La moral cristiana es la más completa, exigente y comprometida en relación con el hombre, con el prójimo.
Algunas veces he dicho que el cristianismo es la religión más ética que existe en el mundo. Bastaría con ver la definición de la auténtica religión, la pura y sin mancha que se da en la Biblia: “Visitar a los huérfanos y las viudas en sus tribulaciones y mantenerse sin mancha hasta el fin”. Los huérfanos y las viudas en la Biblia son el prototipo de los marginados y empobrecidos del mundo. La moral cristiana es la más completa, exigente y comprometida en relación con el hombre, con el prójimo. A veces, somos nosotros los que la descafeinamos cuando miramos solamente hacia lo alto. Perdemos la dirección horizontal, la dimensión ética, la urdimbre moral de la vida humana… perdemos al prójimo.
Si alguien piensa que la moral cristiana, que la ética bíblica es para vivirla en privado e intramuros de la iglesia, se equivoca, no entiende lo que es la vivencia de la auténtica espiritualidad cristiana. ¿Quién o qué sostiene la ética cristiana? Se podrían citar muchos valores o pasajes bíblicos, pero baste con citar los valores del reino que trastocan nuestra visión aristocrática de la vida, la visión que se tiene de dar los primeros puestos a los importantes, a los considerados dignos, a los poderosos o ricos. El trastoque es éste: “Muchos últimos serán primeros”.
Los valores del reino que irrumpen en nuestra historia con la llegada de Jesús al mundo, conforman toda una ética impregnada de misericordia, de justicia y de amor para con el hombre y, fundamentalmente, para con el hombre marginado, empobrecido o estigmatizado. Una ética que también tiene una característica especial: es denunciadora y buscadora de justicia social, sí, de justicia social aunque valoremos en todo su sentido la justificación por fe. Dios nos demanda en esa ética cristiana que hagamos justicia para con el huérfano, la viuda, los extranjeros y los pobres, para volver a los colectivos bíblicos.
Esa es nuestra responsabilidad ética como cristianos, pero ¿qué pasa con la economía? ¿Es ésta una ciencia divorciada de la ética, de la moral bíblica? ¿Tenemos en nuestro mundo una cosmovisión en la que la economía es completamente autónoma sin dejarse impregnar por la ética? ¿Es cristiano apoyar una economía que deja tirados al lado del camino, en marginación y pobreza a tantos desahuciados de los sistemas económicos actuales? ¿Se puede apoyar una economía de tipo descriptivo que dé la espalda a la ética buscando el beneficio de los más poderosos?
A veces la economía narra lo que hay en el mundo. Es consciente de que las dos terceras partes de la humanidad están contempladas como sobrante humano, como personas empobrecidas en mayor o menor medida hasta llegar a los mil millones de hambrientos que hay en el mundo. Si llega el caso, lo describe, da datos, hace estudios y narraciones espeluznantes, pero describe y narra dando la espalda a la moral y a la ética.
Al no estar la economía impregnada de una ética humana que mire al prójimo en necesidad, en pobreza, con ojos de amor y misericordia, no puede entrar en los campos bíblicos que son exigibles al mundo cristiano: la denuncia de la opresión, la reducción de la pobreza en el mundo, el compartir, la condena de la excesiva acumulación de bienes que, además, se considera como una necedad, un atentado contra el prójimo.
Una economía de espaldas a la ética, es incapaz de ver el escándalo humano del infierno de los empobrecidos en la tierra, es totalmente inútil para emitir juicios de valor que, de alguna manera, estén impregnados de solidaridad humana, es incapaz de echar una mano a ese conjunto de hombres a los que considera simplemente y de manera inmisericorde como sobrante humano.
¿Qué es lo que preocupa a una economía sin ética, sin rostro humano, sin acogerse a los valores de una moral cristiana? El hombre en su miseria no le preocupa a esta economía, no es sensible al sufrimiento humano. Sólo le importa la rentabilidad en beneficio de unos pocos y, cuando éstos rebosan, quizás llegue algo a otros, pero nunca a los más pobres de la tierra. ¡Injusta economía! ¡Injustos valores económicos antibíblicos en contracultura bíblica! ¡Tantos hombres sumergidos en el no ser de la marginación!
¿Quién tiene solución para que la economía se impregne de ética y de moral? No. No la tienen los hombres de negocios ni los que están en la cumbre de la escalada social rodeados de riquezas. Estos permanecen callados. Lo extraño, lo ilógico, lo antibíblico y contrario a la moral cristiana es que los seguidores de Jesús también permanezcan silenciosos, callados, mudos, silentes ante el espectáculo del mayor escándalo de la humanidad. No luchamos, no trabajamos por teñir la economía de ética y seguimos las líneas de los sistemas económicos: Buscar rentabilidad y beneficio sin pensar en los más débiles, en los pobres de la tierra.
Renunciar a parcelas de bienestar en beneficio de los pobres de la tierra es un pecado para los sistemas injustos económicos. La dignidad humana y el desarrollo de los pueblos pobres le importan poco a la economía divorciada de la ética. Y no hablemos de acercarnos a una cierta igualdad entre los hombres. Causaría risa y desprecio de los que así piensan. Pero el pueblo cristiano es grande y tiene la fuerza del Señor. ¡Convirtámonos en buscadores de justicia! Transformémonos en manos tendidas, en voceros que desean reducir o, en su caso, eliminar la pobreza del mundo. Trabajemos por la dignidad de todos los hombres… Tenemos nada menos que un acervo importantísimo que hemos de comunicar como línea evangelizadora esencial: Los valores del Reino. ¿Cómo podremos callar? ¿Cómo podremos rechazar el ser la voz de Dios que clama por justicia?
Si a la economía le importa lo descriptivo y se detiene narrando y trabajando sobre lo que es, sobre lo que hay sin misericordia alguna, los cristianos deben trabajar sobre “lo que debe ser” corrigiendo las injusticias del mundo. Si no, ¿cómo seremos sal y luz en medio de la tierra? ¿Cómo acercaremos el reino de Dios a los pobres? ¿Dónde está la levadura que ha de leudar la masa? ¡Cuidado! No sea que al callarnos nos convirtamos en colaboradores necesarios de los injustos sistemas económicos, parte necesaria del sistema mundo y acabemos almacenando nosotros también más de lo necesario para una vida digna.
Sería un error que los cristianos pensaran que los valores del cristianismo son para vivirlos ellos en la intimidad, intramuros de sus iglesias, separados del mundo y en silencio. Tenemos que lanzarnos al mundo como manos tendidas de ayuda y como voceros del Altísimo que busca la misericordia, la justicia y la fe. Como los nuevos profetas del siglo XXI.
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