El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Cuatro semanas de Adviento que impregnan el calendario de esa fuerte expectación mesiánica que marca como todo un reguero bíblico.
Un manto de soledad y de orfandad puede extenderse sobre el hombre moderno o posmoderno, el hombre que reclama su independencia con respecto a un ser superior que nos ama.
No hay coronas escatológicas buscadas al margen del compromiso, de la búsqueda de la justicia y de la práctica de la misericordia.
Al Maestro quisieron hacerle rey, pero no en el sentido de una autoridad espiritual, sino en el ámbito del poder temporal.
Para Lutero, todas estas formas de expresión de ese fraile recaudador de fondos para la reconstrucción de la Basílica de San Pedro en Roma, eran robos sacrílegos impropios de la iglesia cristiana.
Dios, en la Biblia, en los profetas, nos enseña que es sordo al ritual que no va precedido de la búsqueda de la justicia y de la práctica de la misericordia.
Hoy, las crisis de las democracias pueden estar codeándose con crisis de civilización que hace retroceder a lo conseguido en nuestra historia actual.
Hoy, los gobernantes en semejanza con el Pilato de los tiempos de Jesús, nos darían palmaditas en la espalda y estarían muy satisfechos de que trabajáramos en la privacidad de nuestros templos.
Lo sagrado ya no es el ámbito, el sustrato, el magma que impregnaba la vida.
La exclusión que se da hoy es reducir a una parte del mundo a un sobrante humano para que muchos puedan vivir en un consumo desmedido y abusando de todo tipo de bienes y servicios sin límite.
¡Cuántos, incluidos muchos que se mueven en ámbitos cristianos, se someten al dios dinero, a las fuerzas satánicas de ocupar todo dejando a tantos y a tantos a la intemperie económica!
La vida cristiana no consiste en conocer estos valores como doctrina que se almacena en nuestro cerebro, sino el asumirlos como valores que hay que poner en práctica en el mundo.
La libertad, fuera de una verdad que es Jesús, que nos compromete en el seguimiento al Maestro, es una libertad sosa, sin luz, egoísta y vana.
Debemos aprender a vivir esa interculturalidad que nos enriquece a todos, también dentro de nuestras iglesias.
Que el Señor nos ayude a ver en los pobres de la tierra, afectados por la injusticia y la opresión, a aquellos a los que Jesús amó.
¿Podría ser que hemos estado viviendo una ética cristiana de tipo individualista?
Quizás sea nuestra paz interior, con Dios, la que nos va a llevar a lanzarnos en el trabajo y preocupación de la paz en un mundo lleno de violencias.
¡Qué jugada de la historia que, ese castillo donde el rey Felipe II vivió como "martillo de los herejes", llegara a ser propiedad del pueblo evangélico!
Vivimos la locura de la eficacia, de las ganancias y el llenar nuestros almacenes con una necedad que no varía mucho de la necedad del rico necio de la parábola.
Todas las culturas y religiones presentes, pero falta la iglesia evangélica, la presencia protestante, el testimonio de los seguidores de Jesús a los que un día también iluminó la Reforma.
En la evangelización hay que trabajar pensando en una dimensión ética que evangelice todo el contexto social. Para ello, haría falta que, también, el evangelizador de palabra, se involucrara en acciones solidarias de amor al prójimo.
Que el Señor nos ayude a vivir nuestro tiempo como espacio creativo, de actividad lúdica y, lógicamente, en el servicio como seguidores que somos de un Maestro que nos da ejemplo de ello.
Puede haber muchos creyentes que tienden a pensar que ellos no son los más adecuados para esta tarea de ser las manos de Dios en un mundo de dolor, de comunicar a otros el mensaje del Evangelio.
No hay prepotencia que valga, no necesitamos “pendencieros cristianos”, no hay humillaciones que dignifiquen a nadie, no hay desprecios al hermano que edifiquen.
El método de Jesús fue siempre evangelizar desde los pobres y débiles del mundo, identificándose con su dolor por las injusticias, con el sufrimiento del mundo.
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