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Pan bendecido, pan de todos

Si quieres que tu pan sea bendecido, debemos ser conscientes y consecuentes de que, cuando comemos, comemos del pan de todos.

DE PAR EN PAR AUTOR Juan Simarro 25 DE OCTUBRE DE 2016 14:23 h

¿Sueles bendecir tu pan? Si ponemos nuestros bienes, nuestros alimentos y los bienes de la tierra en las manos del Señor para que Él los bendiga, son bienes que ya no nos pertenecen. Pasan a ser los bienes de todos, los bienes del Padre nuestro, el Padre de todos. Pan compartido, pan del padre del que deben comer todas sus criaturas. Así debe ser el pan bendecido. No puede ser un pan que guardamos para nosotros solos y para nuestros hijos. Es el pan bendecido es pan de todos y todos comemos del mismo pan.



Otra cosa es si no bendices tu pan. Los panes o los bienes no bendecidos, son pasto de los egoístas que los guardan para sí solos sin pensar en el otro, sin ponerse de cara al hermano pobre, sin ver ni escuchar ese tú personal prójimo que ha coincidido con nosotros en el tiempo y que está en situación de debilidad. Los bienes que se guardan de forma egoísta son aquellos bienes que no se han puesto en las manos del Señor para que él los bendiga. No valen para todos, no son adecuados para compartir. Son, de alguna manera, producto de la rapiña y del egoísmo humano.



Con el pan bendecido, se produce un milagro. El milagro de la multiplicación de los panes y los peces se produjo porque alguien, con sólo algunos panes y unos pececillos, los puso en las manos del Señor. Él los bendijo. Se convirtieron en pan bendecido y hubo de sobra para todos: “Comieron todos y se hartaron. Vieron lo que les sobró, doce cestas llenas”. Lo bendecido por Dios se multiplica, lo guardado egoístamente en almacenes cerrados y clausos a la solidaridad acaba pudriéndose y oliendo mal. Se convierten en basura, estiércol maloliente.



¿De dónde tenemos tantos panes? De la bendición de Dios que los convierte en pan bendecido. Yo me he pasado gran parte de mi vida buscando pan para los que tienen hambre. Tengo que afirmar que en los ya treinta y un años en Misión Urbana de estar dando a los que se nos acercan, nunca ha faltado. Será que Dios ha bendecido nuestro pan. Nuestros almacenes han estado llenos, pero con puertas abiertas. Nuestra harina y nuestro aceite nunca han disminuido y hemos podido saciar los estómagos vacíos de muchos pobres, orientar vidas y sacar adelante proyectos vitales de muchos excluidos sociales. Cuando Dios bendice el pan, se multiplica. Creedme.



Trabajar por la justicia es como pedir a Dios que bendiga nuestro pan. Porque si no trabajamos por la justicia y la liberación de los oprimidos sin dejar de trabajar también líneas asistenciales para ayudar a aquellos que en nuestro “ya”, en nuestro “aquí y nuestro ahora” tienen hambre, en algo estamos fallando. ¿Cómo podemos comer solos y tranquilos nuestro pan mientras damos la espalda al empobrecido? ¿Cómo podemos decir que nuestro pan es bendecido si el pan que comemos, el pan de todos, lo dejamos para nosotros solos?



Dos líneas bíblicas de acción necesarias para que el pan sea bendecido: En Misión Urbana hemos trabajado por una mayor justicia y solidaridad para con los pobres y hemos denunciado la opresión, a la vez que hemos estado compartiendo el pan, haciendo labor asistencial directa al que nos tiende la mano en un mundo con pobreza.



Comer yo sólo mi pan, se convierte en pan maldito. Nadie que sea sordo al gemido de los que no tienen lo suficiente para alimentarse puede comer tranquilamente el pan de todos. No será pan bendecido. No podrá orar la oración modelo de Jesús: “El pan nuestro” que es el bendecido. Tendrá que decir el “pan mío”, el “pan de mi familia”, como si no existiera un Padre Nuestro, el Padre de todos.



Sí. Si quieres que tu pan sea bendecido, debemos ser conscientes y consecuentes de que, cuando comemos, comemos del pan de todos. Es verdad que las dimensiones de la pobreza hoy en el mundo son muy grandes, también en los entornos de nuestras ciudades en el mundo rico. ¿De dónde sacaremos dinero para tantos panes?, se preguntaban en el milagro de la multiplicación de los panes y los peces. La respuesta está dada: Pon lo que tienes en las manos del Señor y sal corriendo a repartir, a compartir, a ser solidario y misericordioso. El milagro vendrá por sí sólo. El reparto de los bienes del planeta tierra puede comenzar a realizarse.



Ante el pan bendecido, algo cambia también en nuestro interior. Seguro que cuando pedimos al Señor que bendiga nuestro pan y somos conscientes que comemos del pan de todos, algo en nuestro interior puede cambiar. La experiencia de la vivencia del cristianismo puede profundizarse en nosotros. Quizás al ver tu pan bendecido, te des cuenta de que muchos en el mundo pasan hambre, quizás niños cerca de tu casa. Esto, este sentimiento solidario, puede ser que te hermane más con los otros, con el prójimo en necesidad. Será como si tu familia humana aumentara, creciera y te sintieras responsable ante ella… por amor.



El pan bendecido demanda echar fuera todo egoísmo humano. Debería ser para compartirlo. No nos podemos comer nosotros solos el pan que es de todos. No lo podemos guardar no sea que clame contra nosotros y se convierta en pan maldito acumulado en base a la escasez y el hambre de otros. ¡Comparte ese pan que te sobra para que no se convierta en pan maldito, comience a oler mal y se pudra! Los cristianos deberíamos clamar continuamente por una buena y justa redistribución del pan, del pan de todos, del pan del que todos nos debemos alimentar sin exclusiones, ni marginaciones ni pobrezas.



El pan maldito y almacenado egoístamente, nunca te va a dar felicidad. Te vas a sentir interpelado continuamente y tendrás que acabar endureciendo tu conciencia. No vivirás tranquilo y en paz contemplando tus frutos ante los estómagos vacíos del prójimo ya sean niños o adultos, mujeres u hombres.



Señor, bendice nuestro pan y haznos ser manos tendidas para que podamos comer del pan de todos con total tranquilidad. Bendice nuestro pan aunque tenga que dejar de pertenecer a nosotros y se convierta en el pan de todos. Quizás así podamos vivir en un mundo más humano, más justo y que comprende el concepto de projimidad que tú nos enseñaste. Quizás, desde el pan bendecido, podamos entender mejor el concepto de justicia… y el de amor.


 

 


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