Hago la llamada a compartir, a comprometerse con el mundo pobre, con los que pasan hambre y escasez en la tierra.
Las multitudes tenían hambre. En la narración que se hace del milagro de los panes y los peces en los que Jesús multiplica ambas cosas para dar de comer a todos los que le seguían, los discípulos llegan a ser conscientes del hambre de tantas personas. La actitud de estos seguidores del Maestro fue la de decirle que los despidiera a todos para que se buscasen la vida en los campos y las aldeas, que intentaran comprar pan.
No sé si esta experiencia se podría traspasar al mundo de los empobrecidos de hoy, al mundo del hambre de los niños incluso en nuestro país. Que se busquen la vida, que se vayan por los campos y las aldeas en busca de pan. Pues no. La actitud de Jesús fue otra: “¿Cuántos panes tenéis?”.
Jesús no manda a las gentes con hambre a que se busquen la vida, pide la solidaridad de los que ya tienen el pan, independientemente de la cantidad de pan que tengamos. Cuando contemplamos a los pobres de la tierra y a los hambrientos, podemos ser avergonzados con la pregunta de que cuántos panes tenemos. A veces insistimos en llevar el Evangelio a toda criatura, en compartir la Palabra y no está mal, es necesario obedecer ese mandamiento del Señor, pero ante las grandes dimensiones de la pobreza en el mundo, sigue sonando aún la respuesta de Jesús: “¿Cuántos panes tenéis?”. Se busca nuestra solidaridad en el compartir.
¿Acaso es más fácil compartir la Palabra que el pan? Jesús, en el milagro de la multiplicación de los panes y los peces también nos transmite una clara enseñanza: Los cristianos, ante un mundo injusto y lleno de dolor y pobreza, no debemos compartir sólo el mensaje, sea a través de los potentes medios de comunicación de hoy, sea viajando por el mundo portando la Palabra. Hay que compartir también el pan cuando vemos multitudes hambrientas que deambulan por el mundo “como ovejas sin pastor”.
¡Qué grande responsabilidad! ¡Qué interpelación la que se nos hace en el relato! ¡Dadles vosotros de comer! No los enviéis a buscarse la vida. Mirad lo que tenéis. Si es poco, el Señor lo multiplicará, el milagro se repetirá. ¿Cuántos panes tenemos? Quizás se nos ponga el rostro rojo de vergüenza, comenzando por mí mismo. Sobre todo cuando pensamos que en el mundo hay unos mil millones de hambrientos y muchísimos más viviendo en la infravida de la exclusión social. Muchos de ellos a nuestro lado sobre todo en las grandes ciudades.
No mandes a la gente a comprar, no envíes a los pobres a que se busquen la vida en otro lado. Dales. ¿Acaso el mundo ha transformado nuestros valores, nuestros pensamientos, nuestros estilos de vida por conceptos mercantilistas, por decirles que se vayan a comprar en lugar de compartir? ¿Es que aún no hemos aprendido los seguidores de Jesús a alargar nuestras manos y buscar los medios, los recursos que tenemos para no enviar a las multitudes hambrientas o empobrecidas a buscarse la vida? Es la gran diferencia en mandar a otros lejos usando el verbo comprar, a usar el verbo compartir haciendo mesa común compartida con el mundo. Enviar a comprar o compartir. Dos conceptos que reflejan de forma diferente las mentalidades mercantilistas o la responsabilidad cristiana para con el prójimo.
Enviar a comprar o compartir. La lógica del mundo o los valores del Reino. No sé cuántos cristianos permanecerán con sus mentas pegadas a la lógica mercantilista de este mundo. Cuántos cristianos estarán atrapados por valores que entran en el seno de la iglesia y de las familias cristianas que son contracultura con los valores bíblicos. Mandar comprar, decir que se busquen la vida en los campos o las aldeas, o compartir solidariamente y con amor de hermanos.
“¿Cuántos panes tenéis?”. Es posible que lo que Jesús busque en esta pregunta de cuántos panes tenemos, no sea sólo compartir ocasionalmente y de forma coyuntural el pan en algún momento, sino que se trate de un compartir más humano, más cercano haciendo sitio en nuestra mesa a algunos más: “Un nuevo sitio disponed para un amigo más, con un poquito que os juntéis, él se podrá sentar”, dice una canción cristiana.
Estamos llamados a compartir, a mirar cuánto es lo que tenemos y darlo. Comprar versus dar o compartir. Pensamiento mercantilista, frente a la práctica de la projimidad. Es la búsqueda de la igualdad de los hijos de Dios. Yo sé que es duro que se nos pregunte que cuántos panes tenemos. Es duro que se nos diga que miremos nuestros almacenes, nuestras despensas, nuestras cuentas corrientes para compartir, pero sepamos que en el seguimiento de Jesús hay cierta radicalidad para aquellos que le quieren seguir, No podemos ir por el mundo cargados de riquezas, no sea que se nos diga lo que al joven rico: “Vende todo lo que tienes y dalo a los pobres y ven y sígueme”. Radicalidad de Jesús que nos puede asustar.
Intentemos compartir y, quizás, nos suceda como con el milagro de la viuda de Sarepta, que ni nuestra harina ni nuestro aceite van a menguar, que se producirá el milagro. En la lógica del Reino y sus valores, lo primero es compartir.
Sé que el Evangelio, a veces, es duro y comprometido para poder cumplir la radicalidad de Jesús, pero yo hago la llamada a compartir, a comprometerse con el mundo pobre, con los que pasan hambre y escasez en la tierra. ¿Hasta dónde podremos llegar, Señor, sin que nos sintamos sin fuerzas? Sólo tú lo sabes, Señor, sólo tú puedes habilitarnos para el compartir, para cambiar la lógica de este mundo en donde predominan los valores del dios mercado, por la lógica cristiana del compartir. Quizás, si nos lanzamos a la aventura del compartir, encontremos la auténtica vivencia de la espiritualidad cristiana. ¿Cuántos panes tenemos? Compartamos.
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