaría alrededor de los 120 años, incluso aunque se haya llevado una dieta sana y se haya vivido en un ambiente con pocas radiaciones peligrosas.



En los tejidos fetales y en ciertas células madre poco diferenciadas hay una enzima, llamada telomerasa, que añade nucleótidos al ADN de los telómeros, con el fin de que éstos se alarguen después de cada división.



Sin embargo, esta actividad generadora de la telomerasa es reprimida en las células somáticas después del nacimiento ya que, si persistiera, podría dar lugar a tumores malignos por un exceso de divisiones celulares descontroladas.



Los actuales niveles de telomerasa de la población son los adecuados para mantener la vida media de los humanos dentro de estos límites y en las condiciones de radiación que existen hoy.



Sin embargo, si la exposición a la desintegración de radioisótopos y a los rayos cósmicos de núcleos pesados fue inferior en el pasado a los niveles actuales -como parecen indicar los estudios astronómicos- y la actividad de la telomerasa fue mayor que hoy, ya que el riesgo de padecer cáncer habría sido mucho menor, es posible que las personas hubieran podido vivir muchos más años, tal como indica la Biblia.



Dios pudo acortar después la esperanza de vida humana, aumentando los niveles de radiación procedentes de una supernova cercana, así como la exposición a las rocas ígneas y, a la vez, disminuyendo la actividad de la telomerasa para proteger a las personas postdiluvianas de tales radiaciones.



Si esto hubiera sido así, lo que muchos niegan hoy -la extraordinaria longevidad de los patriarcas bíblicos- podría considerarse como algo histórico y posible. A mi modo de ver, esta posibilidad científica es razonable y apoya la autenticidad de lo que dice la Escritura.



 



Notas



[1] https://www.uv.es/ivorra/Historia/Historia_Antigua/IIImilenio_B.htm



[2] https://www.mercaba.org/Rialp/P/patriarcas_biblicos_1_patriarcas.htm



[3] https://freepages.rootsweb.com/~fesschequy/genealogy/AntediluvianPatriarchs.html



[4] García Cordero, M., 1977, La Biblia y el legado del Antiguo Oriente, BAC, Madrid, p. 21.



[5] https://www.facebook.com/Civilizacionesantiguasegiptomesopotamiagreciaroma/posts/la-ciencia-en-mesopotamiael-comienzo-de-la-civilización-mesopotámica-se-remonta-/3277545488981747/



[6] Morris, H. M. et al., 1982, El Diluvio del Génesis, Clie, Terrassa, Barcelona, pp. 495 y 635-644.



[7] Ross, H. 2023, Navegando Génesis, Kerigma, Salem, Oregón, p. 166.



[8] Erlykin, A. D. y Wolfendale, A. W., 2005, Further Evidence Favouring the Single Source Model for Cosmic Rays, Astroparticle Physics, 23: 1-9.



[9] Ross, H. 2023, Navegando Génesis, Kerigma, Salem, Oregón, p. 169.



[10] Fadnes LT, Javadi Arjmand E, Økland JM, et al., 2024, Life expectancy gains from dietary modifications a comparative modeling study in 7 countries. Am J Clin Nutr., 120(1):170-177. doi10.1016j.ajcnut.2024.04.028



[11] Dinu M, Abbate R, Gensini GF, Casini A, Sofi F., 2017, Vegetarian, vegan diets and multiple health outcomes a systematic review with meta-analysis of observational studies. Crit Rev Food Sci Nutr., 57(17):3640-3649. doi10.108010408398.2016



[12] Melov, S. et al., 2000, Extension of life-span with superoxide dismutase/catalase mimetics, Science, 289(5484):1567-9. doi: 10.1126/science.289.5484.1567.


 

 


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