¿Podremos entrenarnos y pedir ayuda al Señor para poder nosotros, como el Maestro, mirar con otros ojos?
Siempre es bueno que nos preguntemos sobre cómo miramos a los demás, fundamentalmente a aquellos que muchos consideran proscritos, fracasados, pecadores, alcohólicos, viciosos. Si nuestra mirada está reflejando comportamientos o posicionamientos internos, sean religiosos o de otra índole, como si nosotros tuviéramos el privilegio de poseer por completo la verdad absoluta, como si en nosotros estuviera presente una bondad que negamos al prójimo caído.
Podríamos preguntarnos: ¿Hay todavía algunos que cuando ven a una prostituta por la calle, a un mendigo tirado en una esquina pidiendo, a un individuo proscrito por el entorno social o a un alcohólico, piensan que deben separarse de ellos para no mancharnos en alguna manera? ¿Miramos con cierto orgullo y prepotencia mostrando convicciones internas que, en el fondo, son marginadoras, despectivas y culpabilizadoras del otro? ¿Nos consideramos tan en posesión de una ética ejemplar o de una verdad absoluta que hace que miremos al otro en la línea en la que el fariseo miró al publicano cuando oraba a Dios diciendo: “Gracias, Señor, porque no soy como éste”? ¿Cómo sería la mirada de Jesús? ¿Miraría, realmente, con otros ojos?
Hay que tener cuidado con posicionamientos religiosos que nos dan a entender que nosotros somos los que tenemos la verdad absoluta no sea que, en este convencimiento de tener la verdad y toda la verdad, seamos arrastrados a una justicia farisaica que Jesús criticó hasta el máximo llamando a estos religiosos “sepulcros blanqueados por fuera”.
A veces, ciertos posicionamientos religiosos nos pueden llevar al hecho de que, frente a otros, frente al prójimo marginado, caigamos en actitudes de orgullo, de vanidades insanas e impropias de un cristiano, de gesticulación religiosa que pueden emanar del sentimiento o la convicción, muchas veces errónea, de que nosotros somos los que tenemos la verdad absoluta y la ética perfecta. Podemos caer en actitudes fundamentalistas que nos lleven a que seamos nosotros los que hacemos al otro malo, los que consideramos pecadores al que no tiene el privilegio que tenemos nosotros.
A veces nos consideramos tan en posesión del bien que podemos llegar, sin pararnos a reflexionar ni a mirar las circunstancias personales de cada uno, a considerar pecador o proscrito al prójimo que tenemos delante. Y ese es un juicio que sólo a Dios corresponde. A veces nos podríamos preguntar: ¿Qué sería de mí si yo hubiera tenido las circunstancias vitales de ese borracho derrumbado o de esa prostituta de la esquina? Sería una buena forma de acercarnos al otro, al caído o marginado de una forma no prepotente y sin acudir a que somos nosotros los que tenemos toda la verdad y que en nosotros mora toda la bondad de la ética cristiana.
¿No eran los religiosos de la época de Jesús los que tildaban a los otros de pecadores haciendo que su percepción fuera la que hacía que el pecador fuera pecador y el malo fuera malo? La justicia farisaica pecaba del error de considerar que ellos tenían la verdad absoluta y los fariseos se vestían de una fachada de bondad que hacía que el otro, el prójimo que no era considerado como ellos fuera considerado malo o pecador. Pareciera que eran ellos los que hacían al malo parecer o ser malo.
De estos santones que creían ser los poseedores de la absoluta verdad y bondad dijo Jesús que eran “sanos” que no necesitaban médico, que Él había venido a sanar y a salvar a los enfermos, a los que se habían perdido. Nosotros, los que seguimos a Jesús, debemos tener cuidado de no ir creando balanzas, baremos o medidas con las que consideremos nuestro bien absoluto o nuestra verdad absoluta de la que estamos en posesión. El peligro, el grave error es que esos baremos o balanzas nos pueden llevar al hecho de crear nuestros prototipos de pecadores o de personas atrapadas por el mal. Si trabajamos por crear el prototipo de pecador o de hombre malo, podemos caer en el error de los religiosos de la época de Jesús que se autojustificaban a sí mismos.
Cuando por nuestras convicciones religiosas, éticas o morales nos consideramos en la total posesión de la verdad, es como si nos pusiéramos unas gafas de oscuridad con las cuales no podemos ver nada bueno en el otro. ¡Terrible tragedia que nos puede llevar a dar al traste con el concepto de projimidad que nos dejó Jesús! Caemos en las divisiones entre las personas, las criaturas de Dios.
Podemos llegar a caer en los peligros y errores de los religiosos de la época de Jesús que distinguían rápidamente, y sin apenas reflexiones de otros tipos, entre los puros y los impuros, los buenos y los malos. En cuanto nos pongamos en el grupo de los puros debido a la creencia muchas veces subjetiva de nuestra posesión de la verdad absoluta, ya estamos creando impuros, consideramos impuros a los demás, nos ponemos en el lugar del mismo Dios con su juicio.
¿Podremos algún día limpiar nuestros ojos para poder asumir la mirada compasiva de Jesús? ¿Podremos entrenarnos y pedir ayuda al Señor para poder nosotros, como el Maestro, mirar con otros ojos? Limpia, Señor, nuestros ojos, para que podamos mirar a los demás, al prójimo caído y sufriente, con tu mirada.
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