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Andanzas y lecciones de Don Quijote (34): fin del gobierno de Sancho

Moisés estuvo cuarenta años gobernando por el desierto al pueblo hebreo que salió de Egipto. Y después de semejante esfuerzo y heroicidad, Jehová no permitió que entrara con su pueblo a la tierra prometida.

EL PUNTO EN LA PALABRA AUTOR 89/Juan_Antonio_Monroy 13 DE OCTUBRE DE 2022 08:00 h
Imagen de [link]Richard Clark[/link], Unsplash.

Al abandonar la ínsula camino del castillo de los duques Sancho vive dos aventuras, una buena y otra mala. La buena es su tropiezo con seis peregrinos que viajaban a España. Uno de ellos se acerca a Sancho y lo abraza. Se trataba del moro Ricote, tendero del lugar donde Sancho vivía con Sancha y Sanchica. Ricote le explicó que poco antes de que los reyes católicos ordenaran la expulsión de judíos y musulmanes de España él, imaginando lo que se avecinaba salió del país dejando un tesoro enterrado. Después de deambular por varias ciudades de Europa, regresaba al pueblo de donde salió en busca del tesoro. A Sancho le prometió una buena cantidad si le acompañaba al rescate del dinero. El exgobernador de la Barataria dijo que no.



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Los peregrinos hicieron un alto en su caminar. Se tendieron en el suelo y haciendo manteles en la yerba se dieron a comer y a beber, ocupación a la que se apuntó Sancho. La segunda aventura fue la mala.



El haberse detenido Sancho con Ricote le impidió que aquel mismo día llegase al castillo de los duques y se apartó del camino con intención de hallar un lugar donde pasar la noche. En esto estaba cuando “quiso su corta y desventurada suerte que él y el rucio cayeran en una honda y escurísima sima que entre unos edificios muy antiguos estaba, y al tiempo de caer, se encomendó a Dios de todo corazón, pensando que no había de parar hasta el profundo de los abismos”. Al tiempo que se tentaba el cuerpo por ver si estaba sano o agujereado por alguna parte, lanzó este suspiro: “¡Ay, y cuán no pensados sucesos suelen suceder a cada paso a los que viven en este miserable mundo! ¿Quién dijera que el que ayer se vió entronizado gobernador de una ínsula, hoy se había de ver sepultado en una sima, sin haber persona alguna que le remedie?”.



No todo fueron desventuras. Pronto descubrió un agujero por el que podía pasar una persona. Lo intentó y se halló en un lugar espacioso y largo por el que entraba la luz del sol. Sin saber cómo, por allí apareció Don Quijote. Oyó voces que decían: “¡Ah de arriba! ¿hay algún cristiano que me escuche, o algún caritativo que se duela de un pecador enterrado en vida, o un desdichado desgobernado gobernador?”.



Don Quijote reconoce la voz de Sancho. Le pide calma al tiempo que le dice: “Espérame; iré al castillo del duque, que está cerca, y traeré quien te saque de esta sima”.



Sancho ni muerto callaba. Responde a Don Quijote: “Vaya vuestra merced y vuelva presto, por un solo Dios; que ya no lo puedo llevar el estar aquí sepultado en vida, y me estoy muriendo de miedo”. Los del duque llevaron sogas y maromas; “y a costa de mucha gente y de mucho trabajo, sacaron al rucio y a Sancho Panza de aquellas tinieblas a la luz del sol”.



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Prosigue Cervantes en el capítulo LV, segunda parte de su novela: Don Quijote y Sancho rodeados de muchachos y de otra mucha gente, llegaron al castillo, a donde en uno de los corredores estaban ya el duque y la duquesa esperando. “Sancho no quiso subir a ver al duque sin que primero no hubiese acomodado al rucio en la caballeríza, porque decía que había pasado muy mala noche en la posada”.



En fin, ya tenemos a Sancho ante los duques dispuesto a dar su versión de lo que supuso gobernar la Barataria. Don Quijote temía que en su declaración Sancho dijera millones de disparates. Pero no fue así. Con claridad de ideas y con una elocuencia a la altura del Caballero de los Leones, dijo esto a los duques y demás personalidades presentes:



“—Yo, señores, porque lo quiso así vuestra grandeza, sin ningún merecimiento mío, fui a gobernar vuestra ínsula Barataria, en la cual entré desnudo, y desnudo me hallo: ni pierdo ni gano. Si he gobernado bien o mal, testigos he tenido delante, que dirán lo que quisieren. He declarado dudas, sentenciado pleitos, y siempre muerto de hambre, por haberlo querido así el doctor Pedro Recio, natural de Tirteafuera, médico insulano y gobernadoresco. Acometiéronnos enemigos de noche, y, habiéndonos puesto en grande aprieto, dicen los de la ínsula que salieron libres y con vitoria por el valor de mi brazo, que tal salud les dé Dios como ellos dicen verdad. En resolución, en este tiempo yo he tanteado las cargas que trae consigo, y las obligaciones, el gobernar, y he hallado por mi cuenta que no las podrán llevar mis hombros, ni son peso de mis costillas, ni flechas de mi aljaba; y, así, antes que diese conmigo al través el gobierno, he querido yo dar con el gobierno al través, y ayer de mañana dejé la ínsula como la hallé: con las mismas calles, casas y tejados que tenía cuando entré en ella. No he pedido prestado a nadie, ni metídome en granjerías; y aunque pensaba hacer algunas ordenanzas provechosas, no hice ninguna, temeroso que no se habían de guardar, que es lo mesmo hacerlas que no hacerlas. Salí, como digo, de la ínsula sin otro acompañamiento que el de mi rucio; caí en una sima, víneme por ella adelante, hasta que esta mañana, con la luz del sol, vi la salida, pero no tan fácil, que a no depararme el cielo a mi señor don Quijote, allí me quedara hasta la fin del mundo. Así que, mis señores duque y duquesa, aquí está vuestro gobernador Sancho Panza, que ha granjeado en solos diez días que ha tenido el gobierno a conocer que no se le ha de dar nada por ser gobernador, no que de una ínsula, sino de todo el mundo. Y con este presupuesto, besando a vuestras mercedes los pies, imitando al juego de los muchachos que dicen «Salta tú, y dámela tú», doy un salto del gobierno y me paso al servicio de mi señor don Quijote, que, en fin, en él, aunque como el pan con sobresalto, hártome a lo menos, y para mí, como yo esté harto, eso me hace que sea de zanahorias que de perdices”.



Terminado el discurso la duquesa lo abrazó y dio órdenes de que le dieran bien de comer y lo cuidasen “porque daba señales de venir mal molido y peor parado”. También lo abrazó el duque “y le dijo que le pesaba en el alma de que hubiese dejado tan pronto el gobierno”. ¡Canalla embustero, por lo que cuenta Cide Amete!: “No quedaron arrepentidos los duques de la burla hecha a Sancho Panza del gobierno que le dieron”.



Ya le pareció a Don Quijote que debía salir de su vida ociosa en el castillo de los duques. Parecía que debía dar cuenta al cielo de tanta ociosidad y encerramiento y un día pidió licencia al duque para marcharse. Estuvo conforme el duque, añadiendo en sus mentiras decir que en gran manera les pesaba que los dejase. Y, sin embargo, prolongó la farsa. Estando Don Quijote montado en Rocinante y Sancho sobre su rucio, con sus alforjas, maleta y repuesto listo para la partida, contentísimo porque el mayordomo del duque le dio una bolsita con doscientos escudos de oro, llegó la última burla inventada por el señor del castillo.



Tenía la duquesa una doncella atrevida y desenvuelta llamada Altisidora, ya mencionada en estos trabajos. Decía estar locamente enamorada de Don Quijote. Dispuestos el caballero andante y su escudero para abandonar el castillo, surge Altisidora diciendo ante los duques y demás gente que se había reunido para despedirlos que Don Quijote le había robado tres tocadores y un par de ligas. Sigue el duque la farsa y acusa a Don Quijote de no haber correspondido a la generosidad demostrada al tenerle en el castillo, llevándose los tres tocadores y un par de ligas de Altisidora. Don Quijote interroga a Sancho. Este admite que tiene los tres tocadores, presto a devolverlos, pero nada sabe del par de ligas. Finalmente Altisidora confiesa que las lleva puestas. “Don Quijote hizo reverencia a los duques y a todos los circunstantes, y volviendo las riendas a Rocinante, siguiéndole Sancho sobre el rucio, se salió del castillo, enderezando su camino a Zaragoza”. (El Quijote, capítulo LVII, segunda parte).



Aquí se me ocurre traer a cuento la figura de Moisés. Sancho Panza estuvo diez días gobernando a los habitantes de la ínsula Barataria, saliendo de ella tras haber juzgado con rectitud y tan pobre como había entrado.



Moisés estuvo no diez días, sino cuarenta años gobernando por el desierto al pueblo hebreo que salió de Egipto. Y después de semejante esfuerzo y heroicidad, Jehová no permitió que entrara con su pueblo a la tierra prometida. Es palabra de Dios que los cristianos hemos de aceptar y respetar, pero si se me permite una opinión muy personal, sin discutir los designios de Dios, a mi parece injusta esa prohibición, teniendo en cuenta lo que sufrió por amor a Su Nombre a lo largo de cuarenta años.



También considero injusta la salida de Sancho de la ínsula de la forma que ocurrió, apaleado por los habitantes del lugar.


 

 


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