El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Ladrones que están negando la vida y la solidaridad entre los hombres, niegan el amor y la preocupación por el prójimo.
No es de extrañar que tantos ciudadanos del mundo hoy estén de espaldas a los discursos religiosos. Quizás es que no ven en ellos la coherencia necesaria.
“¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?”. El grito de Jesús tiene vigencia hoy, sigue sonando.
El miedo nos impide asumir riesgos, tener gestos de valentía y solidaridad. Nuestra fe no actúa a través del amor.
Habría que retomar el mandato de Dios a sus profetas de que gritaran a voz en cuello poniendo voz a la denuncia y al grito de los pobres.
No se ve de una forma nítida la levadura de los cristianos que debería leudar la masa social y cultural con nuevos valores.
El auténtico lugar sagrado por excelencia para Dios es el hombre mismo. Y nosotros, los cristianos, lo deberíamos tener en cuenta.
En la filosofía humana fuera de Dios, en la experiencia existencial que no puede agarrarse a lo eterno, al Eterno, sólo se ve la perspectiva de la muerte.
Si Jesús desciende a la tierra, ¿por qué en Navidad no descendemos también nosotros?
Año 2016. Un nuevo principio. Como si en alguna manera nos reseteáramos. Necesitamos que llegue y celebrar la noche vieja como quemando lo anterior renaciendo de nuestras cenizas. ¡Que venga un nuevo ciclo para ver si las cosas cambian!
El hombre de hoy, incluidos los poderosos de la tierra, los políticos o personas que gobiernan el poder económico, sigue teniendo pánico a lo sobrenatural, a la irrupción de Dios en sus vidas.
Hay que ser totalmente radicales en esa necesaria revolución subversiva en el campo de los valores. Se necesitan profetas subversivos.
Jesús evangelizaba desde una identificación con los desposeídos.
La justicia de Dios mira siempre hacia abajo uniendo el concepto de justicia al de misericordia.
Detente. La contemplación del Jesús sufriente es lo que nos puede habilitar para la búsqueda de la justicia y el ayudar y servir a los excluidos de nuestra historia.
Tenemos nuestra parte de responsabilidad para que la iglesia sea realmente “casa de oración”, para eliminar de ella el concepto terrible de “cueva de ladrones”.
¿Puedes dejar ordenadores, móviles, televisión, videos y otros objetos que, en alguna manera nos esclavizan? A veces hasta necesitamos desconectar de las personas que nos rodean, suavemente y sin hacer ruido buscando algo de soledad.
¿Qué pasaría hoy si tú, cuando vas a la iglesia vieras a algún grupo de personas marginadas, en lugar de ir al rito cúltico, te quedaras compartiendo el pan y la palabra con ellos?
Terrible escándalo: las dos terceras partes de la humanidad reducida a pobreza y más de mil millones de hambrientos en nuestro mundo injusto y desigual.
Cuando se olvida al pobre, se le oprime, se le despoja o se pasa de largo ante su dolor, se imposibilita toda relación cúltica con el Dios de la vida.
Hay otras idolatrías en las que podemos estar cayendo, aun cuando estemos en iglesias sin imágenes ni ídolos de leño.
Nuestra acción, reflexión, publicaciones y voz han servido para que muchos cristianos vean la importancia de ser manos tendidas hacia el prójimo necesitado, condición imprescindible para vivir una espiritualidad cristiana integral.
Quizás no haya primado el cumplimiento del ritual, sino el deseo de gozarnos, alabar y escuchar la Palabra de una manera un tanto pasiva.
Los cristianos, a veces, no nos damos cuenta de las exigencias de la fe, de una fe que tiene, necesariamente, que actuar a través del amor.
Debemos pensar y reconocer que existe la dimensión de lo eterno. Que existen los ojos de la fe que nos abren a otra realidad, al misterio glorioso de una existencia no limitada a nuestro aquí y a nuestro ahora terrenal.
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