Todo se valida desde el compromiso, desde la acción, desde la práctica de la misericordia que acaba siendo también evangelizadora en el mundo.
No sé si podríais pensar, sentir o afirmar que hoy también puede ocurrir entre nosotros los cristianos que haya personas o líderes que hablan, dicen, proponen y arengan, pero desde sus sillones, desde sus primeros asientos, esperando salutaciones y que les llamen maestros, pero no actúan, no se manchan sus manos en la acción social evangelizadora ni en el búsqueda de justicia para los pobres, sufrientes y oprimidos. No responden con sus acciones comprometidas al grito de los marginados y abusados. Es una denuncia del evangelista Mateo. No hagáis vosotros lo mismo, nos diría el apóstol, porque dicen y no hacen. Ver Mateo 23:3 y 6-7.
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Es un texto triste, una denuncia necesaria, un grito de Mateo ante la falta de una espiritualidad cristiana integral, comprometida y auténtica. Nunca ésta va a consistir en decir y no hacer. Es una de las denuncias más agrias del texto bíblico. No los imitemos, porque con su falta de compromiso y de acción solidaria con los sufrientes, nos “ponen cargas, pero ni con un dedo quieren moverlas”. Todo se queda en mera palabrería, palabras que no tienen coherencia al no estar avaladas por los hechos en compromiso con los débiles del mundo. No construyen, no hacen, no dan vida a la Palabra. Debemos tener cuidado de no caer nosotros también en esas situaciones contra el prójimo.
¡Cuántas veces faltamos a nuestras responsabilidades de acción en busca de la justicia en el mundo, en la práctica de la misericordia, en el compromiso de acción frente a estructuras de pecado que oprimen a tantos y tantos hombres. La voz en estos casos es muy importante, pero cuando falta el compromiso de acción, buscamos los primeros asientos y las situaciones cómodas de goces insolidarios, la voz pierde coherencia. Es sonido de metal que hace daño a los propios oídos del Creador.
¡Qué grito el de Mateo! Observa que muchos, desde sus poltronas, desde sus primeras sillas dicen, pero no hacen. Todas las responsabilidades cristianas con respecto al prójimo se van por la borda como si fueran pesados fardos que nos interpelan y nos molestan. La justicia, la misericordia y la fe que actúa por el amor como diría el apóstol Pablo son pospuestas o totalmente olvidadas.
Hay que tener cuidado porque para las personas solidarias comprometidas en la defensa del débil y del menesteroso, el hablar puede ser ya una forma de actuar, puede ser denunciar y clamar por justicia. Lo que pasa es que todo se valida desde el compromiso, desde la acción, desde la práctica de la misericordia que acaba siendo también evangelizadora en el mundo.
Hay creyentes comprometidos que dicen y hacen. Eso es lo que cierra el círculo de la espiritualidad cristiana, de la evangelización del mundo, del acercamiento del Reino de Dios a todos, especialmente a los más abusados y oprimidos. Sólo desde esta perspectiva se puede decir que hablar ya es actuar en favor de los oprimidos y dolientes de la historia, a favor de tantos y tantos desclasados y abusados de la tierra.
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Yo creo que está muy justificado el lamento bíblico ante el escándalo de aquellos —que probablemente son legión—, que tienen las características que narra el texto bíblico: “Ensanchan sus filacterias, y extienden los flecos de sus mantos; y aman los primeros asientos en las cenas, y las primeras sillas en las sinagogas, y las salutaciones en las plazas y que los hombres les llamen: Rabí, Rabí”, pero no actúan, dicen pero no hacen. Terrible tragedia la que denuncia el texto bíblico. Debería hacernos reflexionar a todos… y no culpemos sólo a los pastores y líderes. Ahí podemos caer todos necesitando un rescate divino y un perdón incondicional.
La palabra, o si se quiere, La Palabra, tiene una envergadura y un valor muy especial para los creyentes, pero no nos olvidemos del compromiso de acción, no sea que la palabra quede sin regar y no crezca ni dé frutos. Que nadie pueda decir de nosotros que sólo decimos, pero que no hacemos, que nos falta la acción a favor del prójimo, la acción social evangelizadora que clama por justicia y por la práctica de la misericordia. Si somos coherentes en la acción, es cuando también podremos usar la propia voz como compromiso de acción.
Se puede hablar y estar practicando el pecado de omisión frente al prójimo que nos necesita. ¡Qué poco pensamos a veces en el pecado de omisión! Sin acción no hay Evangelio, sin compromiso con el prójimo no hay projimidad, no hay coherencia en la vivencia de la espiritualidad cristiana. Nuestra inacción nos puede hacer cómplices de las injusticia de un mundo cruel que abusa de los débiles.
Así, si queremos ser coherentes, que no se pueda decir de ninguno de nosotros la triste frase, la frase que, en el fondo, es condenatoria del comportamiento de los llamados cristianos: “Dicen, pero no hacen”. Eso sería como un hachazo a toda nuestra palabrería, un arcabuzazo a nuestra incoherencia, un féretro para una espiritualidad vana y muerta.
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