Después de dar vida a la primera pareja humana, Dios advierte contra los inconvenientes de la soledad.
Cuenta Cide Hamete Benengeli que en la misma tarde del día que Don Quijote dio a Sancho los consejos que figuran en los dos capítulos que preceden a este XLIV, se las entregó también por escrito para que él buscase alguien que leyese, puesto que se ha repetido que Sancho no sabía leer ni escribir. Apenas se los hubo dado se le cayeron y fueron a parar a manos del duque. Este campeón de la burla comentó los consejos con la duquesa “y los dos se admiraran de nuevo de la locura y del ingenio de Don Quijote”.
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En preparación para el gobierno de Sancho los duques, llevando adelante sus burlas, lo enviaron a la ínsula prometida. Con el escudero iba “mucho acompañamiento”, dirigidos todos por el mayordomo del duque. En cuanto Sancho vio al tal mayordomo se le figuró el mismo rostro de la condesa doña Dolorida. Volviéndose a Don Quijote, le dijo: “Señor, o a mí me ha de llevar el diablo de aquí de donde estoy, en justo y en creyente, o vuestra merced me ha de confesar que el rostro deste mayordomo del duque, que aquí está, es el mismo de la Dolorida”.
Acertaba Sancho. La supuesta condesa Dolorida era aquél mismo mayordomo, disfrazado de mujer, que ahora tenía ante si en su condición natural de hombre.
Don Quijote no dio importancia a las dudas de Sancho y, como en otras cosas, atribuyó el hecho a los encantadores que no solo perseguían a él, también al escudero.
“Salió, en fin, Sancho, acompañado de mucha gente, vestido a lo letrado, y encima un gabán muy ancho de tela de cabra, sobre un macho a la jineta, y detrás dél, por orden del duque, iba el rucio con jaeces y ornamentos jumentiles de seda y flamantes. Volvía Sancho la cabeza de cuando en cuando a mirar a su asno, con cuya compañía iba tan contento, que no se trocara con el emperador de Alemania”.
Ven acá, Sancho, ¿cómo tú, siempre alerta, siempre perspicaz, siempre vivaracho, siempre intuitivo, que descubriste la farsa del mayordomo burlón, no advertiste la burla monumental que se estaba tramando contra tu persona? ¿O estabas ofuscado con el futuro gobierno de la ínsula?
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Mal lo hace Cide Hamete Benengelí al pronosticar que desplegaremos nuestros labios de risa con lo que ocurrió a Don Quijote tras la partida de Sancho. No, señor moro, de cuya tierra soy, no provoca risa sino llanto, dolor, lo que sucedió a Don Quijote inmediatamente después de la partida. Así está escrito: “Cuéntase, pues, que apenas se hubo partido Sancho, cuando Don Quijote sintió la soledad”. Aquí la frase de Goethe, el filósofo, poeta, dramaturgo y novelista nacido en Alemania en 1749: “No es conveniente que el hombre esté solo y especialmente que trabaje solo”.
Lo que ocurrió tras la partida de Sancho fue que la duquesa, al advertir la melancolía de Don Quijote, le ofreció la compañía de escuderos, dueñas y cuatro doncellas hermosas como flores, a lo que respondió el caballero con dignidad: “Para mí no serán ellas como flores, sino como espinas que me pulsen el alma. Antes dormiré vestido que consentir que nadie me desnude”.
Cenaron todos. Después Don Quijote se retiró sólo a sus aposentos, sin consentir que nadie entrase con él a servirle. Cerró la puerta. A la luz de dos velas se desnudó y acostó. No podía dormir. Hacía calor. Se levantó y abrió un poco la ventana de una reja que daba al jardín. Sintió y oyó que andaba y hablaba gente en el jardín. Se puso a escuchar y pudo oír la voz de una mujer que decía a otra: No porfie que cante: “Desde el punto que este forastero entró en este castillo y mis ojos le miraron, yo no se cantar, sino llorar”.
Quien así hablaba era Altisidora, en conversación con Emerencia. La tal Altisidora era criada de la duquesa, aleccionada por ésta para que se fingiera enamorada de Don Quijote y exprimir la burla en cuanto se presentara la oportunidad.
En esto Don Quijote sintió tocar una música suavísima.
Determinó escuchar y para dar a entender que allí estaba dio un fingido estornudo que alegró a las doncellas. Entrenada para la farsa, Altisidora recita bajo la ventana donde escuchaba el Caballero un romance supuestamente escrito por ella en el que mantiene la burla. Dicen los primeros versos:
“Oh tú, que estas en el lecho,
Entre sábanas de holanda,
Durmiendo a pierna tendida
De la noche a la mañana…
Oye a una triste doncella,
bien crecida y mal lograda,
que en la luz de tus dos soles
se siente abrasar el alma”.
Concluye el romance:
“Mi voz, ya ves, si me escuchas,
Que a la que más dulce iguala,
Y soy de disposición
algo menos que mediana.
Estas y otras gracias mías
son despojos de tu aljaba;
desta casa soy doncella,
y Altisadora me llaman”.
Cuenta Cide Hamete:
“Aquí dio fin el canto de la malferida Altisadora, y comenzó el asombro de Don Quijote, el cual, dando un gran suspiro, dijo entre sí: ¡Qué tengo de ser tan desdichado andante, que no ha de haber doncella que me mire que de mi no se enamore!”.
¿Es este el mismo oscuro Don Quijote que tanta luz arrojó en los consejos que dio a Sancho?
Sigue la autoalabanza del caballero: “Mirad, caterva enamorada, que para sola Dulcinea soy de masa y de alfeñique, y para todas las demás soy de pedernal; para ella soy miel, y para vosotras acíbar. Para mi sola Dulcinea es la hermosura discreta, la hermosa, la honesta, la gallarda y la bien nacida, y las demás, las feas, las necias, las livianas y las de peor linaje. Para ser yo suyo, y no de otra alguna, me arrojó la naturaleza al mundo”.
Volveremos a encontrarnos con Altisadora en próximos capítulos de la novela.
Entristecido por la soledad de Don Quijote, recurro una vez más a las enseñanzas que ofrece la Biblia.
Dios no quiere la soledad del ser humano. Esta es la doctrina general de la Sagrada Escritura. Cuando Adán se afligía de tristeza en la inmensa soledad de la creación, dijo Dios: “No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él” (Génesis 2:18).
¿Estaba solo Adán? Le rodeaba la belleza natural del Edén, la vegetación, los árboles, las flores, los ríos, la compañía de los animales a los que Dios había dado la vida, tenía a Dios. Actualmente compartimos a Dios 7.500 millones de personas, pero Adán tenía a todo Dios sólo para él. Nada de esto era suficiente frente al martirio de la soledad. Necesitaba una persona con la que hablar de igual a igual. Es el momento en el que Dios da vida a Eva, extrayéndola de su propio cuerpo.
Después de dar vida a la primera pareja humana, Dios advierte contra los inconvenientes de la soledad. Lo hace por medio de un pasaje en el libro de Eclesiastés, escrito por Salomón, tercer rey de Israel después de Saúl y David: “Mejores son dos que uno; porque tienen mejor paga de su trabajo. Porque si cayeren, el uno levantará a su compañero; pero ¡ay del solo!, que cuando cayere no habrá segundo que le levante. También si dos durmieren juntos se calentarán mutuamente; mas ¿cómo se calentará uno solo? Y si alguno prevaleciere contra uno, dos le resistirán” (Eclesiastés 4:9-12). En Isaías 43:20 dice Dios: “Daré aguas en el desierto, ríos de soledad”. La presencia de Dios en la vida del individuo es el único horizonte para mitigar esa soledad que empezaba a torturar a Don Quijote tras la partida de Sancho.
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