El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
“Unamuno y Don Juan frente a frente, hechos los dos, figuras del teatro, lucha cada uno para apoderarse del otro”.
Unamuno siempre demostró especial debilidad o interés por la historia bíblica de Caín y Abel. Los dos hermanos están presentes en muchos de sus libros.
En una crítica de la época se puede leer: “Otro conflicto de personalidad, la lucha del hombre con el personaje, en que éste acaba por matar a aquél”.
Una de las críticas de esta obra señaló que “el drama de don Miguel es hondo y amargo”. “Tratarlo como él lo ha tratado acusa valentía y rectitud de conciencia”.
Escribió Unamuno que “cada día renacemos enterrando al de la víspera”. “¡Cuántos hemos sido!”.
Unamuno plantea en esta obra uno de los temas que le son conocidos y queridos: la inmortalidad.
Unamuno tenía un sumo interés en la representación teatral de esta obra.
Unamuno escribe desde una situación en la que el hombre está siempre entre líneas.
Desde que nos invadió el coronavirus en marzo hemos estado recibiendo noticias contradictorias sobre las relaciones de parejas.
Es una pieza extraña en el teatro de Unamuno, pero no peca de torpe ni de indolente.
Siempre la muerte en la obra de Unamuno. Para él, en la vida no caben paños calientes. Dios, la fe, la razón, el más allá, la muerte.
El tema de La Esfinge es el conflicto interior, espiritual, del protagonista, Ángel.
La raíz carece de hojas pero absorbe las materias necesarias para el crecimiento y desarrollo, lo que ocurre con nosotros cuando estamos bien arraigados con nuestros principios en Cristo.
Puigvert debe haber investigado mucho y asimilado procesos históricos y teológicos que le sirvieron para desentrañar los entresijos doctrinales de los cátaros.
En la dedicación al teatro Unamuno puso lo mejor de su saber. Creía que el teatro necesitaba ser regenerado.
Este es un libro eminentemente autobiográfico. Condensa una honda experiencia interior.
El amor no conoce leyes. La herida del amor que por momentos sentía Ricardo la cura la misma que la hace: Liduvina.
Estamos viviendo tiempos de un sincretismo religioso en el que todo vale y en los que no está bien visto señalar los errores que los cristianos vemos en otras religiones.
Lo que está diciendo Unamuno en esta novela es que aún cuando no podamos escapar de la agonía, del sentimiento trágico, ello no nos tiene que impedir vivir y gozar.
Otras obras de referencia consideran esta novela una obra menor en la narrativa de Unamuno. Pero biógrafos, críticos literarios y filósofos no piensan igual.
Unamuno desarrolla una idea clave en toda su literatura: la frontera entre el sacrilegio de fingir en religión lo que no se cree y la bondad que supone mantener la fe.
Esta novela de Unamuno “refleja perfectamente el eterno conflicto entre religión y sexo”.
“Lo mismo pude haber puesto Cuatro novelas ejemplares. ¿Por qué? Porque este prólogo es también una novela”, escribe Unamuno.
Todos los que vivimos principalmente de la lectura y en la lectura no podemos separar de los personajes poéticos o novelescos a los históricos… Todo es para nosotros libro, lectura.
De esta, dijo el propio Unamuno que era “la más trágica de sus novelas”.
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