Hoy la genética considera que las diferencias en el aspecto de las personas, visibles y evidentes, son sólo el resultado de la adaptación al medio y que toda la humanidad forma parte de una única raza humana.
Foto: [link]Shelby Murphy Figueroa[/link], Unsplash CC0.
Cuando el gran naturalista sueco del siglo XVIII Linneo (Carl von Linné) realizó su clasificación sistemática de las plantas y los animales, incluyó también al ser humano en ella como perteneciente al género Homo y a la especie sapiens.
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Como se trataba de una especie más, se supuso que podía asimismo dividirse en subespecies o razas humanas, según los diferentes orígenes o localizaciones geográficas.
Se empezó así a clasificar a la humanidad en troncos raciales o razas, tales como: europea, africana, asiática, americana, etc., según la apariencia física. La pigmentación de la piel, el color del iris de los ojos, la tonalidad y aspecto del cabello, la forma de la cabeza y la cara, etc., fueron rasgos significativos para dicha clasificación.
Más tarde, en 1944, el antropólogo y paleontólogo francés, Henri Victor Vallois (1889-1981) propuso su raciología, en la que reconocía la existencia de cuatro grandes grupos raciales formados por 27 razas humanas distintas.
Posteriormente, en 1962, este número fue ampliado a 34 razas por el genetista ruso-estadounidense, Theodosius Dobzhansky. En su clasificación, se refería a cuatro razas recientemente formadas, en los últimos 400 años, tales como la neohawaiana, los ladinos, la norteamericana de color y la sudafricana de color.
Como los términos raciales blancos, negros o amarillos podían tener connotaciones peyorativas, ya que en el pasado fueron usados para crear jerarquías y justificar así el racismo y la eugenesia, se empezó a hablar de caucasoides o európidos, negroides o melanoafricanos, australoides y mongoloides.[1]
A pesar de tales estudios, actualmente el concepto biológico de “raza humana” ha quedado obsoleto. Se considera más como una construcción social o cultural que como una auténtica realidad científica.
¿A qué se debe semejante cambio de paradigma? ¿Por qué se prefiere hoy hablar de “etnias” en vez de “razas”? Básicamente porque la genética ha demostrado que los grupos humanos actuales compartimos el 99.9% de nuestro ADN. Esto confirma que no existen subdivisiones biológicas significativas en las personas como para sustentar una clasificación racial.
Las antiguas agrupaciones geográfico-étnicas, al estilo del “continente negro” por ejemplo, carecen de apoyo científico suficiente.[2]
Esto puede resultar sorprendente para el profano, sobre todo cuando se tiene en cuenta lo fácil que es distinguir a un nigeriano de un alemán o de un chino, sin embargo, lo cierto es que la diferencia genética entre tales etnias es mínima e insuficiente como para hablar de razas distintas.
Se trata sólo de un número pequeño de genes que, a pesar de tener un alto valor adaptativo respecto de los distintos climas o ambientes, no permiten una división subespecífica. Nada más.
De manera que hoy la genética considera que las diferencias en el aspecto de las personas, visibles y evidentes, son sólo el resultado de la adaptación al medio y que toda la humanidad forma parte de una única raza humana.
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Esta uniformidad genética de la humanidad ha sorprendido a los biólogos ya que apenas suele darse en el resto de las especies animales. Tal como reconocen los evolucionistas Francisco J. Ayala y Camilo J. Cela:
“La enorme movilidad de los individuos de la especie humana moderna es un factor muy potente en favor del mestizaje. En términos zoológicos, sería difícil de entender que unas poblaciones extendidas por áreas geográficas tan diversas y distantes no hubiesen emprendido procesos de especiación -de división en diferentes especies-. En términos antropológicos, la tendencia es la contraria: la especie humana cuenta con una movilidad y, por ende, una tendencia al mestizaje tan alta que la cantidad de alelos presentes en casi cualquier lugar del planeta es cada vez más alta.”[3]
¿Es realmente así? ¿Se trata sólo de movilidad y mestizaje o es que la especie humana fue creada de manera diferente al resto de los seres vivos? La Biblia dice que el hombre y la mujer fueron creados a imagen de Dios.
Por otro lado, es significativo el hecho de que el apóstol Pablo, en su homilía a los griegos congregados en el Areópago ateniense, les hablara también acerca de la unidad de la raza humana y les dijera que el Dios que hizo el mundo: “de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación; para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros” (Hch. 17:26-27).
Resulta admirable que en una época precientífica el gran apóstol de los gentiles se refiriera ya a la unidad de la raza humana que la ciencia ha confirmado recientemente. ¿Eran ideas suyas o es que el Señor se lo reveló?
En cuanto al origen de las diversas etnias humanas, a pesar de las varias hipótesis existentes, lo cierto es que sigue siendo un misterio. La Escritura no ofrece una explicación definitiva al respecto, pero la antropología científica tampoco.
Es verdad que algunas sectas religiosas han venido creyendo durante siglos que la maldición de Noé a su hijo Cam (Gn. 9:18-27) fue el origen de las etnias negras. Sin embargo, nada dice este texto (ni ningún otro de la Biblia) sobre esta interpretación tan racista.
Ser siervo o esclavo de sus hermanos nada tiene que ver con el cambio en el color de la piel. Tampoco existe evidencia alguna de que los cananeos descendientes de Canaán -uno de los hijos de Cam- tuvieran la piel oscura. A nosotros nos parece que quienes hacen tales afirmaciones despectivas lo hacen más por motivos sociales o políticos que por una correcta exégesis bíblica.
El origen de las diferencias étnicas debe ser muy antiguo. La Biblia indica que tales diferencias ya se conocían durante el éxodo judío por el desierto. Por ejemplo, a María y a Aaron les disgustó que Moisés se uniera con una mujer cusita (Nm. 12:1). Los cusitas tenían la piel negra y eran descendientes de Cus, un nieto de Noé. Más tarde, el profeta Jeremías dirá: “¿Mudará el etíope su piel, y el leopardo sus manchas?” (Jer. 13:23).
¿Cómo es que se produjeron tales diferencias en el color de la piel y en otras características en un período tan breve como el que va desde la época de Noé a la de Moisés? El Dr. Hugh Ross reconoce que la selección natural es incapaz de provocar tales cambios en tan poco tiempo y sugiere que, en la torre de Babel, Dios pudo haber hecho algo más que diversificar el lenguaje.[4] Puede que introdujera también los rasgos étnicos característicos con el fin de facilitar la separación de los pueblos.
El texto bíblico no dice nada al respecto, sólo especifica que los hijos de Noé se separaron “por sus familias, por sus lenguas, en sus tierras, en sus naciones” (Gn. 10:5, 20, 31). Las cuestiones acerca de cómo introdujo Dios tales cambios genéticos y cómo confundió las lenguas no se explican y, por tanto, pertenecen al misterio divino.
Si Él creó el universo, la vida y al ser humano, es evidente que puede también intervenir cuando decida y modificar determinados aspectos de su creación para contribuir a sus planes eternos. El Creador pudo introducir nuevo material genético relacionado con los distintos rasgos raciales. Desde luego, lo que está claro es que la velocidad de dichos cambios no puede ser explicada por medios exclusivamente naturales.
Según el Dr. Ross, Noé y sus descendientes pudieron vivir hace entre 50.000 y 30.000 años. La dispersión de los pueblos después de la torre de Babel pudo producirse en una fecha comprendida entre hace 40.000 y 11.000 años. Mientras que Abraham vivió hace sólo unos 4.000 años.[5]
La genealogía que ofrece el capítulo 11 de Génesis pretende ser como un puente que relaciona a Noé con Abraham. Sin embargo, tal como muchos estudiosos reconocen, sólo se mencionan los personajes más relevantes de esta línea sucesoria.
De ahí que muchos le den más importancia y credibilidad a la historia bíblica a partir de Abraham que a la de Noé, mucho más antigua. Sin embargo, actualmente, tanto la arqueología como otras disciplinas científicas han aportado todo un conjunto de pruebas que corroboran los hechos descritos en los once primeros capítulos de Génesis.
En el momento presente, se puede afirmar que la ciencia respalda el mensaje de la Biblia, acerca de la creación del universo, la Tierra y la vida. Dios ha venido protegiendo al ser humano de su propia aniquilación y continúa velando por que, al final, el bien triunfe sobre el mal.
Según la Escritura, el plan divino al separar así los pueblos, naciones y etnias fue frenar la maldad en el mundo, fomentar la dispersión humana, poblar todos los continentes y evitar los imperialismos o totalitarismos degradantes que esclavizan al ser humano.
Esto no significa que Dios esté contra las relaciones comerciales entre los pueblos o contra los matrimonios interétnicos, sino que por el contrario desea la libertad y armonía entre todas las naciones del mundo.
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