El viaje de Don Quijote y Sancho hacia la aldea se inició y consumó en vida. Nuestro viaje hacia la eternidad, que se inicia en vida, tendrá su culminación después de la muerte.
“Al salir de Barcelona, volvió Don Quijote a mirar el sitio donde había caído, y dijo: ¡Aquí fue Troya! ¡Aquí mi desdicha, y no mi cobardía, se llevó mis alcanzadas glorias; aquí usó la fortuna conmigo de sus vueltas y revueltas; aquí se oscurecieron mis hazañas; aquí, finalmente, cayó mi ventura para jamás levantarse!” (El Quijote, segunda parte, capítulo LXVI).
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Este es el lenguaje de un filósofo herido, no el lenguaje de un loco.
Don Quijote y Sancho emprenden regreso a la aldea de donde salieron.
León Felipe, el gran poeta español nacido en Tábara, provincia de Zamora en 1884 y desnacido en la ciudad de México en 1968, donde se exilió 30 años antes, escribe uno de los poemas más bellos de la literatura española sobre el andar de Don Quijote camino de la Mancha:
“Por la manchega llanura
se vuelve a ver la figura
de Don Quijote pasar.
Y ahora ociosa y abollada va en el rucio la armadura,
y va ocioso el caballero, sin peto y sin espaldar.
Va cargado de amargura,
que allá encontró sepultura,
su amoroso batallar.
Va cargado de amargura,
que allá quedo su ventura
en la playa de Barcino, frente al mar.
Por la manchega llanura
se vuelve a ver la figura de Don Quijote pasar.
Va cargado de amargura,
va vencido, el caballero de retorno a su lugar.
¡Cuantas veces, Don Quijote, por esa misma llanura,
en horas de desaliento así te miro pasar!
¡Y cuántas veces te grito: Hazme un sitio en tu montura
y llévame a tu lugar;
hazme un sitio en tu montura,
caballero derrotado, hazme un sitio en tu montura
que yo también voy cargado
de amargura
y no puedo batallar!
Ponme a la grupa contigo,
Caballero del honor,
y llévame a ser contigo
pastor.
Por la manchega llanura
se vuelve a ver la figura
de Don Quijote pasar.
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Don Quijote siempre se enfrenta a la aventura, cuando le sale al paso o cuando la busca. Ahora no. Está desarmado y no es tiempo de aventuras. Pero desde Barcelona al lugar de La Mancha donde residía, le siguen pasando cosas.
Primero le propone a Sancho incorporarse a la vida pastoril. El sería el pastor Quijótiz y Sancho el pastor Pancino. El bachiller el pastor Carrascón, el barbero, el pastor Niculoso. “Al de mi señora, añade el Caballero, le cuadra así al de pastora como al de princesa; y tú, Sancho, pondrás a la tuya el que quisieras”.
Cinco días llevaban caminando señor y escudero cuando llegan a ellos dos labradores. Desafiaban a ver cual podía más. Uno de ellos, gordo, pesaba once arrobas. El otro, delgado, solo cinco. El gordo pregunta a Don Quijote qué se había de hacer con la apuesta. Responde el Caballero de la Alegre Figura: “Yo no estoy para dar migas a un gato, según traigo alborotado y trastornado el juicio”. La solución llega del ingenio de Sancho. Todo es cuestión de un régimen alimenticio. Dice al gordo que adelgace hasta que su cuerpo pese lo mismo que el del flaco; “así podrán correr por igual".
En el capítulo LVI de esta segunda parte aparece un tal Tosillos, supuesto violador de la hija de doña Rodríguez. Don Quijote se muestra dispuesto a combatir con él para obligarle a casarse con la joven, pero Tosillos se niega. Ahora, en el capítulo LXVI, Tosillos se presenta ante ellos en pleno campo. Invita a comer a Don Quijote y a Sancho. Don Quijote, firme en su creencia de que Tosillos es un enemigo encantado se niega a comer y reprocha a Sancho que lo haga: “Tu eres, Sancho, el mejor glotón del mundo y no te persuades que este correo es encantado y este Tosillos, contrahecho. Quédote con él y hártate, que yo me iré adelante poco a poco, esperándote a que vengas”. Don Quijote, triste por la derrota sufrida en Barcelona, no quiere comer ni beber.
Lo siguiente que les ocurre a Caballero y escudero es que fueron atropellados por una manada de cerdos. Unos hombres llevaban a vender a una feria más de seiscientos cerdos. La manada pasó en tropel encima de los dos, derribándoles a ellos y a sus monturas. Sancho, molido y furioso, pidió la espada a Don Quijote para matar al menos a media docena de puercos. Don Quijote, resignado, le pide calma: “Déjalos estar, amigo, que esta afrenta es pena de mi pecado, y justo castigo del cielo es que un Caballero Andante vencido le coman adivas, y le piquen avispas, y le hallen puercos”.
Desgracia fue para Don Quijote el nuevo encuentro con los duques. Sansón Carrasco, en su retorno a La Mancha, puso al corriente a los duques de lo sucedido en la playa de Barcelona. El duque sabe que Don Quijote regresa desanimado a la aldea y ha de pasar por el territorio. Envía diez hombres a caballo y cuatro o cinco a pie con orden de que lleven a Don Quijote y a Sancho de nuevo al castillo. Quiere continuar las burlas.
El primer espectáculo bufonero tiene a Sancho como protagonista. Un ministro le echa una ropa toda pintada con fuego y en la cabeza un capirote de cartón al modo de los que llevaban los condenados por la inquisición. Todo esto lo comenté en el capítulo XIX de la primera parte cuando Don Quijote topó con la Iglesia en el Toboso. El mero hecho de que Cervantes convirtiera en parodia un auto de fe viene a probar el poco respeto que le merecía la Inquisición. Por primera vez desde que fuera vencido por el caballero de la Blanca Luna, ríe Don Quijote. Y ríe a costa de la Inquisición, ignorando las penas que conlleva hacer burlas del Santo Oficio. El tal ministro que cubrió a Sancho con ropaje de la Inquisición, ¿era el mismo eclesiástico que en la primera visita a los duques insultó a Don Quijote llamándole Don Tonto y alma de cántaro?
Nueva burla del duque a Don Quijote la constituye la supuesta resurrección de Altisidora. Esta criada de la duquesa, “atrevida, graciosa y desenvuelta” se finge enamorada de Don Quijote y al ser rechazada por el Caballero andante aparenta morir desmayada de amor. Continuando con la burla, el duque le devuelve a la vida en este capítulo. Isaías Moraga dice que esta le parece “una de las escenas más sádicas, gratuitas y crueles de toda la historia, si no la más”.
No escarmentado con el rechazo anterior, presa de una vitalidad erótica, Altisidora penetra una noche en el apartamento de Don Quijote. Enfurecido, el Caballero la manda salir, al tiempo que le dice: “Yo nací para ser de Dulcinea del Toboso, y las hadas, si las hubiera, me dedicaron a ella; y pensar que otra alguna hermosura ha de ocupar el lugar que en mi alma tiene, es pensar lo imposible”.
Escribe Cide Amete: “Vistióse Don Quijote, comió con los duques, y partióse aquella tarde”. (El Quijote, segunda parte, capítulo LXX).
¡Vete ya de ese castillo, mi señor Don Quijote! ¡Vete de esa casa de burlas y mentiras! ¡Sacude el polvo de tus sandalias y que a esos fantoches de los duques les parta un rayo!
Camino de la aldea, Don Quijote recuerda a Sancho los azotes que debe darse para el desencanto de Dulcinea. Señor y escudero pactan un precio. Después de haber echado la cuenta de los azotes Sancho añade que todos ellos sumaban ochocientos reales. Acepta Don Quijote. Llegada la noche, Sancho se desnuda de medio cuerpo para arriba y comenzó a darse en las espaldas. Hasta seis u ocho se había dado Sancho cuando le pareció que con cada uno se le arrancaba el alma. El socarrón de él dejó de azotarse las espaldas y la emprendió con los árboles, dando suspiros y gemidos de cuando en cuando. Conmovido, Don Quijote le pide que pare “y esperaré que cobres fuerzas nuevas, para que se concluya este negocio a gusto de todos. Y quitándose la ropa abrigó a Sancho”.
Vive a un ritmo tan intenso que resulta difícil no pasen cosas a Don Quijote. A veces son aventuras mayores, otros incidentes menores que se le presentan a mitad del camino, como los vividos durante el viaje desde Barcelona al lugar de La Mancha que era su destino: los dos labradores, el gordo y el flaco. El encuentro con Tosillos. Propuesta a Sancho de seguir en el futuro la vida pastoril. La aventura cerdosa. La mentirosa resurrección de Altisidora, animal de lujo en el Palacio de los duques. Los azotes a Sancho.
Aún le aguardaba otro incidente antes de llegar a la aldea.
Camino de aquél lugar de La Mancha, Don Quijote y Sancho paran en un mesón, “que por tal lo reconoció Don Quijote”. Allí se encuentran con un caballero granadino llamado Álvaro Tarfe, quien aparece varias veces en el segundo tomo del falso Quijote, publicado por Avellaneda en Tarragona el año 1614, del que ya he dado cuenta en estas letras. Don Quijote pregunta a Tarfe si es el mismo que se cita en el libro de Avellaneda. Se le abre el cielo al oír la respuesta del granadino: “El mismo soy, y el tal Don Quijote sujeto principal de la tal historia, fue grandísimo amigo mío, y yo fui el que le sacó de su tierra, o a lo menos, le moví a que viniese a unas fiestas que se hacían en Zaragoza, adonde yo iba”.
Explota Sancho. Dice al granadino que el verdadero Quijote es el que tiene ante él. Y él es también el verdadero y único escudero.
Interviene Don Quijote. Habla con Tarfe. Presenta pruebas. Le convence: “Después de algunas pláticas, Álvaro Tarfe reconoce la mentira del Don Quijote y el Sancho de Avellaneda y declara ser verdaderos el Don Quijote y el Sancho que tiene ante si”.
Con este episodio Cervantes se propuso denigrar el falso Quijote de Avellaneda. Por otro lado, Don Quijote y Sancho quedan definitivamente ante la Historia, que todo lo escudriña y todo lo juzga.
Zanjado el pleito con Álvaro Tarfe, Caballero y escudero recorren el último tramo del camino que les separa de la aldea. A medida que cabalgaba, Don Quijote miraba a todas las mujeres que encontraba al paso, para ver si en alguna reconocía a Dulcinea del Toboso.
Llegando al pueblo ven al cura, al bachiller Sansón Carrasco, al ama y a la sobrina. También estaban Teresa Panza y Sanchica, la hija.
Según la Biblia, un viaje puede ser una vida nueva que después de la muerte se nos ofrece dentro de otra existencia: ¡la eternidad! El viaje de Don Quijote y Sancho desde Barcelona al lugar de La Mancha nos hace pensar en ese otro viaje eterno que todos hemos de recorrer. Todos los humanos vivos vamos siendo barridos como escobas hacia la eternidad. Soñando con ella los seres humanos erigen templos y estatuas con la ilusión de estar creando cosas que nunca morirán.
El concepto de eternidad en la Biblia supone la duración indefinida de todos nosotros en el más allá. Esta duración larga supera nuestra capacidad de imaginación. Resulta difícil explicar algo como la eternidad, que supera nuestros cuadros imaginativos, si bien la eternidad está indicada en la Biblia como referida a Dios. El rey David la describe como existencia eterna: “Bendito Dios, desde la eternidad y hasta la eternidad”. (Salmo 106:48). Un texto definitivo de Salomón dice que Dios ha puesto en nuestros corazones la idea de la eternidad. (Eclesiastés 3:11)
El viaje de Don Quijote y Sancho hacia la aldea se inició y consumó en vida. Nuestro viaje hacia la eternidad, que se inicia en vida, tendrá su culminación después de la muerte. Palabras de Cristo: “Esta es la voluntad del que me ha enviado (el Padre): Que todo aquél que ve al Hijo, y cree en Él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero”. (Juan 6:40).
“¡Oh eternidad, eternidad! Acorta el viaje que me separa de ti” (Le Bon, filósofo francés y escritor de viajes en Aphorismes du temps présent).
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