¿Quién mejor que los cristianos puede hacer el aporte ético y moral para que haya mejor gobierno, más justo, con políticas económicas y sociales que aumenten en equilibrio el bienestar del hombre, de los pueblos?
En los cultos de oración de mi iglesia oramos siempre por el gobierno y por la situación política de España. Si soy sincero, algunas veces se nos escapa una sonrisa como de complicidad los unos con los otros recordando la gran dificultad de la política y de los políticos en España… pero oramos por ello. Incluso el pastor hizo una meditación sobre el tema bíblico de obedecer a los gobernantes aunque al final se preguntaba que qué pasaba cuando estos hacen cosas que no están de acuerdo con lo que nosotros creemos que es la voluntad de Dios. ¿Pueden los cristianos tener una actitud crítica y denunciadora de las posibles injusticias de los gobernantes?
Por eso yo, a veces, me pregunto: Además de orar, ¿estamos haciendo y trabajando por la puesta en relevancia de un cristianismo crítico con las diferentes formas de hacer política, con las problemáticas que se dan en el seno de los diferentes partidos de turno? ¿Estamos aplicando una ética cristiana y los valores del reino para evaluar si la situación política y la actitud de los gobernantes son aptas para dar la respuesta adecuada que debe venir del mundo cristiano? ¿O es que pensamos que el trabajo de la extensión de los valores del reino y la vivencia de una auténtica espiritualidad cristiana comprometida con el hombre es algo que nada tiene que ver con la política y podemos vivir de espaldas o con una obediencia acrítica ante las formas de actuación de nuestros gobernantes?
La tan aclamada separación de iglesia y estado se debe ver en otras líneas, pero no en las líneas de denuncia, de búsqueda de la justicia y en el sacar a la palestra pública los valores cristianos aunque sean críticos y antivalores en la sociedad injusta en la que vivimos, en una sociedad que tolera la corrupción sin que ésta suponga un estigma para que los votantes piensen la dirección de su voto.
Está bien que, a veces y de forma insolidaria y no comprometida, vivamos la religión como autoconsuelo, como gozo interior, como religión un tanto místico sacrificial, como buscar estados de ánimo más o menos sentimentales en los que nos sintamos bien, pero el cristianismo con su fuerte llamada a la práctica de la projimidad nos lanza al mundo con una voz de denuncia y con una lucha continua en búsqueda de la justicia, de lo honesto, de lo que es ético según el texto bíblico en el que creemos. Nuestra voz en estas áreas es también voz profética, debe serlo, el mundo necesita la voz crítica y denunciadora de aquellos que han respondido positivamente al llamado de Dios: “¿A quién enviaré?”.
La corrupción, los abusos de poder, el mal gobierno, el dar la espalda a los más débiles, la pobreza infantil, los desahucios, el enriquecimiento ilícito, las formas de proteger muchas veces el dinero de muchos aunque lo hayan ganado injustamente, la desigual redistribución de bienes, la venta de armas, el armamentismo, los trucos injustos para llegar al poder y otros, no deben ser algo a lo que los cristianos dan la espalda refugiándose intramuros de las iglesias guardando un silencio acrítico. Tenemos que ser sal y luz también en medio de la política.
Así, al igual que oramos por nuestros gobernantes, deberíamos también trazar líneas solidarias a favor de los que quedan tirados al lado del camino. También, junto a estas líneas de solidaridad, ser voces críticas de denuncia, buscadores de justicia y sembradores públicos de los valores del reino que son solidarios con los abusados, los oprimidos, los que pasan hambre y son puestos en los últimos lugares como sobrante humano.
¿Quién mejor que los cristianos puede hacer el aporte ético y moral para que haya mejor gobierno, más justo, con políticas económicas y sociales que aumenten en equilibrio el bienestar del hombre, de los pueblos? ¿Acaso dudamos de la fuerza de la ética cristiana? ¿Quién puede hablar mejor de ser manos tendidas de ayuda, de acogida a los migrantes y refugiados, de ser impulsores de políticas solidarias con los excluidos del sistema económico? ¿No deben hacer esto las personas que han sido renovadas, que saben que la vida no consiste en la lucha por el enriquecimiento, que siguen a Jesús de Nazaret que denunció toda injusticia, toda acumulación, todo abuso de poder y toda avaricia?
Quizás nunca hemos trabajado en las líneas de una pastoral crítica con los gobernantes y con la acción política desde la ética de los valores bíblicos. Quizás hemos criticado poco una ética insolidaria fundamentada en valores antibíblicos, en contracultura con el texto bíblico. Quizás nunca hemos trabajado las líneas de una pastoral crítica con las injusticias políticas o sociales. Al menos no lo hemos hecho con la fuerza con la que la Biblia lo demandaría para que seamos la voz profética en pleno siglo XXI.
Resultado: Muchas veces el consumismo, la riqueza como prestigio, la valoración del más competitivo y del que se encumbra en la escalada social, aunque sea a costa del otro, del débil, la búsqueda de las riquezas sin tener en cuenta la solidaridad con los pobres, el coqueteo con el lujo y cierto egoísmo que da la espalda al excluido, entra también en el seno de nuestras congregaciones.
Se necesita la contrapartida: la vivencia de una espiritualidad cristiana crítica tanto en el campo de la política, como en las líneas de lo social o de la ética. Se necesita el aporte moral y ético del cristianismo, se necesita que los cristianos vivan de manera diferente de tal forma que su voz sea coherente con sus formas de vida, sus servicios y sus prioridades. Ser también críticos con los que detentan otro poder: el de las grandes acumulaciones, el de las riquezas, el poder económico que es incapaz de pensar en la solidaridad humana o en el amor al prójimo en necesidad.
El cristiano debe ser crítico ante toda injusticia como fermento de lo bueno, lo honesto y lo justo que debe gobernar el mundo. Para eso solamente hay que ser conscientes de que el amor a Dios y al hombre deben estar en relación de semejanza. Única forma de potenciar el concepto de projimidad que nos lanzará por los montes, los valles y los caminos clamando por justicia y denunciando lo inmoral.
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