Nada de lo que las ciencias experimentales han descubierto sobre el mundo, según teorías empíricamente verificadas, está en conflicto con la existencia de Dios, ni con su actividad creadora.
Dado que el universo es una realidad evidente a nuestros sentidos humanos, sólo caben dos opciones distintas respecto a él: que sea eterno o que haya tenido un principio.
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Es decir, que hubiera existido desde siempre o que tuviera un comienzo en el tiempo y puede que también un final. No parece que pueda haber más posibilidades.
Ahora bien, si el cosmos fuera eterno, se plantearían a su vez tres opciones relacionadas con la existencia de Dios: 1ª) que el universo compartiera con el Creador el don de la eternidad; 2ª) que Dios no existiera, pero el universo sí; y 3ª) la idea panteísta de que Dios fuera el propio universo.
En el primer caso, aunque el mundo material fuera eterno seguiría dependiendo ontológicamente del Creador como causa de su existencia. Esto ya lo planteó Tomás de Aquino en el siglo XIII y concluyó que la supuesta eternidad del mundo material no sería incompatible con la realidad de un Dios trascendente. 1
Se trata de un razonamiento que, a mi modo de ver, continúa siendo relevante.
En cuanto a la segunda opción, -la favorita de los ateos puesto que niega la realidad de Dios- se hace más y más insostenible, a medida que la ciencia avanza.
Las múltiples evidencias científicas sugieren poderosamente que detrás de todos los procesos naturales del cosmos existe una inteligencia planificadora y que el azar es incapaz de generar tanta complejidad o sofisticación física, química y biológica.
Nada de lo que las ciencias experimentales han descubierto sobre el mundo, según teorías empíricamente verificadas, está en conflicto con la existencia de Dios, ni con su actividad creadora.
Es el mismo argumento válido que usaba ya en sus días el apóstol Pablo (Ro. 1:20).
Mientras que la tercera posibilidad, la creencia de que Dios es el propio cosmos material, aunque parezca disparatada, es la que aceptan algunos pensadores.
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El famoso filósofo escéptico del siglo XVIII, David Hume, se preguntaba: “Por qué no puede ser el universo material el Ser Existente y Necesario?”
Es decir, aquello que los teístas llamamos Dios. También el biólogo ateo Richard Dawkins, cuando se refiere a la divinidad, la malentiende como si fuera producto del universo material y, por tanto, sometida a la evolución propia del mismo.
Sin embargo, se trata de una opción claramente equivocada. Dios no puede estar sometido al universo material que él mismo creó.
Él posee muchos otros atributos -además de la eternidad- de los que carece el cosmos físico. Por tanto, Dios no encaja con el universo material.
Ahora bien, si el mundo no es eterno y tuvo un principio, es evidente que no pudo surgir de la nada espontáneamente, sino que necesitó una causa. Esta causa debió ser Algo o Alguien eterno y ajeno al mundo de la materia.
Se trata de lo que la Escritura y los teístas llamados Dios. Si el universo tuvo comienzo, ¿existirá eternamente o tendrá un final por muerte térmica? El hecho de que el cosmos no tuviera un fin temporal no supone ningún inconveniente para los creyentes, ni tampoco para los ateos.
El Creador podría perfectamente existir o no independientemente de un cosmos sin final.
Hoy por hoy, aunque todos los datos de que se dispone apuntan a un principio y a un fin del cosmos, parece que algunos científicos no saben aún si el universo tuvo principio o es eterno, ni tampoco si tendrá un final o no, ya que la física conocida no se puede aplicar al momento de la creación y se desconocen todavía cómo funcionan ciertas leyes del universo.
Sin embargo, muchos otros físicos, matemáticos, astrónomos y cosmólogos como Arthur Eddington, Albert Einstein, George Lemaître, George Gamow, John Barrow, Frank Tipler, Arno Penzias, Robert Wilson, George Smoot, Robert Jastrow, Allan Sandage o Hugh Ross, se convencieron de que el Big Bang fue el origen de todo lo que conocemos positivamente.
Es más, algunos de ellos profesaron el ateísmo hasta que la evidencia experimental les obligó a aceptar que el universo tuvo un principio.
De la misma manera, la Escritura afirma claramente que “en el principio creó Dios los cielos y la tierra” y que “el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas” (2 P. 3:10).
El origen y el final de todo. Pero la confianza del creyente está depositada en unos cielos nuevos y una tierra nueva donde existirá definitivamente la justicia.
1. Cruz, A., 2021, Introducción a la apologética cristiana, Clie, Viladecavalls, Barcelona, pp. 114-117.
2. Citado en Gonzalez-Hurtado, J. C., 2024, Nuevas evidencias científicas de la existencia de Dios, Rocabolsillo, Barcelona, p. 47.
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