Todo debería formar un conjunto: la vida del creyente, su voz, sus hechos y sus palabras.
¿Puede ser una vez más el cristianismo vivido como algo novedoso? ¿Podremos ser de nuevo la gran noticia? El problema o la solución deberían estar en la articulación entre lo confesado y lo vivido ya que, muchas veces, entre lo que confesamos y lo que vivimos hay una disociación descomunal. Caemos en el ridículo de la incoherencia.
Siempre, también por coherencia humana, lo confesado, lo dicho, lo que predicamos tendría que estar en consonancia con lo que vivimos, con nuestra manera de vivir, pero mucho más en la evangelización. Es la única manera de que el cristianismo vuelva a ser novedad rompiendo los esquemas de incoherencia que muchos hombres y mujeres han asumido a lo largo de los siglos.
Hacemos un flaco servicio al cristianismo y lo presentamos como algo rutinario y no novedoso, cuando somos inconsecuentes, cuando no hay correspondencia entre lo hablado y lo vivido. Si esto ocurre, lo estamos vaciando de contenido, lo estamos anulando cuando pronunciamos ante otras palabras cristianas a las que contradice nuestra conducta, nuestra forma de vivir, nuestra asunción de valores en contracultura con los mostrados en la Biblia.
Muchas veces decimos públicamente palabras cristianas en línea con los valores del reino a las que azotamos despectivamente con nuestros estilos de vida, palabras cristianas que lanzamos al vacío del sinsentido cuando no estamos siguiendo con radicalidad los valores del reino que deben estar en contracultura con la mayoría de los valores sociales que reinan en nuestros entornos. Así es imposible que los hombres y mujeres de nuestro entorno capten la novedad de la gran noticia. Nos pueden ver como los rutinarios inconsecuentes a los que ya están acostumbrados.
Así no podremos comunicar el cristianismo como un mensaje novedoso para el mundo hoy. Lo captan como lo rutinario. Esto ocurre cuando nos confesamos cristianos pero no sabemos ser coherentes con los valores bíblicos de poner a los últimos como primeros, amar y servir al prójimo en la línea de las enseñanzas de Jesús, ni vivir en humildad sabiendo que la vida del hombre, fundamentalmente la del creyente, no debe consistir en la lucha por la abundancia de bienes, ni en la prepotencia egoísta, ni en el orgullo humano, sino en la asunción de la idea de servicio en humildad a Dios y al prójimo. Estos aparecen entre los hombres como valores no inculturados, valores exculturados como si nadie los hubiera predicado nunca.
Lo mismo que se enseña la doctrina cristiana en nuestras escuelas dominicales, en nuestros cultos y reuniones, se deberían enseñar cuál debe ser la respuesta coherente de nuestra conducta en medio de la sociedad o contextos socioculturales en los que vivimos y nos movemos, nos deberían recordar la respuesta que hemos de dar a través de nuestros estilos de vida, de nuestros compromisos con el prójimo necesitado, así como la respuesta que hemos de lanzar a través de nuestras prioridades y estilos de vida. Si queremos ser novedad, no podemos vivir como los que no tienen esperanza.
Si no hay coherencia en la acción y en la conducta en medio de la sociedad, de la vecindad, del mundo del trabajo o en el seno de los contextos culturales en los que nos podamos mover, lo mejor sería callarse. Podríamos decir: con lo que no puedes ser coherente, mejor es callarte. Cuando pidas al Señor que te ayude a ser coherente con tu ejemplo y con tu vida y veas que tu vida se orienta según los valores del reino, habla, comunica valores cristianos, predica sobre lo que significa la vivencia auténtica de la espiritualidad cristiana. Quizás aunando palabra y ejemplo de vida comencemos a ser novedad.
Todo debería formar un conjunto: la vida del creyente, su voz, sus hechos y sus palabras. Quizás deberíamos examinar nuestra vida antes de hablar. Yo creo que si siempre los cristianos hablaran y vivieran la vida cristiana como una encarnación de los valores del reino, de los valores cristianos, no tardaríamos de nuevo en ser noticia aunque ésta no estuviera exenta de persecuciones. Nos verían, después de siglos, como una novedad en nuestra historia.
Si los creyentes supiéramos compaginar lo aprendido y hecho vida en nosotros, con lo confesado públicamente y con lo vivido en coherencia y compromiso con los valores cristianos, el cristianismo volvería a ser novedad en el mundo. Sería imposible que pasara desapercibido ni que nos redujeran a la privacidad de nuestros templos. Llenaríamos al mundo de un grito que todos oirían y al que acompañaría una luz que alumbrara al mundo. Seríamos de nuevo la gran novedad.
Creo que vivimos en un mundo que está harto de palabras que no tienen coherencia con ejemplos de vida. Quizás es que tenemos un gran cerebro que capaz de asimilar doctrinas y contenidos bíblicos, pero no se notan mucho los ejemplos de vidas totalmente transformadas, únicas que pueden transmitir la novedad del cristianismo. Quizás sea que la razón de nuestra fe no la debemos dar solamente hablando, sino que debemos aunar a ese dar razón de nuestra fe, la acción consecuente, el compartir vida junto a la Palabra. El mundo necesita que aprendamos a conjugar la palabra y la acción, la voz y el compromiso, el grito y el lanzarnos al mundo como manos tendidas de ayuda, ligeros de equipaje, aligerados por haber sabido compartir, gozosos por haber sabido amar.
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