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Andanzas y lecciones de Don Quijote (23): respuesta de Don Quijote

En las páginas de la Biblia encontramos a otro Quijote: San Pablo. Las generaciones beben de sus cartas las aguas más profundas de la fe y del amor.

EL PUNTO EN LA PALABRA AUTOR 89/Juan_Antonio_Monroy 23 DE JUNIO DE 2022 09:00 h
Imagen de [link]Rusyena[/link], Unsplash.

En el libro anteriormente citado, El Quijote como juego, Gonzalo Torrente Ballester afirma que el eclesiástico quería destruir a Don Quijote utilizando el arma favorita del Caballero, la palabra, en la que era un maestro. “Su discurso-respuesta –sigue Torrente Ballester– es una de las mejores piezas oratoria de la novela; es tan eficaz y tan rápida, que desaloja al enemigo, lo echa fuera de la ficción, libra al lector y se libra de él”.



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El capítulo XXXII, segunda parte de la novela, lo inicia Cervantes diciendo que después de las palabras insultantes del eclesiástico, donde llega a llamar Don Tonto a quien era Don Quijote de la Mancha, el Caballero de la Alegre Figura, “puesto en pie, temblando de los pies a la cabeza como azogado, con presurosa turbada lengua, dijo.



Lo que dijo ocupa gran parte de este capítulo XXXII. Atendiendo a la opinión de Torrente Ballester, para quien el discurso de Don Quijote “es una de las mejores piezas de la novela”, no quiero privar de ella al lector. Aunque larga la disertación, aquí la ofrezco en su integridad.



Habla Don Quijote: “El lugar donde estoy, y la presencia ante quien me hallo, y al respecto que siempre tuve y tengo al estado que vuestra merced profesa, tienen y atan las manos de mi justo enojo; y así por lo que he dicho como por saber que saben todos que las armas de los togados son las mismas que las de la mujer, que son la lengua, entraré con la mía en igual batalla con vuesa merced, de quien se debía esperar antes buenos consejos que infamen vituperios. Las reprehensiones santas y bien intencionadas. Otras circunstancias requieren y otros puntos piden: a lo menos, el haberme reprehendido en público y tan ásperamente ha pasado todos los límites de la buena reprehensión, pues las primeras mejor asientan sobre la blandura que sobre la aspereza, y no es bien, que sin tener conocimiento del pecado que se reprehende, llamar al pecador, sin más ni más, mentecato y tonto. Si no, dígame vuesa merced: ¿Por cual de las mentecaterías que en mi ha visto me condena y vitupera, y me manda que me vaya a mi casa a tener en cuenta en el gobierno della y de mi mujer y de mis hijos, sin saber si la tengo o los tengo? ¿No hay más sino a trochemoche entrarse por las cosas ajenas a gobernar sus dueños, y habiéndose criado algunos en la estrecheza de algún pupilaje, sin haber visto más mundo que el que puede contenerse en 20 o 30 leguas de distrito, meterse de rondón y dar leyes a la caballería y a juzgar de los caballeros andantes? ¿Por ventura es asumpto vano o es tiempo mal gastado el que se gasta en vagar por el mundo, no buscando las reglas dél, sino las asperezas por donde los buenos suben al asiento de la inmortalidad? Si me tuvieran por tonto los caballeros, los magníficos, los generosos, los altamente nacidos, tuviéralo por afrenta irreparable; pero de que me tengan por sandio los estudiantes, que nunca entraron ni pisaron las sendas de la caballería, no se me da un ardite: Caballero soy y caballero he de morir, si place al Altísimo. Unos van por el ancho campo de la ambición soberbia; otros, por el de la hipocresía engañosa, y algunos por el de la verdadera religión; pero yo, inclinado de mi estrella, voy por la angosta senda de la caballería andante, por cuyo ejercicio desprecio la hiciera, pero no la honra. Yo he satisfecho agravios, enderezado tuertos, castigado insolencias, vencido gigantes y atropellado vestiglos; yo soy enamorado, no más porque es forzoso que los caballeros lo sean; y siéndolo, no soy de los enamorados viciosos, sino de los platónicos continentes. Mis intenciones siempre las enderezo a buenos fines, que son de hacer bien a todos y mal a ninguno; si el que esto entiende, si el que esto obra, si el que desto trata merece ser llamado bobo, díganlo vuestras grandezas, duque y duquesa excelentes”.



Al punto en el que Don Quijote termina su ilustre parlamento, Sancho acude a él y con saltos de alegría exclama: “No diga más vuestra merced, señor y amo mío, en su abono; porque no hay más que perseverar en el mundo. Y más que, negando este señor, como ha negado, que no ha habido en el mundo, ni los hay, caballeros andantes, ¿qué mucho que no sepa ninguna de las cosas que ha dicho?”



Oído a Don Quijote, el eclesiástico se levantó de la mesa, enfadado, y dijo al duque: “Por el hábito que tengo, que estoy por decir que es tan sandio Vuestra Excelencia como estos pecadores. ¡Mirad si no han de ser ellos locos, pues los cuerdos canonizan sus locuras! Quédese Vuestra Excelencia con ellos; que ellos en tanto que estuvieren en casa, me estaré yo en la mía, y me excusaré de reprehender lo que no puedo remediar. Y sin decir más, ni comer más, se fue, sin que fuesen parte a detenerle los ruegos de los duques”.



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El capítulo XXXII en la segunda parte del Quijote termina con otras dos largas parrafadas de Don Quijote. Una de ellas dirigida a la duquesa, a la que ilustra sobre la sin par Dulcinea del Toboso. Otra al duque, en torno a su enfrentamiento con el eclesiástico, de quien dice: “Entre el agravio y la afrenta hay esta diferencia, como mejor Vuestra Excelencia sabe; la afrenta viene de parte de quien la puede hacer, y la hace, y la sustenta; el agravio puede venir de cualquier parte, sin que afrente”.



En las páginas de la Biblia encontramos a otro Quijote: San Pablo. Las generaciones beben de sus cartas las aguas más profundas de la fe y del amor. Con él experimentamos los mismos sentimientos que nos unen a Don Quijote. A diferencia de que el apóstol recorre parte del mundo entonces conocido no atacando molinos de vientos ni matando gigantes, sino anunciando el Evangelio de Aquél que le sacó de las tinieblas a la luz.



En un momento de su vida San Pablo no se enfrenta a un eclesiástico blasfemo, pero si lo hace ante un político poderoso: El excelentísimo gobernador Félix. Su discurso nos recuerda al de Don Quijote en respuesta al capellán de los duques. 



Helo aquí integro:



Habiéndole hecho señal el gobernador a Pablo para que hablase, este respondió:



“Porque sé que desde hace muchos años eres juez de esta nación, con buen ánimo haré mi defensa. Como tú puedes cerciorarte, no hace más de doce días que subí a adorar a Jerusalén; y no me hallaron disputando con ninguno, ni amotinando a la multitud; ni en el templo, ni en las sinagogas ni en la ciudad; ni te pueden probar las cosas de que ahora me acusan. Pero esto te confieso, que según el Camino que ellos llaman herejía, así sirvo al Dios de mis padres, creyendo todas las cosas que en la ley y en los profetas están escritas; teniendo esperanza en Dios, la cual ellos también abrigan, de que ha de haber resurrección de los muertos, así de justos como de injustos. Y por esto procuro tener siempre una conciencia sin ofensa ante Dios y ante los hombres. Pero pasados algunos años, vine a hacer limosnas a mi nación y presentar ofrendas. Estaba en ello, cuando unos judíos de Asia me hallaron purificado en el templo, no con multitud ni con alboroto. Ellos debieran comparecer ante ti y acusarme, si contra mí tienen algo. O digan estos mismos si hallaron en mí alguna cosa mal hecha, cuando comparecí ante el concilio, a no ser que estando entre ellos prorrumpí en alta voz: Acerca de la resurrección de los muertos soy juzgado hoy por vosotros.



Entonces Félix, oídas estas cosas, estando bien informado de este Camino, les aplazó, diciendo: Cuando descendiere el tribuno Lisias, acabaré de conocer de vuestro asunto. Y mandó al centurión que se custodiase a Pablo, pero que se le concediese alguna libertad, y que no impidiese a ninguno de los suyos servirle o venir a él”.



Algunos días después, viniendo Félix con Drusila su mujer, que era judía, llamó a Pablo, y le oyó acerca de la fe en Jesucristo. Pero al disertar Pablo acerca de la justicia, del dominio propio y del juicio venidero, Félix se espantó, y dijo: Ahora vete; pero cuando tenga oportunidad te llamaré. Esperaba también con esto, que Pablo le diera dinero para que le soltase; por lo cual muchas veces lo hacía venir y hablaba con él. Pero al cabo de dos años recibió Félix por sucesor a Porcio Festo; y queriendo Félix congraciarse con los judíos, dejó preso a Pablo. (Hechos 24: 10-27).


 

 


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