Quien gobierna juzga; quien juzga gobierna.
Llegó el día esperado por Sancho, confiado en las palabras del duque. Como parte de una antigua promesa de Don Quijote y de una maligna burla del duque, bien orquestada, llevan a Sancho a un lugar de 1.000 vecinos, todos los que el duque había podido reunir. Dicen a Sancho que es la ínsula Barataria, cuando en realidad se trataba de una modesta aldea cerca de Zaragoza, en el reino de Aragón.
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Las burlas canallas del duque dan comienzo en cuanto Sancho pisa el territorio. Suenan campanas, sale a recibirle el regimiento del pueblo, los vecinos, previamente aleccionados, dan muestras de recibirle con alegría, le llevan a la iglesia y, luego, con algunas ridículas ceremonias le entregan las llaves del lugar.
El nombramiento del gobernador otorgado por el duque implicaba por añadidura el de juez, es decir, la facultad de impartir justicia en instancia única e inapelable. Quien gobierna juzga; quien juzga gobierna.
Los juicios de Sancho han dado lugar a libros, muchos de ellos escritos desde la óptica del Derecho. Uno que en su día tuvo gran repercusión en las letras españolas fue La justicia del gobernador Sancho Panza, escrito por el político y estadista Nieto Alcalá Zamora, quien presidió el comité republicano que, en las elecciones de abril de 1931 se hizo cargo del poder a la caída de la monarquía.
Inicia Cide Hamete Benengelí el capítulo XLV en la segunda parte del Quijote pidiendo al cielo “que me favorezcas, y alumbres la oscuridad de mi ingenio para que pueda discurrir por sus puntos en la narración del gobierno del gran Sancho Panza”.
En la relación que se hace de los juicios de Sancho no consta este, pero a mí me ha parecido bien incluirlo.
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Sancho Panza recorre mercados y plazas para tomar el pulso a los habitantes de la supuesta ínsula. Observa a una vendedora de avellanas adulterando su mercancía, mezclando avellanas viejas con nuevas. Sin estar en la sala del juzgado dicta sentencia, aún cuando no existía parte acusatoria. Ordena a la mujer que entregue todas las avellanas buenas a los niños y le prohíbe que durante 15 días acuda a la plaza.
Ante el gobernador se presentan dos hombres, uno vestido de labrador y otro de sastre. Dice éste que el labrador le dejó cierta cantidad de tela y le preguntó si había suficiente para confeccionar una caperuza. El sastre respondió que sí. El labrador, desconfiado, le preguntó si habría tela suficiente para dos caperuzas. Volvió a responder el sastre que sí.
¿Y para tres? Sí
¿Y para cuatro? Sí
¿Y para cinco? Sí, también, contestó el sastre.
Llegado el día del cumplimiento el sastre entrega al labrador las cinco caperuzas y le exige el pago de las mismas. El labrador se niega a pagar. Los dos acuden ante el gobernador.
Sancho pide ver las caperuzas. Muestra el sastre cinco caperucitas montadas en los cinco dedos de la mano derecha. Sancho razona: la tela entregada por el labrador era notoriamente insuficiente para confeccionar cinco caperuzas, por lo que actuó de mala fe.
Sentencia: Sancho castiga por igual a ambos maliciosos: El labrador pierde la tela, el sastre pierde su trabajo y ordena que las caperuzas confeccionadas se entreguen a los presos de la cárcel.
Ante el gobernador se presentan dos ancianos. Uno de ellos dice que días atrás prestó al otro diez monedas de oro. Cuando pide que le devuelva el préstamo, el otro anciano afirma que no se acuerda o que ya se lo ha devuelto. El primer anciano pide al gobernador que haga jurar ante la imagen del Cristo crucificado y ante las Sagradas Escrituras que el otro anciano le había devuelto las diez monedas de oro. El que recibió el préstamo lo admite, pero sigue jurando que ya se lo había devuelto. En su mano sostenía una vieja caña en forma de báculo. Cuando se dirige a jurar ante la imagen d Cristo y ante la Biblia pide al otro que le sostenga el báculo Sancho, concentrado en si mismo, razona y determina que allí, delante de todos, rompiesen el báculo y abriesen la caña. Así lo hicieron y en su interior hallaron las diez monedas de oro. La jugada pretendía ser magistral. Porque el anciano mal intencionado, al dar el báculo al que le había prestado el dinero, juraba verdad, porque allí, en manos del otro, estaban las monedas que le reclamaba. Una acción maestra de malicia, porque no faltaba a la verdad y al mismo tiempo no pagaba la deuda.
No consta sentencia alguna contra el viejo malicioso. Concluye Cervantes: “El un viejo corrido y el otro pagado, se fueron, y los presentes quedaron admirados”.
Después del juicio anterior se presenta ante Sancho una mujer asida fuertemente a un hombre vestido de ganadero rico. La mujer daba grandes voces diciendo: “Justicia, señor gobernador, justicia, y si no la hallo en la tierra, la iré buscar al cielo”.
Sancho quiere saber qué pasaba y la mujer afirma haber sido ultrajada en medio del campo: “Se han aprovechado de mi cuerpo como trapo mal lavado”. Aludiendo a su virginidad, añade que había perdido “lo que yo tenía guardado más de veinte y tres años ha defendiéndolo de moros y cristianos, de naturales y extranjeros”.
Sancho no se deja impresionar ni se ablanda. Quiere conocer la versión del hombre. El ganadero rico afirma que es verdad que mantuvo con la mujer relaciones sexuales, pero niega en redondo que la halla forzado, que la relación fue libre y consentida.
Sancho dicta entonces una orden que sorprende a los que están presentes: que el ganadero entregue a la mujer la bolsa de cuero en la que guarda veinte ducados. La mujer coge inmediatamente la bolsa y se deshace en elogios al juez. Luego sale del juzgado. Acto seguido Sancho dicta otra orden aún más sorprendente, más que la primera. Dice al hombre que vaya tras la mujer y le quite la bolsa, aunque haya de emplear la fuerza. Al poco tiempo regresan hombre y mujer al juzgado, más agarrados él y ella que la primera vez. Pregunta el gobernador a la mujer. ¿Os ha quitado la bolsa? Responde ella: “Cómo quitar? Antes me dejara yo quitar la vida que quitarme la bolsa. ¡Bonita es la niña!”.
Sancho lo ve todo claro. Ordena a la mujer que devuelva al hombre la bolsa que no pudo arrebatarle por la fuerza. Y le dice con palabras recriminatorias: “Si el mismo aliento y valor que habéis mostrado para defender esta bolsa le mostrádares, y aún la mitad menos, para defender vuestro cuerpo, las fuerzas de Hércules no os hicieran fuerza”.
Luego destierra a la mujer a seis leguas a la redonda de la ínsula so pena de doscientos azotes.
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