De juicios trata mucho la Biblia. Los profetas emplearon numerosas figuras para referirse a los juicios de Dios.
Un señorío de aquellas tierras se encuentra dividido por un caudaloso río; para cruzarlo es menester pasar por el puente levantado sobre el río. Cerca de allí hay una horca y cuatro jueces que interrogan a todo el que pasa; quieren saber para que desean ir a la villa. Si dice la verdad le franquean el paso, pero si dicen mentira debe ser ahorcado.
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Cuenta Cide Hamete: “Sucedió, pues, que tomando juramento a un hombre, juró y dijo que para el juramento que hacía, que iba a morir en aquella horca que allí estaba, y no a otra cosa. Repararon los jueces en el juramento, y dijeron: Si a este hombre le dejamos pasar libremente, mintió en su juramento, y conforme a la ley debe morir; y si le ahorcamos, él juró que iba a morir en aquella horca, y habiendo jurado verdad, por la misma ley debe ser libre.
Los cuatro jueces, dudosos y suspensos, habiendo tenido noticias del elevado entendimiento de Sancho, envían a un mensajero que le exponga tan intrincado caso”.
Sancho recuerda uno de los consejos que le dio su señor Don Quijote: “Cuando la justicia esté en duda acoge la misericordia”. A continuación reflexiona y dicta sentencia en aquél complicado juicio. Dirigiéndose al mensajero, le dice: “Este pasajero que decís, o yo soy un porro o él tiene la misma razón para morir que para vivir y pasar la puente; porque si la verdad le salva, la mentira le condena igualmente; y siendo esto así, como lo es, soy de parecer que digáis a esos señores que a mi os enviaron que, pues no saben de que lado inclinar la balanza y hallar las razones de condenarle o salvarle, que le dejen pasar libremente, pues siempre es alabado más el hacer bien que hacer mal, y esto lo diera firmado de mi nombre, si supiera firmar”.
Así es, respondió el mayordomo, presente en toda esta historia, “y tengo para mí que el mismo Licurgo, que dio leyes a los lacedemonios, no pudiera dar mejor sentencia que la que el gran Panza ha dado”. A lo que respondió Sancho: “Denme de comer, y lluevan casos y dudas sobre mí, que yo las despabilaré en el aire”.
Además de la historia del hombre que ganó dinero en el casino y del otro que le pidió ocho reales, en el capítulo 49 de la segunda parte del Quijote hay otra verdaderamente ejemplar.
Los hombres que custodiaban la ínsula llevan a Sancho un joven que les pareció extraño; en cuanto columbró la justicia volvió la espalda “y comenzó a correr como un gamo”, lo que dedujo la guardia que se trataba de un delincuente. Corrieron tras él, el joven tropezó y cayó, lo agarraron y llevaron ante el gobernador.
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Sancho le pregunta por que huía de los guardas.
Responde el joven con altanería:
“Para no tener que responder a las muchas preguntas que hace la justicia”.
Sancho quiere saber: ¿Qué oficio tienes? Tejedor. ¿Y qué tejes? Hierro de lanzas, con licencia buena de vuestra merced.
Sancho se pica, se calienta. Trata al joven con la misma ironía que éste se ha expresado: “¿Gracioso me sois? ¿De chocarrero os picáis? ¡Está bien! ¿Y adónde ibades ahora?”.
Señor, a tomar el aire.
En la dialéctica siempre va Sancho por delante: “Y ¿Adónde se toma el aire en esta isla?”. Continúa el joven con socarronería: “adonde sopla”.
Sancho no aguanta más las impertinencias verbales del joven y le advierte:
“¡Bueno; respondéis muy a propósito! Discreto sois, mancebo; pero haced cuenta que yo soy el aire, y que os soplo en popa, y os encamino a la cárcel. ¡Asídle, hola, y llevadle; que yo haré que duerma allí sin aire esta noche!”.
El joven no se doblega. A todos los lectores de esta historia nos gana el corazón. Teniendo en poco el poder de Sancho, le dice: “¡Así me haga vuestra merced dormir en la cárcel como hacerme rey!”.
Preciso se hace considerar la paciencia que demuestra tener Sancho en la larga conversación con el mozo. Insiste con él: “¿Por qué no te haré yo dormir en la cárcel? ¿No tengo yo poder para prenderte y soltarte cada y cuando que quisiere?”. Algo tenía el joven en su mente, porque no cede a los argumentos y amenazas de Sancho, a quien responde: “Por más poder de vuestra merced tenga, no será bastante para hacerme dormir en la cárcel”.
Ante la aparente insolencia ni razón que va demostrando el joven en su pulso dialéctico con Sancho, el gobernador ordena a los guardias: “¡Llevadle luego donde verá con sus ojos el desengaño!”.
Para nada se rinde el joven tejedor. Con una insolencia que llega a resultar simpática se dirige al gobernador: “Todo eso es cosa de risa. El caso es que no me harán dormir en la cárcel cuantos hoy viven”.
Exasperado, violento, Sancho responde al joven citando el episodio bíblico del ángel que libró al apóstol Pedro de la cárcel: “Dime, demonio, ¿tienes algún ángel que te saque y que te quite los grillos que te pienso mandar echar?”.
Llegado a este punto el joven saca el as que tenía escondido en la manga y encara a Sancho con el verdadero sentido de la libertad: La facultad que tiene el ser humano de hacer lo que su voluntad le dicte sin que las leyes lo impidan. Dice al gobernador: “Presuponga vuestra merced que me manda llevar a la cárcel, y que en ella me echen grillos y cadenas… Con todo esto, si yo no quiero dormir, y estarme despierto toda la noche, sin pegar pestaña, ¿será vuestra merced bastante con todo su poder para hacerme dormir, si yo no quiero?”.
Rendido, convencido, Sancho quiere estar seguro: “De modo, ¿que no dejaréis de dormir por otra cosa que por vuestra voluntad, y no por contravenir la mía? No señor, ni por sienso, dijo el joven”.
Sancho, señor gobernador de la ínsula Barataria, dicta una sentencia justa: “Andad con Dios; idos a dormir a vuestra casa, y Dios os dé buen sueño, que yo no quiero quitárosle; pero aconséjoos que de aquí en adelante no os burléis de la justicia, porque toparéis con alguna que os dé con la burla en los cascos”.
Emerson, poeta y filósofo norteamericano, dice en Fate: “Mientras un hombre piensa es libre”.
Con esta historia concluyen los juicios que hubo de sentenciar Sancho como gobernador y juez de la ínsula Barataria. Durante ese tiempo demuestra ser un excelente gobernador y un juez competente y humano, aunque también justiciero. Persigue al mismo tiempo la imparcialidad que la justicia. Sancho carece totalmente de experiencia en el cargo. No tiene estudios. No sabe leer ni escribir. No obstante ello sus juicios han sido calificados de excelentes, sorprendentes y sujetos a Derecho.
De juicios trata mucho la Biblia. Los profetas emplearon numerosas figuras para referirse a los juicios de Dios. El Señor juzgará a su pueblo, Israel, por el menosprecio de la Ley y su entrega a la idolatría. Como juez compasivo Jehová perdonará a su pueblo. El profeta Sofonías amplía los juicios de Jehová a todos los habitantes de la tierra (Sofonías 2:3).
La idea del juicio final representa uno de los aspectos más trascendentes de la Sagrada Escritura. En el Antiguo Testamento el juicio final se perfila como un día de castigo para los que han obrado la injusticia. La idea del juicio final tiene una formulación apocalíptica en el libro del profeta Daniel. En el Nuevo Testamento la idea del juicio final constituye el objeto de la predicación de Juan el Bautista. El sentido del juicio final en la segunda parte de la Biblia, tiene dos referencias generales: Lo bueno y lo malo que se haya hecho en la vida. El juicio final está relacionado con la parusía o segunda venida de Cristo (Marcos 13:26). Todos los hombres y mujeres serán juzgados, ya que sobre todos gravita la responsabilidad de la gracia que Dios les ha dado.
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